Un artículo de Joaquín Mateu Moya,
Doctor en Psicología Clínica y Director del Máster Oficial en Gerontología y Atención Centrada en la Persona de la Universidad Internacional de Valencia (VIU)
Aunque la vejez es una etapa de la vida llena de oportunidades, no debemos obviar que a medida que la vida transcurre va aumentando la probabilidad de transitar por periodos de enfermedad. Así pues, el diagnóstico de patologías graves y/o crónicas supone un reto para la persona mayor que puede tensar su salud física y emocional, especialmente si no existe una red de apoyos suficientemente sólida.
Comprender cómo se afronta tal situación en esta etapa es fundamental, no solamente para los profesionales sanitarios, sino también para quienes habrán de vivirla y para quienes los acompañarán. Este será, precisamente, el objetivo del presente artículo.

La vivencia emocional de la enfermedad crónica
Las enfermedades crónicas suponen un desafío extraordinario en la persona mayor, dado que conforman un periodo de pérdida trascendental. La salud de la que pudo disfrutarse muchos años pasa súbitamente a verse cuestionada, lo que altera de un modo profundo el autoconcepto y las expectativas de futuro. Es natural que en este momento surja un miedo vertiginoso a cómo discurrirán las cosas y que la persona se pueda sentir desamparada, por lo que se necesita mucha sensibilidad y recursos sociales o materiales suficientes.
De entre todos ellos, los recursos sociales son sin duda los más importantes. No en vano, la soledad indeseada en el contexto de la enfermedad impacta intensamente en la adherencia a los tratamientos y en la esperanza de vida. Por tanto, es esencial que la familia y los allegados se muestren comprometidos y proporcionen su ayuda al ser querido, proveyendo espacios propicios para conversar sobre miedos o sobre inseguridades y evitando actitudes paternalistas que lo priven de la oportunidad de conversar con sinceridad respecto a sus sentimientos.
Los profesionales sanitarios tienen también aquí un papel esencial, pues es común que se desdeñe la relevancia del diagnóstico bajo el argumento de que “a su edad estas cosas son normales”. Tal forma de abordar el problema supone un edadismo que deshumaniza a la persona y que la hace sentir despojada de recursos y estrategias para seguir adelante.
El papel de los edadismos en la enfermedad crónica
Los edadismos, entendidos como prejuicios que la sociedad mantiene hacia otros con el exclusivo argumento de su edad cronológica, también influyen intensamente en las experiencias de la persona mayor que lidia con la enfermedad. Eso es así muy en especial cuando la idea edadista es considerada como verdadera y la persona la incorpora como un rasgo propio de sí misma, fenómeno que en los últimos años se ha acuñado como “autoestigma”.
En esos casos, puede aparecer la creenciade que uno es una “carga” para otros, barrera psicológica que se relaciona con la depresión mayor y la ideación suicida, y que además se exacerba cuando existen limitaciones en la autonomía funcional o cuando concurre una soledad indeseada.
Lo verdaderamente cierto, allende las ideas apriorísticas que pudieran mantenerse al respecto, es que las personas mayores atesoran la capacidad de lidiar con todas estas dificultades. Necesitan, eso sí, los recursos de afrontamiento adecuados.
El afrontamiento de la enfermedad crónica en la vejez
Ya sabemos que las enfermedades crónicas suponen un reto importante y que este puede ser todavía de mayor magnitud cuando concurren situaciones tales como el autoestigma, la soledad o las limitaciones funcionales. No obstante, hay evidencia muy abundante de la utilidad de ciertas estrategias, las cuales pasamos a resumir.
La primera de todas tiene que ver con la dimensión emocional, más concretamente con la importancia de aceptar la presencia de la enfermedad e integrar los cambios en el día a día que impondrá. Se trata de un proceso de duelo que requerirá tiempos diferentes para cada cual, por lo que no debe encorsetarse en absoluto. En el caso de que sea necesario, puede ser útil la búsqueda de ayuda profesional o también la participación en grupos de apoyo (en los que pueda sentirse la cercanía de quienes pasan por situaciones semejantes).
Esta primera estrategia logrará que estemos en mejor disposición para seguir todas las indicaciones del médico respecto al tratamiento, con un especial énfasis en los cambios en los hábitos cotidianos (dirigidos a promover la salud) y la adherencia a la posología de los medicamentos que nos puedan ayudar a reducir los síntomas o a evitar complicaciones.
En este punto, será esencial no abandonar las rutinas que siempre dieron sentido a nuestro día a día e incorporar o desarrollar actividades que nos agraden y que estimulen el bienestar. En el caso de que sea posible, contar con personas comprometidas y que deseen acompañarnos hará que estos cambios se integren con mayor naturalidad.
En definitiva, la resiliencia del ser humano es un atributo que no se deteriora con el paso de los años, sino que incluso suele fortalecerse. La persona mayor alberga la potencialidad de trascender todas estas dificultades; aun cuando se precisa de una sociedad sensible y de un entorno social consciente del papel que representa ante este desafío sanitario y humano.