Un artículo de Laura Aulinas Quintana,
Enfermera Centro Sociosanitario Fundación Hospital de Olot y comarcal de la Garrocha
y miembro de la Comisión de Geriatría del Colegio Oficial de Enfermeras de Girona (COIGI)

Quisiera dedicar estas líneas a todo el personal que formamos parte del Sociosanitario en el Hospital de Olot y Comarcal de la Garrotxa (HOCG), a los pacientes y a las familias que han confiado en nosotros, sobre todo durante aquellos días tan duros e intensos. Es para mí un gran honor, y también una gran responsabilidad, poder explicarme, siempre desde mi visión particular. Poder explicar cómo vivimos y cómo nos sentimos en aquellos primeros días. Se ha hablado mucho de los días difíciles que se vivieron en plantas de Agudos, UCIS … Me gustaría poner mi granito de arena y hacer hincapié en el trabajo realizado en nuestro centro sociosanitario.

El Sociosanitario del HOCG consta de dos plantas. Actualmente una de ellas está cerrada debido a cambios organizativos provocados por el Covid-19. El personal del Sociosanitario es un personal muy implicado, un grupo de personas que aquellos días lo dimos todo, como siempre hemos hecho.

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«Los pacientes sólo podían vernos los ojos, unos ojos que detrás de las gafas intentaban no demostrar lo que sentíamos, aprendimos a reír y a abrazar con la mirada». Fotografías: Martí Albesa

Actualmente, en la planta hay pacientes de LLE y de Convalecencia, la mayoría de ellos de más de  65 años. En la Unidad 1 hay 38 camas, casi siempre ocupadas. Son pacientes con pluripatología, pacientes frágiles con problemas médicos, psicológicos y sociales. El centro sociosanitario está ubicado en el mismo edificio del hospital de agudos, el Hospital de Olot y Comarcal de la Garrotxa, único sociosanitario de la comarca, con una capacidad de 72 camas, y en esta unidad en concreto hay 40 camas con una ocupación del 100%.

El hecho de que sean pacientes crónicos hizo que la situación fuera aún más angustiosa, y todos fuimos hacia una única dirección, queríamos proteger a estas personas, pero sin perder la esencia del cuidar. No podíamos alejarnos de los pacientes, y ellos tenían que notar que éramos los mismos de siempre. Fue difícil porque todos nosotros tenemos una vida privada con personas también frágiles a quien nos daba miedo contagiar. Vivíamos un doble miedo: el miedo de contagiar a nuestros pacientes y el miedo de contagiar a nuestra familia.

Era importante seguir trabajando en equipo, como siempre hemos hecho, mantener la energía y no perder el humor. Creo que lo conseguimos, y ahora, al recordarlo, nos damos cuenta de que atesoramos experiencias únicas que nunca hubiéramos pensado que viviríamos. Vivimos, dándolo todo y recibiendo mucho, situaciones de acompañamiento a la muerte: nunca podremos olvidar aquellos momentos, con la mirada nos lo decían todo, estuvimos allí, cercanos, dándoles las manos, hablándoles. Esas grandes personas con todo un gran pasado nos enseñaban a nosotros, a ser más fuertes, a ser más personas, nos dieron una gran lección de vida.

Si me preguntan qué recuerdo de aquellos primeros días de pandemia, me resulta difícil destacar algo. Fueron un conjunto de sentimientos mezclados y un poco confundidos, que aún afloran cuando pienso en aquello. Aparece el sentimiento de angustia, mucha angustia y miedo, angustia por el desconocimiento, ya que lo desconocido es algo que no podemos controlar. También recuerdo un sentimiento de protección, de querer proteger a todas aquellas personas que teníamos entonces ingresadas en el Sociosanitario. Recuerdo el silencio en un lugar donde unos días antes todo era actividad, lleno de personas que deambulaban por los pasillos de la planta, se paraban y charlaban entre ellos y con el personal. Nunca hubiéramos pensado que podría pasar lo que viviríamos unos días después. Los equipos de Epis ocupaban el lugar donde días atrás estaban los andadores, las sillas de ruedas…

La planta del Sociosanitario estaba llena aquellos días del mes de marzo. Llena de personas, la mayoría pacientes geriátricos, con pluripatología, pacientes frágiles. Cuando empezamos a oír hablar del virus no le dimos gran importancia. A nosotros no nos pasará esto, aquí no llegará este virus, decíamos. Un día por la mañana empezamos a ver compañeras tosiendo, se sentían cansadas y con malestar. Entonces empezaron a hacerse pruebas, y comenzaron a salir resultados positivos. Cada día había alguien que enfermaba, los pacientes también empezaron a tener síntomas, diarreas, fiebre, tos… TODOS positivos en Covid, se nos heló la sangre … ganas de llorar, impotencia, pero también mucha fuerza para afrontar aquello que era tan desconocido para todos. Cada día era todo nuevo, todo cambiaba por momentos, por minutos. De repente nos encontramos vistiendo cada día con epis. Era todo un ritual, al principio era todo muy angustioso, tenías miedo de contagiarte, pero con los días también se convirtió en parte de nuestra rutina.

Los pacientes sólo podían vernos los ojos, unos ojos que detrás de las gafas intentaban no demostrar lo que sentíamos, aprendimos a reír y a abrazar con la mirada. En cuestión de momentos nosotros nos convertimos en sus familias, éramos su apoyo cuando estaban tristes o se sentían solos. Ellos tenían miedo y se encontraban mal y nosotros intentábamos darles ánimos y fortaleza… éramos todo lo que tenían, y nosotros teníamos que demostrar lo que significa la palabra CUIDAR. Los cuidamos, estuvimos con ellos cuando estaban nerviosos, cuando no querían comer, cuando tenían fiebre … Y lo conseguimos.

Las videollamadas de cada día les daban un momento de alegría, eran momentos muy emotivos. Veías la cara de miedo de las familias y a la vez la alegría de poder ver a sus familiares tan bien cuidados, como nos decían ellos. En nuestra planta casi todo el mundo superó el virus: un grupo de valientes, y una gran satisfacción para nosotros haber podido formar parte de esta victoria. Nunca olvidaremos aquellos momentos que pasamos con ellos, donde detrás de las gafas intentábamos dar esperanza y alegría. Un tiempo duro pero inolvidable, aunque en algunos momentos sea difícil poder recordar. Un tiempo que nos dio la razón en nuestra convicción: lo más importante de nuestra profesión no sólo es curar, es a veces curar y siempre cuidar.

¿Qué nos queda? ¿Qué hemos aprendido?

Personalmente he aprendido a valorarme más, a dar más importancia al trabajo que hago, que lo que hago día a día es una esperanza para otras personas. He aprendido a saber escuchar más, y dar muchísimo valor a nuestro trabajo.

La vida es frágil, y quién más puede decirlo somos nosotros, los que vivimos cada día situaciones de vida y de muerte. Momentos de alegría y momentos de tristeza y desesperanza. Nos queda el recuerdo, el recuerdo de todos aquellos días, debemos ser felices y ayudar a los demás a ser felices.