Un artículo de  Mª Teresa Rodríguez Díaz
Doctora en Enfermería. Especialista en Enfermería Geriátrica.
Profesora del Máster Universitario en Dirección y Gestión de Unidades de Enfermería – Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).

Las enfermedades crónicas o enfermedades no transmisibles son aquellas que tienen una progresión lenta y por lo general, una larga duración en el tiempo. Las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, el cáncer y la diabetes, son la causa del 68% de las muertes en el mundo (OMS, 2014). Además, se conoce que este tipo de enfermedades correlacionan positivamente con la edad, es decir, la probabilidad de tener una enfermedad crónica es más alta, cuanto más mayor se es, aumentando a nivel mundial los casos de enfermedades crónicas entre la población más envejecida.
Por tanto, en la población mayor de 65 años los efectos de estas enfermedades se suman a los efectos del propio proceso de envejecimiento, que influyen de forma negativa en las capacidades funcionales, pudiendo llegar a necesitar ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria (ABVD), originándose situaciones de dependencia funcional.

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La pérdida de independencia funcional puede generar un aumento importante en los niveles de estrés

La pérdida de independencia funcional puede provocar un aumento importante en los niveles de estrés y está asociada a un cambio negativo en la percepción de la salud (Cardozo- Quintana y Rondón-Bernard, 2014), siendo una de las principales causas de malestar psicológico (ansiedad, angustia, depresión) y del deterioro de la calidad de vida (Sareen et al., 2006).
Como consecuencia las personas mayores se enfrentan a una serie de cambios que requieren de un proceso de adaptación a la situación de dependencia. Durante este proceso pasan por una serie de etapas que suscitan emociones negativas, como la ansiedad, la ira o el miedo (Bierman y Statland, 2010).
Tanto el proceso de envejecimiento como el proceso de dependencia y las enfermedades crónicas, suponen para el individuo afrontar grandes cambios en su vida. La forma en la que las personas experimenten las distintas situaciones que acompañan a estos procesos, dependerá de la variedad de recursos internos con los que cuente el individuo, ya sean psicológicos, físicos, emocionales, materiales y sociales. Todos estos recursos pueden influir en la respuesta a situaciones estresantes (Prieto Flores et al., 2008), aumentándola o disminuyéndola, sobre todo, en función de los factores psicológicos y de las estrategias de afrontamiento, que son los que van a modular la respuesta al estrés.
La forma de afrontar el estrés puede estar enfocada de dos modos, por un lado a gestionar las emociones, minimizando los daños psicológicos (depresión, ansiedad) que puede causar la situación estresante, y por otro lado, estar dirigida hacia el problema.
En el primer modo encontramos estrategias de afrontamiento como pueden ser el distanciamiento, la evitación, las comparaciones positivas, la atención selectiva, la minimización o centrarse en la parte más positiva de cada situación. Y en el segundo, las estrategias pueden dirigirse a modificar las presiones ambientales, las pautas de conducta, encontrar recompensas y gratificaciones diferentes, cambiar los objetivos y aspiraciones y aprender habilidades y recursos nuevos.
Los principales factores que disminuyen el efecto del estrés son:

  • Apoyo social: las personas con bajo apoyo social presentan un incremento en la vulnerabilidad para la enfermedad física y mental.
  • Hábitos y conductas saludables: alimentación adecuada, dormir bien, estar en buena forma física, conductas de huida y evitación
  • Variables personales que pueden ser:
    • Protectores de la salud como son la dureza ante el estrés o hardiness (compromiso, desafío y control), optimismo, sentido del humor, motivación de sociabilidad y autoeficacia.
    • Inductoras de la enfermedad: reactividad al estrés, personalidad tipo A (lucha crónica por conseguir el mayor número de cosas en el menor tiempo posible, urgencia, competitividad, afán de logro, hostilidad y viven en lucha contra el tiempo y los demás), hostilidad, cinismo, antagonismo y alexitimia o incapacidad para describir la experiencia emocional.
    • Estilo de afrontamiento del estrés: confrontación, distanciamiento, autocontrol, búsqueda de apoyo social, aceptación de la responsabilidad, huida-evitación, planificación y reevaluación positiva.
    • Predisposición biológica: tipo de constitución, labilidad del Sistema nervioso autónomo, umbrales sensoriales, secreción hormonal, vulnerabilidad genética.
    • Predisposición psicológicas: ansiedad, reactividad psicofisiológica, depresión…

Teniendo en cuenta los factores que pueden influir en cada individuo, se pueden realizar diferentes intervenciones para minimizar y controlar el estrés en los procesos de cronicidad, como por ejemplo:

  • Técnicas de desactivación que incluyen las técnicas de relajación: respiración diafragmática, imaginación temática, relajación progresiva, entrenamiento autógeno.
  • Técnicas cognitivas basadas en la reestructuración cognitiva (controlar el pensamiento)
  • Técnicas de asertividad
  • Administración del tiempo
  • Control de la ira y la hostilidad

Para tener éxito con estas intervenciones, es importante que la atención a la cronicidad y a la dependencia funcional estén basadas en los principios de los Modelos de Cuidados Centrados en la Persona, como son la identificación de las capacidades de la persona, intervenciones en base a la historia y planes de vida y consideración de la persona dentro de su entorno (Díaz-Veiga et al., 2014).
Referencias Bibliográficas
Bierman, A. y Statland, D. (2010). Timing, social support and the effects of physical limitations on psychological distress in Late Life. J Gerontol B Psychol Sci Soc Sci., 65 (5), 631-639. doi: 10.1093/geronb/gbp 128.
Cardozo Quintana, I.V. y Rondón Bernard, J.E. (2014). La salud desde una perspectiva psicológica. Revista electrónica de Psicología Iztacala, 17 (3), 1079-1107. Disponible en http://apps.who.int/iris/bitstream/10665/186466/1/9789240694873_spa.pdf
Díaz-Veiga, P., Sancho, M., García, A., Rivas, E., Abad, E., Suárez, N., (…)Yanguas, J. (2014). Efectos del Modelo de Atención Centrado en la Persona en la calidad de vida de personas con deterioro cognitivo de centros gerontológicos. Rev Esp Geriatr Gerontol., 49 (6), 266–271.
OMS (2014). Informe sobre la situación mundial de las enfermedades no transmisibles 2014. Ginebra: OMS.
Prieto Flores, M. E., Fernández Mayoralas, G., Rojo Pérez, F., Lardies Bosque, R., Rodríguez Rodríguez, V., Ahmed Mohamed, K. y Rojo Abuín, J. M. (2008). Factores Sociodemográficos y de salud en el bienestar emocional como dominio de calidad de vida de las personas mayores en la comunidad de Madrid. Rev Esp Salud Pública, 82 (3), 301-313.
Sareen, J., Jacobi, F., Cox, B.J., Belik, S.L., Clara, I. y Stein, M.B. (2006). Disability and poor Quality of Life Associated with Comorbid Anxiety Disorders and Physical Conditions. Arch Intern Med, 166, 2109-2116.