
Un artículo de la Dra. Naiara Fernández,
Médica geriatra y Directora Asistencial de IMQ Igurco
A medida que las personas van alcanzando una mayor edad, es frecuente que existan varios diagnósticos de enfermedades crónicas, como diabetes mellitus, hipertensión arterial, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), insuficiencia cardiaca, infecciones del tracto urinario y otras.
Ante esta situación y con el fin de garantizar un adecuado control de cada una de estas enfermedades se necesitará la prescripción de una o dos líneas de fármacos, haciendo que el número de medicamentos que deban tomarse al día supere los cinco, dando lugar al síndrome geriátrico que conocemos como ‘polifarmacia’.

Además de lo anterior, puede darse el caso de que la persona padezca alteraciones de la esfera afectiva, del sueño o dolor. Cuando esto sucede, se considerará la prescripción de más líneas de fármacos que mejoren su ánimo, el ritmo de su sueño o mitiguen su dolor, haciendo que el listado de medicamentos aumente. Estas circunstancias pueden suponer un aumento del riesgo de interacciones entre os distintos fármacos y la aparición de efectos adversos en alguno de ellos.
Los cambios fisiológicos del envejecimiento, las propiedades farmacocinéticas y farmacodinámicas de los fármacos (eliminación, unión a proteínas etc.) y la existencia de enfermedades, dependencia funcional o la inexistencia de un apoyo social suficiente que asegure la adecuada administración de los medicamentos, son factores que aumentan el riesgo.
Por todo lo expuesto anteriormente, en estas situaciones es necesario realizar una valoración integral de la persona mayor, para establecer qué fármacos pueden tener un riesgo elevado de provocar efectos indeseados, como por ejemplo, algunos hipnóticos en personas con riesgo de caída, ya que pueden condicionar una mayor tendencia para su aparición.
Prescripción individualizada y adaptada
Con el paso del tiempo, las enfermedades van evolucinando, lo que provoca que el objetivo terapéutico pueda modificarse, considerando la retirada de fármacos orientados a la prevención por estar en una fase avanzada de la enfermedad, donde el control de los síntomas (dolor, disnea, depresión…) pasan a ser prioritarios.
El objetivo debe ser, en todo momento, garantizar una prescripción centrada en la persona. Es decir, se debe realizar un diagnóstico situacional del paciente mayor, pudiéndose encontrar en distintas etapas vitales: persona autónoma con objetivo de prevención de enfermedad, fase de deterioro funcional en relación con un avance de la enfermedad crónica o persona en fase de cuidados paliativos. Además, se ha de proceder según lo recomendado en las guías de práctica clínica en cuanto a las indicaciones de abordaje farmacológico y asegurar que la opción farmacológica prescrita sea la óptima para la persona.
Teniendo en cuenta todo lo anterior se puede llegar a conseguir una prescripción farmacológica individualizada que dé respuesta a las necesidades de la persona en términos globales de salud (prevención, control de síntomas, calidad de vida) y que sea fácil de cumplir (pautas concretas, uso de dispositivos de administración adaptados a las capacidades funcionales y cognitivas de la persona o, en caso de tratamientos de mayor complejidad, garantizar que tenga un adecuado soporte de cuidados que pueda administrar los medicamentos de forma correcta).
Así, se contará con el menor riesgo potencial de efectos adversos (caídas, interferencia cognitiva, efectos anticolinérgicos…) y se tendrán en cuenta las preferencias de la persona.
A medida que la situación vital del paciente mayor cambia, es obligatorio revisar el plan farmacológico para optimizarlo según la nueva situación de la persona.