Un artículo de Carmen Bonilla Gómez, enfermera Fundación Hospitalarias Palencia

No es lo mismo olvidar el nombre de alguien de vez en cuando que notar como la memoria, la atención o el lenguaje van fallando hasta interferir en la vida diaria. Hablamos de un proceso que puede ir desde un deterioro cognitivo leve (DCL), es decir, pequeños cambios que no impiden vivir de forma independiente, hasta las demencias más avanzadas, donde las capacidades necesarias para manejarse solo se van perdiendo poco a poco.

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Para la prevención del deterioro cognitivo se deben adoptar hábitos cotidianos que, a lo largo del tiempo, moldean la salud del cerebro

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la demencia como un síndrome progresivo que afecta la memoria y otras funciones mentales, modificando la forma en que una persona piensa, siente y se relaciona con su entorno.

Este deterioro cognitivo puede aparecer por distintas causas, muchas veces entrelazadas, entre las que se encuentran:

  • El envejecimiento y la biología. Con los años, las neuronas y las conexiones cerebrales se van transformando. Envejecer no implica necesariamente desarrollar una demencia, pero sí aumenta la vulnerabilidad.

  • Las enfermedades neurodegenerativas. El deterioro cognitivo puede ser el primer aviso de distintas demencias. La más conocida es el Alzheimer, pero también existen la demencia vascular, la demencia con cuerpos de Lewy o la degeneración frontotemporal.

  • Los factores vasculares y metabólicos. Problemas como la hipertensión, la diabetes, el tabaquismo, la obesidad o los accidentes vasculares aumentan el riesgo, aunque lo positivo es que muchos de estos factores pueden prevenirse o controlarse.

  • Otras causas reversibles. Deficiencias de vitamina B12, problemas de tiroides, efectos secundarios de medicamentos, depresión, consumo de alcohol o golpes en la cabeza también pueden afectar la memoria. En algunos casos, mejorar la causa puede revertir el deterioro.

  • El estilo de vida y lo social. Un bajo nivel educativo, el aislamiento, el sedentarismo o la falta de estimulación mental pueden reducir lo que se llama la reserva cognitiva, es decir, la capacidad del cerebro para compensar los daños.

Pero la prevención del deterioro cognitivo no se logra con una fórmula mágica, sino con hábitos cotidianos que, a lo largo del tiempo, moldean la salud del cerebro. Las directrices internacionales, como las de la OMS y los planes nacionales de salud, coinciden en algunas claves que van en relación con las causas que pueden provocar ese deterioro cognitivo:

  • Cuidar el corazón para cuidar el cerebro. Mantener a raya la presión arterial, la glucosa y el colesterol, además de dejar el tabaco, no solo protege el sistema cardiovascular: también reduce el riesgo de demencia.

  • Moverse más. El ejercicio regular, especialmente el aeróbico, mejora la memoria, el estado de ánimo y la función cognitiva en general.

  • Seguir aprendiendo. Leer, estudiar, mantener aficiones, aprender cosas nuevas o simplemente conversar y socializar son formas poderosas de mantener activo el cerebro.

  • Comer bien. Las dietas saludables, especialmente la mediterránea, se asocian a un menor deterioro cognitivo.

  • Evitar lesiones y excesos. Protegerse de caídas y moderar el consumo de alcohol son medidas sencillas pero efectivas.

Cuidar la mente no es solo tarea individual. Los planes de salud pública en España y las recomendaciones de la OMS buscan que la prevención sea un objetivo colectivo, fomentando entornos que favorezcan el envejecimiento saludable.

Hoy por hoy no existe una cura definitiva para la mayoría de las demencias, pero sí tratamientos e intervenciones que pueden aliviar síntomas, ralentizar la evolución y mejorar la calidad de vida, entre los que se encuentran los tratamientos farmacológicos, intervenciones no farmacológicas como la estimulación cognitiva y el trabajo en equipo desde un abordaje multidisciplinar.

No hay que olvidar que detrás de cada persona con deterioro cognitivo suele haber un cuidador, muchas veces un familiar, encargado de las rutinas, los tratamientos, el ánimo. Su papel es esencial y, al mismo tiempo, uno de los más duros.

En lo práctico, deben gestionar medicación, adaptar la casa, acompañar a las citas médicas, cuidar la alimentación y mantener rutinas seguras. Pero también hay una parte emocional: saber comunicarse con afecto, validar las emociones, evitar confrontaciones y mantener la dignidad de la persona cuidada. Son habilidades que se aprenden con tiempo, formación y mucha empatía.

Cuando surgen conductas difíciles como agitación, rechazo a la comida, deambulación…, las guías actuales recomiendan primero estrategias no farmacológicas: adaptar el entorno, ofrecer actividades estructuradas y mantener una comunicación tranquila. Los medicamentos deben usarse solo si el riesgo o el sufrimiento lo justifican.

Y no hay que olvidar una regla de oro: quien cuida también necesita cuidados. El agotamiento, la tristeza o el aislamiento son comunes entre cuidadores. Buscar apoyo, compartir tareas, descansar y cuidar de la propia salud son pasos imprescindibles para poder seguir cuidando con calidad y cariño.

Para finalizar, el deterioro cognitivo es un problema creciente en España y lo será́ aún más con el envejecimiento de la población. Detectarlo a tiempo, fomentar hábitos saludables, ofrecer tratamientos adecuados y apoyar a los cuidadores son las mejores herramientas para mitigar su impacto.

Porque, al final, cuidar la memoria, tanto la propia como la ajena, no es solo una cuestión médica, sino un acto de humanidad compartida.