Un artículo de la Dra. Mª Luisa Delgado Losada,
Profesora del Departamento de Psicología Experimental, Procesos Cognitivos y Logopedia de la Universidad Complutense de Madrid
Miembro del Grupo de Trabajo de Psicogerontología de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.

La soledad se ha convertido en un tema de creciente preocupación, tanto en los medios de comunicación como desde el punto de vista social y de salud pública. La soledad es un fenómeno natural, una experiencia personal y subjetiva, que puede afectar a cualquier persona y acontecer en cualquier etapa del ciclo vital (Peplau & Perlman, 1982).

La soledad, es un sentimiento subjetivo de tener menor afecto y cercanía de lo deseado en el ámbito íntimo (soledad emocional), de experimentar poca proximidad a familiares y amigos (soledad relacional) o de sentirse socialmente poco valorado (soledad colectiva) (Cacioppo y Cacioppo, 2014; Ong, Uchino & Wethingtona, 2016). Esta distinción nos lleva a pensar que la soledad no es algo único, sino multidimensional.

La soledad no es el resultado directo de la ausencia de relaciones, sino la consecuencia de los sentimientos de insatisfacción con las relaciones sociales existentes o la ausencia de las mismas (de Jong Gierveld, Broese van Groenou, Hoogendoorn & Smit, 2009). La soledad no es una enfermedad, no es una disfunción psicológica (Nilsson, Lindstrom & Naden, 2006; Tiwari, 2013).

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El sentimiento de soledad es un factor de vulnerabilidad en las personas mayores

La soledad no es causada por vivir o estar solo. Vivir solo/a, estar solo/a y sentirse solo/a son conceptos diferentes. Vivir solo/a se refiere a la forma de convivencia, se trata de habitar un hogar en el que solo vive una persona. Estar solo/a, de forma deseada o no deseada, hace referencia al tamaño de su red social, a la frecuencia y densidad de sus contactos sociales que pueden ser medidos de manera objetiva. Finalmente, sentirse solo/a es un sentimiento subjetivo de tener menor afecto y cercanía de lo deseado.

Que las personas mayores puedan vivir solas supone un logro social para los países desarrollados, las condiciones de vida han permitido que lleguen con independencia física, psíquica, funcional y económica a esa etapa de la vida. Sin embargo, algunas circunstancias sobrevenidas como la pérdida de autonomía física o psíquica, las barreras arquitectónicas en el hogar y el vecindario, y la dificultad para seguir participando socialmente, pueden conllevar al aislamiento de la persona mayor. Por tanto, que las personas mayores vivan solos supone un reto tanto para la propia persona mayor y su entorno como para la sociedad, y un reto que hay que atender.

El proceso de envejecimiento viene acompañado de muchos cambios relacionados con eventos vitales que tiene lugar de forma habitual en esta etapa de la vida. La soledad en las personas mayores es una realidad que viene favorecida por diferentes factores. La primera causa es la retirada del ámbito laboral, lugar donde el individuo se nutre de numerosas relaciones sociales, y que requiere un reajuste en la vida de la persona. Pero, más que la jubilación, es el fallecimiento del cónyuge el suceso más relevante en la vivencia de soledad.

La viudedad, para quien había contraído matrimonio o vivía en pareja, suele ser, el principal desencadenante del sentimiento de soledad en las edades avanzadas. Otros factores asociados a la experiencia de soledad son la emancipación de los hijos, la pérdida de amigos y familiares de la misma generación, el divorcio o el fallecimiento de un/a hijo/a, o el diagnóstico de una enfermedad grave de la pareja.

En definitiva, el sentimiento de soledad es un factor de vulnerabilidad en las personas mayores, debemos dirigir nuestro foco de atención hacia esta realidad y analizar de manera global este fenómeno para llegar a un mejor entendimiento sobre la experiencia de soledad de las personas mayores.

Muchas investigaciones sobre la soledad se centran en identificar, mediante estudios transversales, aquellas variables que se vinculan a un mayor riesgo de soledad. Los hallazgos sugieren que los grupos con mayor riesgo de sentirse solos son: las mujeres, las personas más mayores, las personas no casadas o que no tienen una pareja confidente, las personas que viven solas, las personas que tienen niveles más bajos de estudios, las personas que tienen menos ingresos económicos y las personas que pertenecen a minorías étnicas.

Estas afirmaciones avaladas por los estudios pueden ser adecuadas como estrategia de detección de casos, pero desde luego no explican el por qué sienten soledad, no sirven para entender qué significa el sentimiento de soledad, lo único que hacen es favorecer el estigma sobre las personas que lo padecen.

Así por ejemplo, cuando se dice que la soledad suele ser más prevalente entre las mujeres, los estudios con metodologías de calidad donde se controlan factores como el estado civil, el nivel educativo o los problemas de salud, ponen de manifiesto como el sentimiento de soledad es mayor en los hombres (Dahlberg, et al., 2015).

La soledad es un fenómeno complejo que no solo tiene que ver con la edad. Si analizamos los estudios donde se relaciona la edad y el sentimiento de soledad, observamos que no hay un incremento lineal, sino una distribución en forma de U con niveles de soledad relativamente altos en las personas menores de 25 años y en las mayores de 55, frente a niveles más bajos en las edades intermedias (Lasgaard, Friis, & Shevlin, 2016; Luhmann & Hawkley, 2016; Nicolaisen & Thorsen, 2014).

