Un artículo de Fundación Siel Bleu

En el contexto del envejecimiento activo y saludable, cada vez más profesionales del ámbito geriátrico coinciden en la necesidad de incorporar terapias no farmacológicas que promuevan la autonomía, el bienestar emocional y la prevención de riesgos físicos en los mayores. 

Entre estas intervenciones, el entrenamiento de las Actividades de la Vida Diaria (AVD) destaca como una estrategia altamente eficaz para prevenir caídas, fracturas de fémur y cirugías de cadera, principales causas en la pérdida de autonomía de los residentes.

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Cuando el entrenamiento parte de lo cotidiano se convierte en una herramienta para mejorar la calidad de vida real

¿Por qué entrenar las Actividades de la Vida Diaria?

Las AVD incluyen tareas básicas como levantarse de la cama, asearse, vestirse, caminar, preparar alimentos o utilizar el baño. 

“Estos gestos cotidianos son esenciales para mantener la autonomía funcional”

El proceso de envejecimiento, acompañado a menudo de sarcopenia, deterioro del equilibrio y falta de confianza, puede hacer que estas actividades se vuelvan difíciles o incluso imposibles sin ayuda. Al entrenarlas de forma específica, se trabaja directamente sobre:

  • La fuerza muscular de los grandes grupos implicados en el movimiento
  • El equilibrio postural y la coordinación motora, claves en la prevención de caídas
  • La movilidad articular y la agilidad funcional
  • La confianza en las propias capacidades, que influye de forma directa en la actividad diaria

Y, sobre todo, se consigue algo esencial: darle sentido al ejercicio. Porque cuando el entrenamiento parte de lo cotidiano, deja de ser una rutina abstracta y se convierte en una herramienta para mejorar la calidad de vida real.

Medir la funcionalidad con Barthel 

Para evaluar el nivel de autonomía en las AVD, el Índice de Barthel es una herramienta clínica fundamental. Mide la capacidad de una persona para realizar 10 actividades básicas, asignando una puntuación total de 0 a 100. Cuanto mayor es la puntuación, mayor es el grado de independencia.

Este instrumento permite a los profesionales:

  • Establecer un punto de partida claro antes de iniciar el programa 
  • Diseñar intervenciones personalizadas según las necesidades reales de cada paciente  
  • Medir la eficacia del programa terapéutico a lo largo del tiempo 
  • Comunicar de forma objetiva los avances o retrocesos a familias, cuidadores y equipos médicos

El Barthel, por tanto, no solo es una escala de evaluación: es una guía práctica para orientar la intervención funcional en entornos residenciales, hospitalarios o domiciliarios.

Disfrutar del ejercicio: una condición para su eficacia

Para mejorar el Índice de Barthel, el ejercicio es una pieza fundamental. Sin embargo, en muchos casos, las personas mayores lo rechazan por considerarlo monótono, extenuante o alejado de sus intereses. Por eso, proponerles entrenar mediante actividades que ya conocen, que les gustan y que les devuelven autonomía, hace que cambie la percepción.

El disfrute es clave para la adherencia. Si una persona mayor disfruta practicando cómo subir escaleras, trasladar objetos o mantenerse en equilibrio al vestirse, es más probable que repita esos movimientos en su día a día. Esta repetición consciente refuerza los aprendizajes funcionales, mejora la condición física y contribuye directamente a reducir el riesgo de accidentes.

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El entrenamiento de las Actividades de la Vida Diaria (AVD) es una estrategia altamente eficaz para prevenir la pérdida de autonomía

La evidencia científica de los estudios OSSEBO y HAPPIER

La eficacia del entrenamiento funcional basado en AVD no es solo teórica; está respaldada por investigaciones sólidas.

  • Estudio OSSEBO (2011)
    Publicado en el BMJ, este ensayo clínico aleatorizado y controlado involucró a más de 700 mujeres mayores de 75 años. El programa de intervención, basado en ejercicios funcionales y de equilibrio, logró reducir significativamente la tasa de caídas y lesiones graves. Los autores destacaron que la práctica regular de movimientos relacionados con la vida diaria (como sentarse, levantarse, girar o caminar) fue determinante en los resultados obtenidos.
  • Estudio HAPPIER (2020)
    Esta investigación, centrada en centros residenciales, evaluó el impacto de un programa lúdico de AVD en personas mayores con diferentes grados de dependencia. A lo largo de 12 semanas, se observaron mejoras significativas en movilidad, autoestima, interacción social y, sobre todo, en la percepción de control sobre la propia vida. El enfoque terapéutico incorporó elementos de juego, música y trabajo grupal para estimular no solo lo físico, sino también lo emocional y social.

Funcionalidad, autonomía y calidad de vida

Por tanto, el entrenamiento de las Actividades de la Vida Diaria es mucho más que ejercicio físico. Es una terapia no farmacológica que potencia la autonomía, mejora la autoestima, previene complicaciones físicas graves y refuerza la sensación de control sobre la vida cotidiana. Porque cuando se entrena desde lo cotidiano, se entrena para vivir. Y cuando se hace con placer, el hábito se convierte en salud.