Un artículo de Jorge Moreno Molina;
Fisioterapeuta Residencia de personas mayores San Pedro Asociación Edad Dorada Mensajeros de la Paz-Murcia
Máster en Gerontología y Salud. Especialidad: Intervención en Actividad Física y Deporte en el Envejecimiento

La hipertensión arterial (HTA) es definida como la elevación crónica de las cifras en reposo de presión arterial sistólica (PAS) ≥ 140 mmHg y/o de presión arterial diastólica (PAD) ≥ 90 mmHg. Estas cifras se basan en la evidencia que indica que a partir de estos valores el riesgo de sufrir una enfermedad aumenta notablemente y por debajo de estos se produce una disminución significativa de la morbimortalidad (Williams et al., 2018).

Teniendo en cuenta su etiología, la HTA se clasifica como esencial o primaria cuando su causa es desconocida (aproximadamente del 90% al 95% de los casos diagnosticados [Ferdinand y Nasser, 2017]) y secundaria (del 5% al 10% de los casos diagnosticados), cuando su origen está relacionado con otras patologías como la obesidad, la enfermedad renal crónica (ERC), alteraciones en los vasos sanguíneos renales o enfermedades endocrinas (Charles et al., 2017).

Existen diversos hábitos dentro del estilo de vida de una persona que aumentan el riesgo de sufrir HTA primaria, entre los que destacan la inactividad física, el sobrepeso o la obesidad, hábito tabáquico y consumo de alcohol (Whelton et al., 2002).

La hipertensión arterial es considerada el principal factor de riesgo no transmisible y modificable para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, las cuales representan en la actualidad la primera causa de muerte en el mundo (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2021). La HTA se encuentra también asociada a una elevada comorbilidad, especialmente en los órganos diana (corazón, cerebro y riñones). Asimismo, se relaciona de manera lineal con la insuficiencia cardíaca, la cardiopatía isquémica y la ERC (Souza et al., 2019).

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La prevalencia de la hipertensión arterial aumenta con la edad y realizar de ejercicio físico de forma regular ayuda a controlarla

En particular, la HTA es el principal factor de riesgo para la aparición de accidentes cerebrovasculares isquémicos y hemorrágicos (Flint et al., 2019). Estas complicaciones han sido descritas en todos los grupos de edad y étnicos, demostrándose también la relación de padecer HTA con el aumento de riesgo de desarrollar deterioro cognitivo y demencia (Gottesman et al., 2017)

La prevalencia de la hipertensión arterial aumenta con la edad, siendo sus tasas alarmantemente altas en los diferentes países del mundo, independientemente de su nivel económico y de desarrollo. Con el envejecimiento de la población mundial y la adopción de hábitos de vida poco saludables, se estima que el número de personas con HTA aumentará en el mundo hasta alcanzar el 15-20%, llegando a 1500 millones de hipertensos en el año 2025 (Kearney et al., 2005).

En España, la prevalencia de HTA se sitúa en un 19% de la población tal y como revela la última Encuesta de Salud Europea en España (Instituto Nacional de Estadística [INE, 2020]). Además, la prevalencia asciende en los adultos mayores de 60 años, alcanzando la cifra del 65% en esta cohorte poblacional. Estas cifras ayudan a comprender la magnitud de esta patología y por qué el manejo de la HTA supone un reto global a nivel sanitario y socioeconómico (OMS, 2021).

En la actualidad las guías clínicas para el manejo de la HTA establecen como pilares básicos el tratamiento farmacológico y las modificaciones del estilo de vida (promocionando hábitos de vida saludables). La prescripción farmacológica resulta eficaz en la reducción de las cifras de presión arterial (ESH/ESC, 2018). Así, los principales grupos de fármacos utilizados en el tratamiento de la HTA, han evidenciado una disminución media de las cifras de presión arterial. Sin embargo, el tratamiento farmacológico no está exento de eventos adversos leves como son hiperpotasemia o hipotensión (Albasri et al., 2021). Además, se han descrito posibles interacciones con otros fármacos debido a la polifarmacia tan frecuente en los adultos mayores. Otro de los aspectos a destacar es el elevado gasto económico que supone al sistema sanitario público este tipo de tratamiento crónico.

