Un artículo de la Dra. Enfermera Marta Fernández Batalla,
Residente de Enfermería Familiar y Comunitaria,
y Andrea Sierra Ortega,
Directora CODEM Educa; Academia Sorge (Grupo Investigación MISC UAH)

¿Qué piensan al entrar en la casa de esa persona de pelo canoso con más de 70 años ya vividos? ¿Qué le transmite la casa de su vecina o vecino adulto mayor? ¿Recuerdan cuando entraban a casa de sus abuelos/as? o ¿Qué les evoca entrar en el domicilio familiar? Exacto, un lugar que cuenta una historia, un pasado, una vida de alguien. Que irradia un calor especial, pues la hoguera (ficticia) que ha alumbrado la vida de quien ha vivido allí durante años se ha alimentado de cuidados recibidos y dados cada día, convirtiéndose en hogar.

Cuando hablamos de “nuestra casa”, hablamos de un refugio, de un espacio que permite (o así debería ser) la acogida, la seguridad, condiciones de cuidados a favor de una buena vida. Al fin y cabo, influenciado por los cambios sociodemográficos, cada vez estamos más tiempo en la vivienda: lugar de protección en donde vivimos, construimos nuestras vidas.

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La vivienda debe ser considerado un elemento íntimo y fundamental de cuidados

La vida, para ser tal, está asociada al mantenimiento del cuidado en cada segundo; desde cuidados básicos como la respiración, alimentación, higiene, hasta cuidados más complejos de autoconcepto, desarrollo personal. Es decir, que conforma a cada persona y la vivienda, lugar donde se desarrollan cuidados para la vida, relata parte de sí.

Y es tal su importancia para la vida de las personas que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama (artículo 25): “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios;…”

Es decir, la vivienda debe ser considerado un elemento íntimo y fundamental de cuidados, que proporciona seguridad y desarrollo, ayudando al mantenimiento de la salud y bienestar. La OMS apoya esta afirmación al sostener que las condiciones adecuadas de habitabilidad asisten al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como son el 3 (relacionado con la salud) y el 11 (con ciudades sostenibles), entre otros. Pues esas condiciones de “habitabilidad”, ese dominio de estar habitual relacionado con el hábito con el mantenimiento de una acción usual en el tiempo, ayuda a “salvar vidas, prevenir enfermedades, mejorar la calidad de vida, reducir la pobreza”.

Más de una vez habrán oído decir que las personas por el mero hecho de existir son vulnerables, una esencia de la persona que le expone a la posibilidad de recibir daño. Desde el modelo global de Knowledge Model about Person Care incluye el Modelo de Vulnerabilidad de Cuidados de la Persona en la que se describe una serie de variables que aumentan o disminuyen la misma. Bien, sabemos y evidenciamos que una de ellas es el paso del tiempo, los años. Contra Kronos resulta no se puede luchar. Es decir, los adultos mayores presentarían mayor vulnerabilidad y que por tanto se ha de contemplar para reducir esa posibilidad de daño: contemplar el riesgo como elemento controlador del daño.

La persona es en sí misma y con su entorno más cercano, es inseparable del mismo, es por ello también (su lugar de cuidados).  Por ello, cuando hablamos de reducir la vulnerabilidad de la persona mayor se ha de atender a su entorno, a su vivienda, pues condiciona la vida y, por ende, la salud de la persona en todas sus esferas (física-psicológica-social) y su bienestar.

Las condiciones del hogar, ese espacio de calor emocional, se traducen en el estado de salud de las personas, que de forma ejemplificante de forma rápida y simple: el aire del mismo afecta a su sistema respiratorio, la temperatura a su sistema cardiovascular, el hacinamiento a su desarrollo y movilidad, etc. Y, sobre todo, afecta a su seguridad, no solo física, también psicológica y social.

Las personas mayores luchan por permanecer en su domicilio no por simple “cabezonería” como a veces podemos llegar a pensar. Es su refugio, su lugar de seguridad. Y es así porque ha ido adaptando ese espacio a sus cambios vitales: cuando llegó de joven, cuando llegaron los niños, cuando se fueron, cuando volvieron a llegar los niños (de los niños), cuando envejezco… Envejecer es bonito, pero adaptarse al cambio siempre conlleva incertidumbre, por lo que estar en tu lugar de refugio ayuda al afrontamiento del mismo.

