Un artículo de Liliana Monfort Diago, Psicóloga en L’Onada Golden Beach

Las personas mayores son un grupo de población especialmente vulnerable ante la enfermedad producida por la SARS-CoV-2, ya que presentan un peor pronóstico, por su comorbilidad, los síntomas geriátricos y la debilidad asociada al envejecimiento.

La fragilidad de algunas personas mayores condiciona su respuesta inmunitaria y la disminución de la reserva funcional, lo que les comporta una reducción en la capacidad intrínseca y la resiliencia. Además de los problemas de salud que ocasiona la enfermedad y los temores que esto suscita, las relaciones interpersonales y la convivencia en la residencia han cambiado drásticamente desde la llegada de la pandemia. Este hecho ha requerido la elaboración de distintos tipos de duelos.

En principio, el duelo es un proceso natural que el ser humano experimenta y supera casi siempre por sí mismo, con sus propios medios, en función de la significación de la pérdida y de las estrategias de afrontamiento que ha desarrollado. Por este motivo, debemos valorar todo caso de pérdida que se produce en el entorno asistencial de la residencia, y desde el punto de vista de todas las personas que intervengan, con el fin de detectar si existe la posibilidad de una necesidad de ayuda para ser superado.

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Las pérdidas de libertades durante la pandemia terminan generando aislamiento y un verdadero duelo social

Por eso, somos conscientes de que muchos profesionales, si bien están mostrando su compromiso ético de hacer bien el concerniente al desempeño profesional, pueden requerir conocimientos para desarrollar un aspecto tan crucial en estos momentos como es el ACOMPAÑAMIENTO a seres que sufren y sufren de diversas y numerosas formas de dolor. Con el fin de enmarcar nuestras intervenciones, debemos señala que las vivencias experimentadas, tanto por las personas mayores como por las familias y profesionales, se manifiestan como una pérdida más o menos reconocida por estos.

Por este motivo, a continuación abordaremos y desarrollamos aspectos concretos en relación al duelo, las pérdidas de libertades, las consecuencias y líneas de intervención generales para acompañar a los residentes y familiares en todo este proceso.

El duelo en las residencias

Debemos ser conscientes de que el duelo es un proceso dinámico, personal e intransferible. Habitualmente se define como el conjunto de respuestas subjetivas ante una situación real o potencial en la que un objeto o persona valiosa se hace inaccesible o deja de ser percibido como tal (pérdida). En esta línea es interesante la definición de pérdida que nos aporta Leila Nomen, citando a Neimeyer:

Quedar privado de algo que se ha tenido (por ejemplo, pérdida de amistades), fracasar en el mantenimiento de algo que valoramos (por ejemplo, cuando nos roban), reducir alguna sustancia o proceso (por ejemplo pérdida de habilidades físicas), o destruir o arruinar (por ejemplo, las pérdidas causadas por una guerra)” (Nomen, 2017, p.19).

Es crucial comprender que la pérdida no sólo se refiere a la muerte consumada de una persona. Es un concepto que amplía las dimensiones de la definición de pérdida. Las personas experimentamos el duelo con mayor o menor intensidad dependiendo de la relación, real o simbólica, que tuviéramos con lo perdido. Entendido de esta forma, la pérdida se refiere tanto en relación a una persona como a una relación personal (incluso cuando la otra persona sigue con vida), y siempre que sea significativa. En este sentido, debemos asumir que la existencia de relaciones personales no justifica por sí misma la significación de la pérdida, real o simbólica.

Por tanto, podemos llegar a entender que con la realidad vivida por las intervenciones para frenar la evolución de la pandemia, algunos residentes hayan vivido la distancia y las limitaciones de las familias en los centros como una pérdida más significativa.

Las libertades perdidas

Otras pérdidas que se han visto en las instituciones vienen dadas por la forma de gestionar la convivencia en la residencia. Con la llegada de las sectorizaciones y planes sectoriales, se han visto afectadas muchas libertades.

  • La libertad de libre movimiento por dentro del centro y los confinamientos tanto por planta como en su habitación ha generado unos cambios significativos en su manera de vivir, y por tanto, una pérdida más a afrontar.
  • La libertad de libre movimiento por fuera del centro ha generado que muchos residentes vivieran situaciones de frustración, rabia e impotencia.
  • La libertad de comunicación con los residentes de otros sectores ha limitado la socialización que tanto bienestar físico, psíquico y emocional genera.
  • La libertad de poder decidir dónde ir, en qué hora y en qué momento del día ha privado de la libre movilidad por el centro. Teniendo en cuenta que debía respetarse y cumplir las normas de no cruce entre sectores, para evitar la propagación del virus dentro de la institución.
  • La libertad de disfrutar de sus familiares en el centro. El hecho de tener prohibidas las visitas de familiares durante muchos meses, y posteriormente condicionarlos a disponibilidad horaria, ha generado una pérdida significativa en su rutina diaria y del cariño y aprecio de las personas significativas.

Todas estas pérdidas de libertades terminan generando un aislamiento y un verdadero duelo social, promovido por la distancia física entre padres e hijos. Este duelo social es la pérdida o transformación del yo, como roles desempeñados por los mayores y sus familiares, a consecuencia de un cambio de la relación personal, por motivos ajenos a la propia voluntad.

Los padres, a veces, pierden el rol de padres al empezar a ser cuidados por sus hijos, convirtiéndose ellos mismos en hijos de sus hijos (Zarebski, 2008).

