Un artículo de Alberto Vizuete Calvo, estudiante de prácticas del Máster de Psicología General Sanitaria de la Universidad de Santiago de Compostela
Supervisado por Carlota Sáenz de Urturi Gómez-Centurión (M-31299), directora y neuropsicóloga de Cognitiva Chamberí

Introducción

En las últimas décadas, los avances en la medicina y las mejoras sociales han dado lugar a un aumento significativo de la esperanza de vida. Sin embargo, junto a la longevidad, muchas personas llegan a edades avanzadas no solamente con una buena calidad de vida, sino también con múltiples enfermedades crónicas, las cuales pueden aumentar la incidencia de enfermedades neurodegenerativas como la demencia.

Este breve artículo aborda esta relación, basándose en la revisión de diferentes estudios científicos con el fin de dar una visión objetiva y actualizada sobre lo que sabemos y sobre lo que todavía desconocemos acerca de cómo las enfermedades crónicas pueden influir en el desarrollo de demencia.

Geriatricarea- modelo de Atención Integral Centrado en la Persona (AICP), persona con demencia, CEAFA
La relación entre enfermedades crónicas y el riesgo de desarrollar demencia es compleja y no siempre está clara

Qué es la demencia y la multimorbilidad

La demencia es un síndrome caracterizado por un deterioro progresivo de las funciones cognitivas, que interfiere significativamente en la vida diaria. Existen distintos tipos, siendo las más frecuentes la enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular y las demencias mixtas (O’Keefe et al., 2024).

Por su parte, la multimorbilidad se define como la presencia de dos o más enfermedades crónicas en un mismo individuo. No es lo mismo que fragilidad o discapacidad, aunque suelen coincidir en muchas personas mayores (Snowden et al., 2017). En el caso de la demencia, la coexistencia con otras enfermedades crónicas añade una mayor complejidad a la hora de realizar una correcta atención médica y social.

Prevalencia de multimorbilidad en personas con demencia

Diversos estudios coinciden en que las personas con demencia suelen presentar múltiples enfermedades crónicas al mismo tiempo (O’Keefe et al., 2024; Snowden et al., 2017). Snowden et al. (2017) destacan que la multimorbilidad es muy frecuente en estos pacientes y que se asocia a peores niveles de salud, mayor mortalidad, mayor número de hospitalizaciones, estancias prolongadas en residencias y deterioro funcional.

O’Keefe et al. (2024) señalan que la proporción de personas con demencia que padecen tres o más enfermedades crónicas es considerablemente alta (55-72%), aunque las cifras exactas varían entre estudios y poblaciones como podemos observar en la revisión sistemática de Marengoni et al. (2011), donde señalan que más del 60 % de las personas mayores presentan multimorbilidad.

En pacientes con demencia, la diabetes, la hipertensión, la enfermedad cardíaca, cerebrovascular y los trastornos afectivos son algunas de las enfermedades que aparecen con más frecuencia (Snowden et al., 2017). Bunn et al. (2014), en una revisión de 74 estudios, estiman que la prevalencia de diabetes en personas con demencia varía entre un 13 % y un 20 %, mientras que la de enfermedad cerebrovascular se sitúa entre un 16 % y un 29 %.

Sin embargo, es importante destacar que la prevalencia de multimorbilidad no implica necesariamente que estas enfermedades crónicas causen demencia ya que en muchas ocasiones coexisten por el simple hecho de compartir el mismo grupo de riesgo: las personas de edad avanzada.

Enfermedades crónicas y riesgo de desarrollar demencia

Pasemos ahora a lo esencial: ¿qué enfermedades crónicas se han vinculado a un mayor riesgo de desarrollar demencia?

  • Hipertensión arterial

La hipertensión arterial es uno de los factores de riesgo que más se relacionan con la demencia, sobre todo en la mediana edad. Sierra (2020) expone que múltiples estudios han mostrado que tener la presión arterial elevada entre los 40 y 64 años incrementa el riesgo de desarrollar tanto demencia vascular como enfermedad de Alzheimer en etapas posteriores de la vida. Esto se debe a que la hipertensión daña los pequeños vasos sanguíneos cerebrales, provocando microinfartos y lesiones en la sustancia blanca, lo que contribuye al deterioro cognitivo (Sierra, 2020).

En personas mayores de 65 años, la relación se vuelve más compleja. Algunos estudios han observado que valores bajos de presión arterial podrían asociarse con peor función cognitiva, lo que ha generado cierta controversia sobre si reducir la tensión arterial de manera muy agresiva en ancianos podría tener efectos adversos sobre la cognición (Sierra, 2020).

  • Diabetes mellitus

La diabetes mellitus es otra enfermedad crónica asociada con mayor riesgo de demencia. Snowden et al. (2017) indican que las personas diabéticas presentan más deterioro cognitivo y tienen mayor probabilidad de desarrollar demencia que la población general. Las hipoglucemias repetidas, la inflamación crónica y el daño vascular son algunos de los mecanismos propuestos.

Además, en pacientes con demencia, la diabetes puede generar grandes problemas de salud ya que muchas personas con deterioro cognitivo severo no reconocen los síntomas de hipoglucemia y tienen dificultades para cumplir con las pautas de tratamiento, lo que incrementa el riesgo de complicaciones graves (Snowden et al., 2017).

