Un artículo de Juan Isidro Menéndez
Gerontólogo y terapeuta ocupacional
Director de la residencia geriátrica El Sueve
Coordinador de la comisión nacional de gerontología del CGCTO
Miembro del grupo de trabajo de HUB Alzheimer
En las líneas siguientes expondremos las diferentes fases del deterioro cognitivo según la escala Global Deterioration Scale (GDS) de Reisberg. Recogeremos las capacidades que se ven afectadas en la esfera cognitiva de la persona y resumiremos la información eminentemente clínica pero también, historia mediante, veremos en qué se traduce esto cuando la demencia irrumpe en la vida de una persona.

Fase 1.
En inicio, la mente conserva sus facultades. La persona hace sus cuentas, recuerda sus deberes sin fisuras y se orienta en su entorno con la eficacia habitual. Ejerce la autonomía e independencia a pleno rendimiento y no existe ningún problema en el desempeño ocupacional de las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria (ABVD y AIVD, respectivamente).
Fase 2.
Un levísimo deterioro surge. En este punto el deterioro se considera parte del envejecimiento fisiológico y algo propio de la edad. No nos sorprende el despiste pasadas las nueve décadas, por ejemplo. Se olvida el sitio en el que se dejaron las llaves, un nombre o una palabra tarda algo más de lo acostumbrado en venirnos a la boca. Son la clase de lapsus que pueden aparecer, no por un fallo en la memoria, sino por un problema de atención. Es algo que, si bien es más habitual en mayores, también puede darse en jóvenes.
Enedina no recuerda si compró el café, tal y como apuntó en la lista de la compra ésta mañana. Cree que lo hizo, pero no está segura. Sí recuerda que el café lo pidió su nieto, Armando, quien no es capaz de recordar la lección que debe aprenderse para su examen. Su dificultad para memorizar viene dada por un déficit atencional, resultado del mal uso de las redes sociales y una práctica excesiva del “scrollin”.
Fase 3.
El levísimo deterioro fisiológico se convierte en Deterioro Cognitivo Leve (o DCL), de carácter patológico (en la literatura existe discrepancia a este respecto) y que con frecuencia constituye la carta de presentación de una enfermedad neurodegenerativa, como el Alzheimer. Aparecen las conversaciones repetidas o la desorientación temporal y/o espacial.
Enedina, cocinera desde hace 60 años, tiene la “carne borracha” como su receta estrella. Éste plato es, básicamente, carne al vino. Hoy, en vez de echar un vaso, ha echado una botella entera. Cuando se percata del error, se ruboriza. Su familia bromea, restándole importancia: “¡ya no es necesario comprar bombones de licor!” Con todo, recuerda que la semana pasada le dijeron que en una misma conversación ofreció café cuatro veces.
Fase 4.
El deterioro leve pasa a moderado. Aún es posible vivir en el domicilio, pero comienzan los problemas en la planificación de tareas y el mantenimiento de la casa. Las AIVD pueden resultar complejas, si bien las ABVD aún se desempeñan correctamente.
Enedina se perdió la semana pasada. No recordó como volver a casa después de salir a comprar. Ése episodio le creó cierto miedo a salir al exterior y ahora, pide a domicilio, cosa que llama la atención de su hija, María, a quien no le ha confesado el motivo. Sospecha algo, pero cuando la visita, no aprecia nada llamativo en su casa. Está limpia y ordenada.
Enedina cuidó tanto de sus padres como de sus hijos, y es una mujer que no aceptará ni admitirá fácilmente las dificultades que ahora presenta.
Fase 5.
Ésta fase suele constituir el punto de inflexión. La desorientación es notable y notoria. Las ABVD pueden verse afectadas e irrumpe la dependencia, la necesidad de apoyo y de la prescripción de terapia ocupacional. El ingreso en una residencia geriátrica es la opción más recomendable.
Hoy, Enedina no ha sido capaz de recordar el nombre de su nieto. Días antes, una calurosa tarde de julio, la encontraron en casa con bufanda. Se defendió diciendo que tenía frío y su familia, dubitativa, lo dejó correr. Han comprobado que ya no toma su medicación, porque los cajetines están llenos. Tienen una conversación con ella y acepta, no sin reticencia, ir a una residencia.
Fase 6.
En la sexta fase el deterioro cognitivo es grave. La desorientación ya no es únicamente temporal o espacial, sino que puede afectar a la identidad. Según la naturaleza de la enfermedad, la personalidad puede verse alterada (desinhibición en quien fue comedido, por ejemplo). La comprensión y la expresión pueden verse afectadas.
Ésta tarde han evaluado a Enedina en la residencia. El terapeuta ocupacional utilizó el Mini Mental State Examination (MMSE). Los resultados arrojados muestran deterioro de la orientación, el recuerdo diferido e inmediato, la atención, el cálculo y la denominación. Sus frases son breves, sencillas y, en ocasiones, inconexas. Pese a todo comprende las indicaciones sencillas que se le dan. Disfruta mucho de los talleres de musicoterapia y de la compañía de residentes y trabajadores.
Fase 7.
La última fase suele suponer una dependencia absoluta (administrativamente, un grado III). La persona precisa asistencia en las actividades más básicas, como el uso del servicio o el vestido. El enfoque rehabilitador es sustituido por el mantenimiento y se prima la calidad de vida a la funcionalidad.
Enedina descansa en su butaca buena parte de la jornada. Suele responder con una sonrisa a los comentarios que se le hacen y, si bien su vida ahora es más sedentaria, conserva un buen apetito. Necesita ayuda para la práctica totalidad de las actividades, aunque aún conserva cierta destreza en el uso de cubiertos (si bien es necesaria la supervisión y apoyo puntual). Aún no necesita espesantes. Su rostro transmite placidez, y cuando se le pregunta si está cómoda donde está (en su sillón, con música de fondo y mirando el verde a través de la ventana), asiente con una franca sonrisa.
Conclusiones
Resulta complejo condensar sin errores u omisiones la gran variedad de escenarios que pueden darse según al persona y sus circunstancias. Con todo, desde la visión del terapeuta ocupacional, está claro que patrón de pérdida de independencia y autonomía conforme avanza la enfermedad y se suceden las fases. Y si bien resulta inexorable, no se debe incurrir en error: la pérdida de funcionalidad no implica una pérdida en la calidad de vida, o al menos, no indefectiblemente y no totalmente.
Sólo con empatía podremos comprender lo difícil que resulta la transición de cuidador a cuidado y de autónomo a heterónomo, pero justo utilizando ése medio, podremos brindar a nuestros mayores la atención que se merecen y la que el día de mañana querremos para nosotros.