Las consecuencias

El cambio en las rutinas y la pérdida de libertades, mencionadas anteriormente, ha terminado generando una serie de consecuencias en las personas mayores. A continuación se destacan las más relevantes:

  • La reducción o inactividad física
  • Pérdida de masa muscular.
  • Alteraciones del sueño, insomnio y somnolencia
  • Aumento del deterioro cognitivo por la falta de realización de actividades de estimulación cognitiva grupal, tertulias o actividades con voluntarios o asociaciones.
  • Afectación en el estado emocional y anímico.
  • Aumento de la sintomatología depresiva
  • Falta de contacto con la red social.
  • Aumento del sentimiento de soledad.
  • Aislamiento social y familiar.
  • Aumento de la agitación y la agresividad.
  • Aparición de problemas de conducta.

Todo ello ha acabado repercutiendo en la carga de trabajo de los profesionales del centro, que también estaba marcada por los cambios en el uso de EPIS y la variación con la forma de trabajar.

La línea de intervención

La intervención ante esta situación provocada por la pandemia pasa por acompañar. Acompañar es un término amplio que comprende la acción, la actitud proactiva, y la clara intención de estar disponible junto a la persona que sufre. Es el mantenimiento de la relación de ayuda. Supone una actitud de acogimiento en relación con el otro. En las residencias estas otras personas pueden ser tanto las personas mayores, como sus familiares y los trabajadores.

El acompañamiento, o counselling, supone un proceso dinámico de adaptación a las circunstancias de la persona que lo necesita. No existen recetas mágicas a la hora de hablar de acompañamiento.

Como principios generales para realizar un buen acompañamiento, el psiquiatra Jorge L. Tizon propone, entre otros:

  1. Ser prudentes y evitar el sentimiento de que sus soluciones, normas o perspectivas son las que mejor le van a la persona en luto.
  2. Recomendar que no se tomen decisiones irreversibles o que impliquen grandes cambios en el estilo de vida o el lugar de residencia ya que hay que tener en cuenta que la distancia casi nunca resuelve los duelos, sino más bien lo contrario puede empeorarlos.
  3. Disponibilidad del acompañante. Es importante poder proporcionar un apoyo lo más continuado posible, prestando especial atención a las fechas señaladas u otras crisis.

El proceso de acompañamiento, siguiendo las pautas del counselling, se basará en tres elementos esenciales y que caracterizarán a la persona que escucha a la que sufre (Bermejo, 2011):

  • Consideración positiva
    Consistirá en no tener actitudes de abandono ante el que sufre. Es preceptivo creer en la otra persona, en la que sufre, en sus posibilidades reales de superación del proceso de duelo por la pérdida sufrida o por sufrir. Desde esa visión positiva, pero real, nuestra labor adquiere amplio sentido y damos oportunidades a la otra persona para que sea la protagonista de sus avances.

  • Autenticidad
    Comporta la creencia de nuestro papel de «verdadero acompañante». Acompañar no es una tarea rutinaria que se realiza y registra. Supone un compromiso personal, actitudinal hacia la otra persona y hacia lo que supone acompañar a lo que sufre. es estar verdaderamente disponible, centrar todos tus esfuerzos en estar delante de la persona.

  • Empatía
    Supone la escucha activa. Nosotros entramos y salimos todos los días de la residencia. Este hecho, aparentemente banal, es la diferencia fundamental con los demás que sufren, mayores y familiares. Ellos no pueden hacerlo. Esto nos sitúa en una posición donde por el fenómeno de la comparación podemos intuir muy precisamente lo que se siente al privarles de la oportunidad de ver, sentir, tocar, oler, besar, o abrazar al ser amado, más si cabe cuando la amenaza de un proceso mórbido grave como el Covid-19 amenaza las vidas de unos y otros. La empatía requiere saber no sólo ponernos en el lugar del otro (eso sólo es simpatía), sino avanzar un poco más e intentar sentir lo mismo que siente el otro, durante el tiempo necesario y suficiente para poder comprender las vivencias y la significación de la pérdida.

La comunicación, verbal y no verbal, se considera entonces como herramienta fundamental para acompañar.

Por tanto, debemos proporcionar un paradigma de atención en estos momentos tan complejos, y nuestro planteamiento resulta de considerar el duelo experimentado como eje estratégico de nuestra intervención. Las personas sufren una pérdida como resultado de su separación real y simbólica, actual o futura, de otras personas a las que quiere o de sus libertades.

En L’Onada Serveis se ha trabajado con corazón y alma, esfuerzo y dedicación para acompañar tanto a residentes como a familiar en todas estas pérdidas que se han vivido y viven con la llegada de la Covid-19.

Referencias

Pinazo-Hernandis, S. (2020). “Impacto psicosocial de la COVID-19 en las personas mayores: problemas y retos”. Revista Española de Geriatría y Gerontología. Vol. 55. Núm. 5. páginas 249-252.  Disponible en: https://www.elsevier.es/es-revista-revista-espanola-geriatria-gerontologia-124-articulo-impacto-psicosocial-covid-19-personas-mayores-S0211139X20300664#

Cabodevilla. I. “Las pérdidas y sus duelos”. Anales del Sistema Sanitario de Navarra. 2007; 30 (Supl. 3): 163-176 Disponible en: https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1137-66272007000600012

Gomez-Martinez, G. (2020). “Guía de acompañamiento en el ámbito de las residencias de personas mayores durante la pandemia por covid-19”. Disponible en: https://mensajerosdelapazmurcia.es/wp-content/uploads/2020/04/GUIA-DE-ACOMPA%C3%91AMIENTO-EN-AMBITO-DE-LAS-RESIDENCIAS-DE-PERSONAS-MAYORES-DURANTE-LA-PANDEMIA-POR-COVID.pdf