Un artículo de Sandra Pàmies,
psicóloga y gerontóloga social en entornos domiciliarios

Las Actividades de la Vida Diaria (AVD) son esas tareas básicas que permiten vivir con autonomía: vestirse, asearse, preparar la comida, moverse con seguridad por casa, gestionar la medicación o realizar pequeñas compras. Son acciones tan cotidianas que a veces pasan desapercibidas, pero sostienen algo enorme: la capacidad de decidir sobre la propia vida.

Cuando estas actividades empiezan a costar, la autonomía se fragiliza. Cuando se entrenan —bien y en el entorno adecuado— se refuerza. Y uno de los mejores lugares para entrenarlas es el hogar, donde están los hábitos, los objetos familiares, la memoria emocional y la historia de vida.

¿Qué son exactamente las AVD?

1. Actividades Básicas de la Vida Diaria (ABVD)

  • Comer
  • Aseo personal
  • Vestirse
  • Uso del baño
  • Movilidad dentro de casa
  • Transferencias (sentarse, levantarse, acostarse, etc.)

2. Actividades Instrumentales de la Vida Diaria (AIVD)

  • Preparar comidas
  • Hacer pequeñas compras
  • Gestionar medicación
  • Tareas domésticas sencillas
  • Manejar dinero
  • Usar teléfono o dispositivos
  • Organizar el hogar

geriatricarea actividades de la vida diaria
El entrenamiento de las actividades de la vida diaria en el hogar fomenta la autonomía y reduce la dependencia


¿Por qué es importante entrenar las AVD en casa?

Porque es el escenario donde la vida ocurre. Y porque cualquier intervención es más eficaz cuando se adapta al entorno real.

Entrenar AVD en casa permite:

  • Adecuar las actividades al entorno real.
  • Incorporar a la familia, personas cuidadoras y red comunitaria.
  • Identificar barreras ambientales.
  • Realizar tareas que no solo son útiles, sino significativas.
  • Mantener continuidad, motivación y sentido.

La capacidad de aprender no desaparece

Una de las creencias más dañinas en la intervención domiciliaria es asumir que, cuando aparece el deterioro cognitivo o la demencia, “ya no se puede entrenar o aprender”. Pero la evidencia y la práctica clínica dicen lo contrario.

Pero hay algo aún más importante: cada persona es un mundo, con una historia, unas capacidades, unos sentidos y unas emociones que responden de manera diferente al paso del tiempo. Hay quien conserva mejor la memoria procedural; quien mantiene intactos los automatismos; quien reacciona mejor a los estímulos visuales que a los verbales; quien aprende por imitación; quien necesita más repetición; quien se guía por el tacto o por el olfato, etc.

Por eso no se puede aplicar un único método ni generalizar lo que “funciona” para todas las personas. El éxito en el entrenamiento de las AVD en casa depende de algo básico pero esencial: conocer profundamente a la persona:

  • Qué puede hacer hoy.
  • Qué le cuesta y por qué.
  • Qué estímulos le tranquilizan o le desorganizan.
  • Qué rutinas conserva.
  • Qué emociones activa cada actividad.
  • Qué apoyos sensoriales necesita (más luz, menos ruido, objetos contrastados, pautas visuales…).
  • Qué estilo de aprendizaje le funciona mejor.

Cuando comprendemos estas diferencias y adaptamos la intervención a su manera única de estar en el mundo, el entrenamiento vuelve a ser posible, incluso si la persona vive con deterioro cognitivo o demencia.

Y ahí está la clave: no entrenamos contra la enfermedad, entrenamos con la persona que la vive.

Caso práctico: cómo entrenar una AVD en casa

María, 82 años, demencia moderada.

Objetivo: volver a preparar su desayuno de siempre —una infusión y tostadas— con el mayor grado de autonomía posible.

Observación inicial
María tiene dificultad para planificar todos los pasos, pero conserva movimientos automáticos: coger la taza, abrir el armario y usar la tostadora.

División de la tarea en pasos sencillos
La persona que la cuida o acompaña divide la tarea:

  • colocar la taza,
  • coger la infusión,
  • poner el agua a calentar,
  • preparar las tostadas,
  • recoger todo al final.

Apoyo visual y verbal mínimo
Solo se dan pistas cortas: “¿Qué necesitas ahora?”, “¿Dónde sueles guardar las tazas?”.
Si María se bloquea, podemos hacer el gesto lentamente para que ella lo imite.

Repetición estructurada durante varios días
Siempre a la misma hora, siempre en su cocina. De esta manera consolidamos la rutina.

Resultados
Tras dos semanas, María realiza la merienda casi de manera autónoma:

  • necesita recordatorios puntuales,
  • se siente útil y tranquila,
  • muestra menos agitación por las tardes,
  • y la familia percibe un aumento claro en su autoestima.

Quizás no ha recuperado o mejorado la memoria declarativa (*), pero sí ha recuperado autonomía funcional, gracias al entrenamiento, la repetición y el entorno familiar.

Nota (*) La memoria declarativa es el tipo de memoria que usamos para recordar información que podemos expresar con palabras: datos, hechos, historias, conocimientos y experiencias personales.

Entrenar AVD es entrenar autonomía dignidad

El entrenamiento de las AVD en el hogar no es un complemento ni un “extra”. Es una intervención central para preservar la autonomía, reducir la dependencia y mejorar el bienestar emocional de las personas mayores, especialmente cuando existe deterioro cognitivo o demencia.

Las AVD no son sólo tareas, son la estructura invisible que sostiene la identidad, la autoestima y la sensación de control. Poder vestirse, preparar un desayuno o asearse sin ayuda o con mayor autonomía no es únicamente “hacer cosas”: es seguir decidiendo, sintiéndose capaz, vinculándose a la propia historia y manteniendo un lugar en la vida cotidiana.

Este enfoque exige tres principios esenciales:

1. Mirar a la persona, no a la enfermedad

Cada persona tiene unas capacidades preservadas, sensibilidades específicas y formas diferentes de aprender. Generalizar es un error; personalizar es una obligación ética y profesional.

2. Intervenir desde lo significativo, no desde lo mecánico

Las actividades entrenadas en casa suelen funcionar porque generalmente tienen un valor emocional: son acciones que la persona ha hecho toda la vida y que siguen teniendo sentido.     Entrenar no es repetir pasos; es volver a conectar con rutinas que todavía viven en el cuerpo y en la memoria sensorial.

3. Acompañar sin invadir

Nuestro papel no es sustituir, sino habilitar. Guiar sin imponer. Apoyar sin anular. Facilitar que la persona haga “lo máximo que pueda y quiera”, con seguridad y dignidad. En definitiva, ni la capacidad de aprender, ni la dignidad desaparecen.

Lo que sí cambia es la manera en que acompañamos, estimulamos y adaptamos las actividades a cada persona. Cuando el entrenamiento se hace en casa —con calma, con método y con respeto— las habilidades se suelen mantener, se recuperan o se redescubren. Y con ellas, también se recupera algo aún más valioso: la sensación de seguir siendo uno mismo o una misma dentro de la propia vida.