Todo ello ha llevado a la búsqueda de tratamientos y terapias eficaces, económicas y de fácil implementación que complementen y en algunos casos sustituyan a los fármacos (al menos en los grados más leves de la enfermedad y ante la ausencia de factores de riesgo vascular y otras patologías) para el tratamiento de la HTA.

Instituciones como la OMS (2021) y ESH/ESC (2018) recomiendan las modificaciones del estilo de vida como la primera línea terapéutica para el manejo de la hipertensión arterial, destacando entre ellas los siguientes hábitos saludables:

  • Restricción de la ingesta de sodio  
  • Dieta saludable
  • Control del peso
  • Consumo moderado de alcohol
  • Abandono del hábito tabáquico
  • Realización de ejercicio físico de forma regular, debido a que la tendencia al sedentarismo es una conducta predominante en estos pacientes que a su vez se relaciona con otras patologías que a menudo concurren con la HTA como la obesidad y la diabetes mellitus.

Centrándonos en el ejercicio físico, a lo largo de los años se han utilizado tres tipos de intervenciones para controlar y reducir la presión arterial, como son:

  1. ejercicio aeróbico
  2. ejercicio de fuerza
  3. entrenamiento concurrente

En el caso del ejercicio aeróbico, aquel de carácter rítmico que implica la acción de los grandes grupos musculares y que incrementa la frecuencia cardiaca y el gasto energético (por ejemplo, andar, bailar, ciclismo o natación), ha demostrado reducciones de la presión arterial de entre 2-6 mmHg (Cornelissen y Smart, 2013; López-Valenciano et al., 2018). Además del potencial efecto hipotensor del ejercicio aeróbico, éste ha demostrado también producir mejoras en el estado de ánimo y de los síntomas de depresión y ansiedad, reducción de la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, cáncer y diabetes tipo II, y mejoras en salud cognitiva, el sueño y las medidas de adiposidad (OMS, 2020).

El ejercicio aeróbico ha demostrado reducciones de la presión arterial de entre 2-6 mmHg

Con respecto al ejercicio de fuerza, aquel en el que cada esfuerzo se realiza contra una fuerza opuesta con el fin de aumentar la fuerza muscular, la potencia y/o la resistencia muscular (por ejemplo, levantamiento de pesas) (Cornelissen y Smart, 2013), ha demostrado provocar reducciones de la presión arterial de entre 2-7 mmHg (Cornelissen et al., 201; Hansford et al., 2021).

El entrenamiento concurrente, aquel que combina (en la misma sesión o en distintas sesiones) los ejercicios aeróbicos y de fuerza, ha demostrado producir reducciones medias de la presión arterial de 3 mmHg (Corso et al., 2016).

No obstante, y al igual que la terapia farmacológica, las anteriores modalidades de ejercicio (aeróbico, fuerza y concurrente) presentan una serie de inconvenientes que disminuyen las tasas de adherencia y, por tanto, en su eficacia como medidas antihipertensivas. En este sentido, sus principales inconvenientes son:

  • la necesidad de equipamiento específico
  • requerimiento de un profesional que guíe la realización del ejercicio
  • precisa de acceso a centros deportivos
  • require un nivel de condición física óptimo para un correcto desempeño físico-deportivo (López-Valenciano et al., 2018).

A pesar de que realizar ejercicio aeróbico puede ser tan sencillo como caminar, se han referenciado bajos niveles de adherencia debido a la aparición de barreras como la falta de motivación, la dificultad para realizarlo de las personas con limitaciones de la movilidad, al prolongado tiempo de ejecución que requiere.

En esta misma línea, Luzack et al. (2017) describen porcentajes de adherencia sub-óptimos de solo el 14% para la realización de los niveles de actividad física moderada/vigorosa recomendados por la OMS (un mínimo de 150 minutos semanales de actividad física moderada o 75 minutos semanales de actividad física intensa).

