¿Es la viudez un factor de riesgo específico asociado con un deterioro cognitivo más rápido entre los adultos mayores cognitivamente intactos con niveles más altos de β-amiloide cerebral? Un reciente estudio de Division of Geriatric Psychiatry, Department of Psychiatry del Brigham and Women’s Hospital (Harvard Medical School) así lo indica.

En este sentidio, esta investigación hace hincapié en que la viudez puede ser un factor no reconocido que contribuye a la progresión clínica acelerada a lo largo de la vía de la enfermedad de Alzheimer entre los adultos mayores cognitivamente no afectados. En este estudio de cohorte han tomado parte 257 participantes casados, viudos y solteros de la cohorte longitudinal del Harvard Aging Brain Study para determinar si el estado de viudez y el nivel de β-amiloide cerebral (proteína patológica de la enfermedad de Alzheimer) se asocian de forma aditiva o interactiva con el deterioro cognitivo entre los adultos mayores cognitivamente no afectados.

Para ello se sometieron a una evaluación inicial de los niveles de amiloide β neocortical utilizando el Pittsburgh Compound B PET y cuatro evaluaciones cognitivas anuales. Los datos se recopilaron de septiembre de 2010 a febrero de 2017 y se analizaron de julio de 2018 a julio de 2019. El rendimiento cognitivo se midió utilizando el compuesto cognitivo preclínico de Alzheimer.

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La viudez puede ser un factor no reconocido que contribuye a la progresión clínica del Alzheimer

En comparación con los participantes casados, los participantes viudos mostraron mayor un deterioro del rendimiento cognitivo después de ajustar por edad, sexo, estado socioeconómico, depresión y niveles de β-amiloide. No se observaron diferencias entre los participantes casados ​​y solteros. Además, los participantes viudos con niveles basales más altos de β-amiloide mostraron un deterioro cognitivo más pronunciado, lo que indica asociaciones independientes e interactivas de los niveles de β-amiloide entre la viudez y la cognición. En un modelo secundario que utilizó grupos dicotómicos de β-amiloide/estado civil, la tasa de deterioro cognitivo entre los participantes viudos con alto β-amiloide fue casi 3 veces más rápido que entre los participantes casados ​​con alto β-amiloide.

En conclusión, los niveles altos de β-amiloide se asociaron con el deterioro cognitivo en todos los grupos matrimoniales durante los 3 años de observación, con una tasa de disminución mucho más pronunciada entre los participantes que enviudaron. El grupo viudo con alto contenido de β-amiloide el deterioro cognitivo fue 3 veces más rápido que el grupo casado con alto contenido de β-amiloide, independientemente de la edad, el sexo, el estado socioeconómico y la depresión. Las trayectorias cognitivas también diferían entre los participantes casados ​​y viudos con bajo nivel de β-amiloide, apuntando a asociaciones, tanto independientes como sinérgicas, de viudez y niveles de β-amiloide con la cognición a lo largo del tiempo. No hubo diferencias en los resultados cognitivos entre los participantes casados ​​y solteros, es decir, no viudos.

Estos hallazgos ilustran la importancia de la viudez como un factor de riesgo clínicamente relevante para el deterioro cognitivo, una asociación en gran parte desconocida, y proporcionan nueva evidencia de que los hombres y las mujeres viudas son un subgrupo distinto de adultos mayores que son particularmente susceptibles a la progresión en la Enfermedad de Alzheimer temprana. Los investigadores destacan también que los adultos mayores viudos, tanto hombres como mujeres, son un grupo demográfico grande y fácilmente identificable que puede tener un alto riesgo de deterioro cognitivo relacionado con el Alzheimer y merecen investigación y atención clínica.

La muerte de un cónyuge se considera uno de los eventos vitales más estresantes. Las secuelas tempranas incluyen sentimientos dolorosos de pérdida, tristeza y trastornos del sueño, particularmente en el contexto de síntomas depresivos mayores. También supone una sobre-excitación fisiológica, manifestada como mayor frecuencia cardíaca, presión arterial sistólica más alta y elevación en el nivel de cortisol en la mañana en la sangre, síntomas que también pueden ocurrir y persistir durante meses después de la pérdida conyugal. Otros cambios reportados incluyen aumento de la activación plaquetaria, niveles más altos de citocinas proinflamatorias y alteraciones en respuesta inmune celular.

Por todo ello, el riesgo de infarto de miocardio, accidente cerebrovascular, síndrome coronario no agudo y embolia pulmonar se eleva en los días y meses posteriores a la pérdida conyugal. Estas alteraciones conductuales, cardiovasculares e inflamatorias tempranas pueden interactuar de manera plausible o actuar en paralelo con procesos neurodegenerativos, como el Alzheimer, para reducir el umbral de deterioro cognitivo. Además, la muerte de un cónyuge puede suponer una pérdida crítica de intimidad, sentido, compañía y apoyo cotidiano. Esta pédida de relaciones cercanas tienen el potencial de aumentar los efectos fisiológicos y psicológicos del estrés y disminuir las oportunidades para la estimulación cognitiva. Sin embargo, se sabe relativamente poco de las secuelas conductuales o fisiológicas más allá de este período inicial y cómo dichos cambios podrían relacionarse específicamente con el deterioro cognitivo continuo.

Las personas interesadas pueden acceder aquí a este estudio publicado en Jama Network.