Así, La Constitución Española no sólo dispone de que “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada.”, sino que anota de forma específica que los/as españoles en la tercera edad “…con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio.”

Por tanto, el sistema sanitario, como colaborador directo, más desde los cuidados profesionales de familia y comunidad ha de atender este derecho.

Sí, lo sé; quizás hasta el momento nos estamos deteniendo mucho en este aspecto nostálgico del hogar en lugar de hablar de las condiciones que han de aportar seguridad a la vivienda. Y es que tampoco vamos a detenernos mucho en ello, pues ha sido abordado de forma más usual y evidenciado a través de diferentes trabajos.

Desde luego que hemos de estar atentos, y más como cuidadores-sanitarios, de que se mantenga un espacio físicamente sostenible y seguro para evitar traumatismos, de suministrar calor sin que sea una posibilidad de daño, de mitigar el frío, de reservar y cocinar alimentos en buen estado, de facilitar el acceso a zonas de higiene y descanso, de adecuar las zonas comunes/de sociabilización y ocio.

El hogar no es solo una estructura física donde reducir riesgos lesivos para la salud física típicas (caídas, roturas de cadera, déficit de cuidados vasculares, de alimentación), repercusiones directas en la carga de enfermedad asociada a la vivienda, que también, pero desde una perspectiva de la persona como centro de atención, persona en su entender más holístico e integrador.

Por ello, desde el modelo Knowledge Model about Person Care posicionamos la transcendencia de entender, contemplar a la persona mayor y ver su problema de cuidados para que el desequilibrio no les rompa, trabajando sobre el diagnóstico “Riesgo de síndrome de fragilidad del anciano”. Se ha evidenciado que es posible reducir el daño en la salud de las personas mayores, trabajando con intervenciones de cuidados que, entre otros, contribuyan a reducir este diagnóstico y, en suma, se evidencia que en la vivienda se obtienen diversos beneficios indirectos para la salud. Por tanto, si trabajamos en la mejora de las condiciones de la vivienda se adquirirán otros resultados positivos en salud (física-psico-social), contribuyendo al sistema llamado sociosanitario, tan amenazado siempre.

Extrayendo de lo anterior comentado, un área fundamental y que ayuda a adaptar el espacio físico y adaptar a la persona a su evolución de vida, es considerar qué proporciona ese hogar para él. El cuidado es tiempo, respetemos por tanto el cuidado que esa persona quiere conservar. Allí ha vivido, así que cada figura, cada libro, cada mancha en la pared le recuerda a momentos pasados, alegres con la familia, a problemas superados, a errores y aprendizajes. El cuidado es memoria, potenciemos la memoria de cuidado.

El cuidado (y la vida) es con el otro, es en ese su lugar donde con seguridad aun puedo poner la comida a otro, su forma aun de cuidar y sociabilizar. Ese vínculo que la persona mayor tiene con su domicilio, es el mismo que tiene con su cuerpo o su conciencia, por tanto, fomentar la estancia en espacio conocidos, de recuerdos, de crecimientos, fomentará que psicológicamente sea más estable y socialmente más activo al dar unos pasos fuera de su vivienda.

De tal forma que, el cuidado en el domicilio ha de ser seguro, resiliente, inclusivo y sostenible. Actualmente, existen diferentes herramientas que permiten alcanzar estos objetivos a la par que la mayor funcionalidad posible de la persona mayor y, en consecuencia, su máxima autonomía posible. La domótica o los aplicativos de una Smart-home son recursos adaptables a las diferentes áreas de funcionalidad que se precisen introducir paulatinamente en el domicilio como ayuda a la persona mayor y/o cuidador. De tal forma que, la seguridad y el confort se configura en los cambios de competencias y necesidades que presenta la persona en su domicilio y que permite abordar diferentes áreas de salud y de la salud global.

Podría aseverarse que, el entorno es aquello que rodea a la persona sin ser, en esencia, ella misma. En el caso del domicilio, y especialmente en las personas mayores, la línea que separa conceptualmente a la persona y su entorno, su vivienda, queda difuminada por un pasado de recuerdos, un presente de seguridad y un futuro de protección ante nuevas etapas de fragilidad: por ello es esencial, en las personas de edad avanzada, el cuidado domiciliario.