Un artículo de Beatriz Ostalé,
Psicóloga en Centro Médico Complutense (Grupo Virtus)

“Mi madre es una mujer mayor, 87 años, y sin embargo parece que se haya convertido en una niña de 4. Hace un tiempo comenzó con algunos olvidos y salidas de tono puntuales, pero ahora ya apenas habla”. Este es un pequeño ejemplo de las situaciones diarias a las que se enfrentan las personas que cuidan de manera no profesional a algún familiar o persona dependiente cercana.

En España existe una cultura muy fuerte del cuidado en casa, lo que se conoce como cuidado informal. Esta tarea del cuidado recae de manera habitual en mujeres de mediana edad. Depende de quién sea la persona que necesita esta atención, la tarea de cuidar recae frecuentemente en la hija, la madre o la nuera de la persona dependiente. Bien es cierto que con los años la brecha de género en cuanto al cuidado va disminuyendo, pudiendo encontrar maridos, hijos, hermanos o padres que cuidan de sus seres queridos dependientes.

Pero ¿en qué consiste este cuidado? Algunas de las principales funciones que desarrollan este tipo de personas están relacionadas con movilizar a la persona dependiente de una estancia a otra, suministrar y administrar su medicación y asegurarse de que se la toma correctamente, ayudarle o realizar por ella las diferentes tareas de higiene. Entre otras de sus ocupaciones se incluyen las de gestionar citas y visitas al médico, tratando de seguir las indicaciones de los profesionales de la salud, así como gestionar la economía de la persona dependiente ,en caso de necesitarlo, o cualquier otra acción esencial para el día a día.

Sin embargo, el desempeño de estas tareas puede llegar a resultar en algunas ocasiones casi imposible debido a algunos síntomas de las enfermedades o trastornos mentales que tenga la persona dependiente en cuestión, por ejemplo, ataques de ira o de llanto, negativa a realizar ciertas tareas como ducharse o comer, desorientaciones de la persona, delirios y un largo etcétera.

Como se puede observar, la persona que cuida se somete a diario a un nivel altísimo de estrés, dado que es responsable de una persona desde que se despierta hasta que se duerme, sin apenas recursos, ayuda, remuneración, descansos, agradecimiento o valoración, con todo el esfuerzo físico, psicológico y/o económico que esto supone.

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La persona que cuida está sometida a diario a un nivel altísimo de estrés, que puede desembocar en el «síndrome del cuidador”

Las razones que llevan a una persona a decidir cuidar de otra en su propio domicilio pueden ser muchas, pero lo cierto es que en muchos casos se asume de manera automática ese papel de persona cuidadora principal. Por lo general suele ser por mandato social “como hija” o “como marido”, porque no hay recursos económicos suficientes para la contratación de otros servicios, por desconocimiento de las diferentes opciones o modalidades dentro del cuidado formal, o incluso por el mero hecho por considerar el cuidado informal en casa como la mejor opción.

Sea cual sea la razón, la realidad es que las personas que cuidan de personas dependientes presentan un riesgo muy elevado de presentar síntomas de ansiedad y depresión. Se llega un punto en el que “cuidar” es tan amplio y absorbente, que termina anulando a la propia persona, dejando sus propias necesidades sin cubrir o, incluso, renunciando a su propia vida (trabajo, amistades, rutinas, hobbies, incluso vivienda) para cuidar.

La entrega que supone, en comparación con la consideración, valoración y ayuda económica, muchas veces nula, puede resultar a largo plazo desesperante para la persona que cuida, que cada vez se sienta más aislada, más desprotegida y menos tenida en cuenta. Tanto es así que desde la Psicología se ha denominado a esta situación “el síndrome del cuidador”, una especie de síndrome del quemado o “burnout”, ya conocido y popular en el ámbito del trabajo, pero específico de la tarea de cuidar.

Para paliar los efectos de este síndrome o para prevenir su aparición es importante dotar de un espacio específico para que la persona que cuida pueda cuidarse. Los grupos terapéuticos o grupos de apoyo para personas que cuidan son un espacio seguro en el que compartir preocupaciones, vivencias, dolores, dificultades o conflictos derivados del cuidado. En este espacio se encuentra el profesional de la salud que dinamiza o modera las intervenciones de los diferentes miembros del grupo al tiempo que trata desde el punto de vista de la salud mental las diferentes problemáticas o inquietudes que van surgiendo. Por ello, conscientes de la importancia de cuidar al cuidador, desde el área de psicología de Centro Médico Complutense, Grupo Virtus, podemos ayudar a las personas que cuidan: fomentando el autocuidado. Porque lo que no se tiene no se puede dar. Para poder cuidar de una manera adecuada tenemos que atender también a nuestro propio cuidado.