Durante los últimos años, la literatura científica ha comenzado a reportar los beneficios del ejercicio isométrico en la disminución de las cifras de presión arterial. El ejercicio de fuerza isométrica es una modalidad de ejercicio en el que se realiza una contracción muscular mantenida sin desplazar la carga o resistencia y sin cambios o con cambios mínimos en la longitud del músculo, ni movimiento en la articulación en la que se inserta.

A diferencia del ejercicio aeróbico y de fuerza dinámica, el ejercicio isométrico presenta una serie de ventajas específicas que lo podrían hacer realmente atractivo para las personas hipertensas, como que no requiere equipamiento caro, ni ropa deportiva específica, provoca menos estrés en el sistema músculo-esquelético, no requiere supervisión profesional, pudiendo ser realizado por personas con discapacidad o deterioro funcional y el volumen de práctica de cada sesión suele ser inferior a los 15 minutos (Herrod et al., 2021; Smart et al., 2020).

Además, muchas de las personas que presentan dificultades para realizar ejercicio aeróbico por limitaciones en la movilidad pueden beneficiarse del ejercicio isométrico ya que su realización es muy sencilla (presionar un dinamómetro manual mientras se permanece sentado).

Estas ventajas han llevado a ciertos autores a estudiar si esta modalidad de ejercicio puede ser también una medida eficaz para reducir la presión arterial en personas hipertensas y prevenir su aparición en aquellas aparentemente sanas. En este sentido, un número significativo de estudios controlados aleatorizados han documentado la gran eficacia del entrenamiento isométrico de baja o moderada intensidad para reducir la PAS (5 mmHg) y la PAD (4 mmHg) en reposo (Carlson et al., 2014; Inder et al., 2016). Además, recientes y sólidos meta-análisis (Hansford et al., 2021) y estudios empíricos han demostrado la seguridad y eficacia de este tipo de ejercicio en el control de la HTA.

Realizando una revisión crítica y narrativa de diferentes ensayos clínicos aleatorizados que estudian el efecto y las características del ejercicio físico isométrico en parámetros de presión arterial en adultos mayores, podemos concluir que los programas de ejercicio de fuerza isométrica realizados con un dinamómetro manual (al 30% de la máxima capacidad de contracción voluntaria, al menos 3 días a las semana, con 4 contracciones de 2 minutos de duración, durante un mínimo de 8 semanas) provocan un estímulo suficiente a nivel cardiovascular para inducir descensos clínicamente relevantes en los niveles de presión arterial en adultos mayores, considerando como valor clínicamente relevante el descenso de cifras de PAS ≥ 5 mmHg ya que es a partir de este valor cuando se ha evidenciado una disminución significativa del riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular en un 14%, por enfermedad coronaria un 9% y por todas las causas un 7% (Millar et al., 2014; Whelton et al., 2002) y el descenso de PAD ≥ 2 mmHg ya que se a partir del mismo se han demostrado la disminución en la prevalencia de HTA en un 17%, la incidencia de accidentes cerebrovasculares un 15% y enfermedad coronaria un 6%.

Por consiguiente, dentro de la adopción de hábitos de vida saludable, el ejercicio isométrico puede considerarse dentro del tratamiento de la HTA como una herramienta útil en el manejo de esta patología en adultos mayores.

Sin embargo, en personas que presenten comorbilidad asociada como, por ejemplo, diabetes y obesidad, y pueden participar en programas de ejercicios aeróbicos y de fuerza, el ejercicio isométrico debe ser empleado como un complemento de estas modalidades de entrenamiento y no como su sustituto, debido a los efectos adicionales que tanto el ejercicio aeróbico como el ejercicio de fuerza  tienen sobre otras variables esenciales en el mantenimiento y mejora de los niveles de salud a nivel cardiovascular, del sistema músculo-esquelético, la regulación de la glucosa y la composición corporal (Cornelissen et al., 2013; Whelton et al., 2002).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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