Diversas investigaciones indican que las personas mayores son “más felices” que las jóvenes (al menos estadísticamente, por ejemplo, en el Eurobarómetro europeo). Existen evidencias científicas que avalan la “paradoja de la felicidad en la vejez”, que surge para ofrecer una explicación al fenómeno de que las personas a medida que envejecen van sufriendo una serie de pérdidas (la jubilación, los hijos se marchan del hogar, surgen más problemas de salud, el fallecimiento de seres queridos, la pérdida de la vitalidad física y el atractivo de la juventud y la madurez…) contrario a lo que cabría pensar, son capaces de percibir su vida de forma positiva (Carstensen, Fung & Charles, 2003).

Se han encontrado niveles más altos de bienestar subjetivo en los mayores comparativamente a jóvenes (Carstensen, Pasupathi, Mayr y Nesselroade, 2000; Mroczek y Kolarz, 1998). Labouvie-Vief, DeVoe & Bulka (1989), señalan como con los años se va adquiriendo cierta madurez emocional, lo que se asocia a una mejora en la revalorización cognitiva de los sucesos, un mayor ajuste y flexibilidad ante los acontecimientos estresantes. Las personas mayores en comparación con los jóvenes, presentan mejor manejo de situaciones conflictivas, mayor distanciamiento de éstas y capacidad de hacer una revalorización positiva de los hechos (Carstensen, Fung & Charles, 2003).

Todos estos factores posiblemente explicarían por qué a pesar de las múltiples pérdidas que se van dando con la edad, se encuentran altos niveles de satisfacción personal y menos sentimientos de soledad que los que cabría esperar desde el sentido común en comparación con las personas jóvenes.

El envejecimiento es un proceso gradual que facilita la adaptación a los cambios y permite vivir con satisfacción. La mayoría de las personas mayores cuentan con recursos suficientes para adaptarse a nuevas circunstancias, y será aquellas personas que tengan dificultades en ese proceso de adaptación quienes requieran de una intervención especial.

La evidencia científica pone de manifiesto una mirada más positiva hacia las personas mayores y al proceso de envejecimiento. El estigma social afecta muy negativamente al bienestar emocional, provoca aislamiento y soledad en las personas mayores. Se hace necesario diseñar estrategias e intervenciones que ayuden a prevenir y paliar el sentimiento de soledad, pero también se hace necesario un cambio en la mirada que la sociedad tiene hacia las personas mayores.

Referencias bibliográficas

Cacioppo, J.T., & Cacioppo, S. (2014). Social relationships and health: Thetoxic effects of perceived social isolation. Soc Personal PsycholCompass. 8:58-72. https://doi.org/10.1111/spc3.12087.

Carstensen, L., Fung, H. and Charles, S.T. (2003) Socioemotional Selectivity Theory and the Regulation of Emotion in the Second Half of Life. Motivation and Emotion, 27, 103-123. http://dx.doi.org/10.1023/A:1024569803230

Carstensen, L. L., Pasupathi, M., Mayr, U., & Nesselroade, J. R. (2000). Emotional experience in everyday life across the adult life span. Journal of personality and social psychology, 79(4), 644.

Dahlberg, L., Andersson, L., McKee, K. J., & Lennartsson, C. (2015). Predictors of loneliness among older women and men in Sweden: A national longitudinal study. Aging & mental health, 19(5), 409-417. https://doi.org/10.1080/13607863.2014.944091

de Jong-Gierveld, J., Broese Van Groenou, M. I., Hoogendoorn, A. W., & Smit, J. H. (2009). Quality of marriages in later life and emotional and social loneliness. Journals of Gerontology. Series B: Psychological Sciences and Social Sciences, 64B(4), 497- 506. https://doi.org/10.1093/geronb/gbn043

Labouvie-Vief, G., DeVoe, M., & Bulka, D. (1989). Speaking about feelings: Conceptions of emotion across the life span. Psychology and Aging, 4(4), 425–437. https://doi.org/10.1037/0882-7974.4.4.425

Lasgaard, M., Friis, K., & Shevlin, M. (2016). “Where are all the lonely people?” A population-based study of high-risk groups across the life span. Social psychiatry and psychiatric epidemiology, 51(10), 1373-1384. https://doi.org/10.1007/s00127-016-1279-3

Luhmann, M., & Hawkley, L. C. (2016). Age differences in loneliness from late adolescence to oldest old age. Developmental Psychology, 52(6), 943-959.  https://doi.org/10.1037/dev0000117

Mroczek, D. K., & Kolarz, C. M. (1998). The Effect of Age on Positive and Negative Affect: A Developmental Perspective on Happiness. Journal of Personality and Social Psychology, 75, 1333-1349. http://dx.doi.org/10.1037/0022-3514.75.5.1333.

Nicolaisen, M., & Thorsen, K. (2014). Who are lonely? Loneliness in different age groups (18–81 years old), using two measures of loneliness. The International Journal of Aging and Human Development, 78(3), 229-257. https://doi.org/10.2190/AG.78.3.b

Nilsson, B., Lindstrom, U. A., & Naden, D. (2006). Is loneliness a psychological dysfunction? A literary study of the phenomenon of loneliness. Scandinavian Journal of Caring Sciences, 20(1), 93– 101. https://doi.org/10.1111/j.1471-6712.2006.00386.x

Ong, A.D., Uchino, B.N., Wethingtona, E. (2016) Loneliness and healthin older adults: A mini-review and synthesis. Gerontology 62:443-9. https://doi.org/10.1159/000441651.

Peplau, L. & Perlman, D. (1982). Theoretical approaches to loneliness. En: Peplau L, Perlman D, editores. Loneliness: a sourcebook of current theory, research and therapy. New York: John Wiley and Sons.

Tiwari, S. (2013). Loneliness: A disease? Indian Journal of Psychiatry, 55(4), 320. https://doi.org/10.4103/0019-5545.120536.