Un artículo de la Dra. Verónica Saldaña Ortiz,
Profesora Grado en Enfermería en la Universidad Europea de Madrid
La musicoterapia se ha consolidado en los últimos años como una de las terapias complementarias más valiosas para la atención de las personas mayores, especialmente en contextos de enfermedad crónica, fragilidad y situaciones de alta vulnerabilidad emocional.
Su impacto no se limita a un mero acompañamiento sonoro: constituye una intervención terapéutica estructurada que utiliza la música y sus elementos —ritmo, melodía, armonía, silencio— para promover la salud, aliviar el sufrimiento y favorecer la expresión emocional cuando las palabras a veces ya no encuentran espacio.

Comprender la musicoterapia desde una mirada humanista implica reconocer que, en el ser humano, la música es memoria, identidad, biografía y vínculo. Las personas mayores, especialmente aquellas que atraviesan procesos complejos de salud, encuentran en la música un puente hacia experiencias significativas de su vida, hacia recuerdos que permanecen intactos y que les devuelven un sentido de continuidad en momentos en los que el cuerpo y el entorno les imponen límites. La música les permite reconectar con su historia, reafirmar su dignidad y sentirse vistos más allá de su condición clínica.
La base terapéutica de la musicoterapia se sustenta en su capacidad para modular el estado fisiológico y emocional. Los estudios realizados en unidades de hospitalización, residencias y cuidados paliativos muestran que sesiones estructuradas de musicoterapia pueden disminuir la frecuencia cardiaca, reducir la percepción del dolor, mejorar la tolerancia a procedimientos invasivos y favorecer un estado de relajación profunda.
A nivel emocional, actúa como un canal para expresar miedo, tristeza, incertidumbre o soledad, aspectos que a menudo quedan silenciados en las personas mayores por barreras culturales, por falta de espacios adecuados o por un sistema sanitario que prioriza lo físico frente a lo experiencial.
En mi tesis doctoral, centrada en musicoterapia en cuidados críticos, se demuestra que incluso en entornos altamente tecnológicos y exigentes como la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), la música puede humanizar la experiencia del paciente y de su familia.
Esta evidencia es extrapolable al ámbito geriátrico: la musicoterapia ofrece un respiro dentro de tratamientos prolongados, hospitalizaciones frecuentes o procesos degenerativos. La música actúa como un bálsamo que reconoce que, detrás de cada diagnóstico, existe una persona con una vida rica en experiencias y un profundo deseo de conservar su identidad.
En las personas mayores, uno de los elementos más relevantes es la reminiscencia. La evocación de recuerdos mediante canciones significativas estimula áreas cerebrales relacionadas con la memoria autobiográfica, incluso en fases avanzadas de deterioro cognitivo. Muchos profesionales observan cómo personas con demencia, habitualmente desconectadas del entorno, recuperan la mirada, el gesto o la palabra al escuchar una melodía vinculada a momentos vitales importantes. Ese instante de lucidez emocional no es anecdótico: es terapéutico, porque reafirma su subjetividad y favorece la comunicación con el equipo y la familia.
Otro aspecto esencial es el acompañamiento emocional. La música permite sostener emociones difíciles sin necesidad de verbalizarlas. En situaciones de final de vida, por ejemplo, las sesiones de musicoterapia facilitan un espacio íntimo en el que la persona puede despedirse, expresar gratitud o simplemente sentirse acompañada sin invadir su silencio. Para la familia, la música contribuye a comprender el proceso, gestionar el duelo anticipado y fortalecer el vínculo afectivo en un momento de fragilidad.
En términos de bienestar, las personas mayores expresan de manera recurrente que la música les “alivia”, les “tranquiliza” o les “devuelve sensaciones positivas”. Esa percepción es fundamental porque la experiencia subjetiva del bienestar es un indicador clave en la calidad de vida. Desde el paradigma de cuidados integradores, la musicoterapia es una herramienta que alimenta la dimensión emocional y espiritual, frecuentemente olvidada en los modelos biomédicos.
Como profesionales de enfermería, nuestro rol es facilitar intervenciones que promuevan la autonomía, el confort y el acompañamiento respetuoso. La musicoterapia se alinea plenamente con estos principios: es no invasiva, adaptable, segura y centrada en la persona. La enfermera puede colaborar estrechamente con el musicoterapeuta, identificando canciones significativas, observando cambios conductuales, evaluando el impacto en el dolor o la ansiedad, y garantizando que la intervención se integre en un plan de cuidados holístico.
Es importante señalar que la musicoterapia no es “poner música” de forma indiscriminada. Se trata de una práctica clínica rigurosa, basada en objetivos terapéuticos concretos, con técnicas específicas como improvisación musical, escucha receptiva, canto, relajación guiada o creación de playlists personalizadas.
El musicoterapeuta diseña la intervención atendiendo a la condición de la persona, sus gustos, su historia y sus capacidades. Por ello, los resultados pueden ser tan profundos: porque la intervención nace de la individualidad y del respeto a la biografía.
En el ámbito comunitario y residencial, la musicoterapia también favorece la socialización, combate la soledad no deseada y mejora la motivación para participar en actividades. La música genera cohesión: invita a compartir, a recuperar la sensación de pertenencia y a reactivar la conexión con el entorno. Muchas personas mayores experimentan una mejora en el estado de ánimo, mayor participación y una disminución de conductas asociadas a agitación o apatía.
La música es una aliada para devolver dignidad, promover bienestar y humanizar los cuidados en todas sus dimensiones. Integrarla en la práctica clínica es avanzar hacia un modelo en el que la técnica no excluye la sensibilidad, y donde cada intervención respira humanidad.