  • Enfermedades cardio y cerebrovasculares

La evidencia sobre la relación entre enfermedades cerebrovasculares y demencia es significativa. Zlokovic et al. (2020) señalan que el daño vascular cerebral es clave en el deterioro cognitivo. Tanto los infartos cerebrales grandes como los microinfartos contribuyen a la pérdida de capacidades mentales. Además, se ha observado que, en personas con enfermedad de Alzheimer, la presencia simultánea de lesiones vasculares hace que se necesite una menor cantidad de placas beta-amiloide para desarrollar síntomas clínicos (Fisher et al., 2022). Cabe destacar que, en presencia de enfermedades cardiovasculares como hipertensión arterial o fibrilación auricular, puede aumentarse el riesgo de desarrollar enfermedades cerebrovasculares. Estas, tal y como se ha comentado previamente se asocian a un mayor riesgo de desarrollar deterioro cognitivo y a distintos tipos de demencia, especialmente la demencia vascular (Zlokovic et al., 2020).

  • Obesidad

La relación entre obesidad y demencia es compleja y es modulada en base a la edad. Anjum et al. (2018) revisan estudios que muestran que la obesidad en la mediana edad (alrededor de los 50 años) casi duplica el riesgo de desarrollar demencia posteriormente. Esto podría estar relacionado con inflamación crónica, resistencia a la insulina y otros mecanismos metabólicos.

Sin embargo, en personas mayores, la relación se invierte o se vuelve menos clara. Existe la llamada “paradoja de la obesidad”, por la cual un mayor índice de masa corporal (IMC) en la vejez podría asociarse a un menor riesgo de demencia. Esto podría explicarse, en cierta parte, porque la pérdida de peso es un síntoma temprano en el curso de muchas demencias, y no necesariamente porque la obesidad sea protectora (Singh-Manoux et al., 2018).

  • Traumatismo craneoencefálico

El traumatismo craneoencefálico (TCE) ha sido identificado como un factor de riesgo relevante para el desarrollo de demencia. Las investigaciones muestran que incluso TCEs leves pueden provocar procesos de neurodegeneración progresiva visibles años después, especialmente si son repetitivos como ocurre en deportes de contacto o en contextos militares (Parera, 2023).

La encefalopatía traumática crónica (ETC) es el cuadro más estudiado, caracterizado por cambios conductuales, alteraciones cognitivas y depósitos de proteína tau en el cerebro. Si bien la relación entre TCE y enfermedad de Alzheimer sigue siendo objeto de debate, se ha propuesto que la neuroinflamación crónica podría estar actuando como un enlace de paso entre el daño cerebral traumático y el desarrollo posterior de demencia (Parera, 2023).

  • Trastornos afectivos (depresión y ansiedad)

La relación entre depresión y riesgo de demencia es probablemente una de las más estudiadas, pero también una de las más controvertidas. Ownby et al. (2006) realizaron un metaanálisis que concluye que haber tenido depresión aumenta aproximadamente al doble el riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Este estudio sugiere que la depresión puede ser un factor de riesgo independiente.

Sin embargo, otros trabajos no hallan esta relación. Becker et al. (2009) no encontraron que la depresión fuera un predictor de demencia en personas cognitivamente normales al inicio del seguimiento. Además, Alarcón Velandia (2010) indica que, en algunos casos, la depresión podría ser un pródromo de la demencia, es decir, un síntoma temprano más que una causa.

En relación a la ansiedad crónica, en el estudio de Khaing et al. (2024), esta se asoció con un mayor riesgo de demencia, siendo dicha asociación significativa en personas de 70 años o menos. Sin embargo, la ansiedad resuelta en el seguimiento redujo el riesgo. Estos resultados sugieren que un buen manejo de la ansiedad podría ser una estrategia eficaz para reducir el riesgo de demencia.

  • Estrés crónico y TEPT

El estrés crónico y el trastorno por estrés postraumático (TEPT) también han sido vinculados con mayor riesgo de demencia. Greenberg et al. (2014) explican que, en algunos estudios, como el realizado en veteranos de guerra con TEPT, entre otros, se tiene un riesgo entre 1.8 y 2.3 veces superior de desarrollar demencia. Sin embargo, esta relación no implica que todas las personas con TEPT vayan a desarrollar deterioro cognitivo.

Los posibles mecanismos incluyen daños en el hipocampo, reducción de la plasticidad neuronal y elevación de cortisol, aunque Greenberg et al. (2014) y Kim et al. (2006) subrayan que la relación causal no está firmemente establecida, y que pueden existir factores de confusión, como la multimorbilidad con otras enfermedades crónicas o estilos de vida poco saludables.

  • Otras enfermedades crónicas

Enfermedades crónicas como la EPOC, artritis, cáncer y enfermedades osteoarticulares, aunque aparecen frecuentemente en personas con demencia, no se presentan datos en la bibliografía consultada que demuestren que estas enfermedades aumenten de forma directa el riesgo de desarrollar demencia (Cherbuin et al., 2019; O’Keefe et al., 2024; Rosso et al., 2023; Snowden et al., 2017).

En otras palabras, su alta prevalencia puede deberse simplemente a que son comunes en personas mayores, sin que exista una relación causal establecida (Snowden et al., 2017).

Para cerrar este apartado es esencial señalar que Snowden et al. (2017) indican que persisten grandes lagunas en la evidencia respecto a cómo la multimorbilidad específica influye en el riesgo de demencia, subrayando la necesidad de más investigaciones.

Mecanismos fisiopatológicos propuestos

Los mecanismos que podrían explicar la relación entre enfermedades crónicas y riesgo de demencia son diversos:

  • Daño vascular cerebral: hipertensión y diabetes dañan los pequeños vasos cerebrales, provocando microinfartos, lesiones en la sustancia blanca y disfunción de la barrera hematoencefálica (Zlokovic et al., 2020; Fisher et al., 2022).
  • Estrés oxidativo: Liguori et al. (2018) indican que el estrés oxidativo provoca daño en lípidos, proteínas y ADN neuronal, facilitando la acumulación de placas beta-amiloide y ovillos neurofibrilares en el Alzheimer.
  • Inflamación crónica: varios artículos mencionan que enfermedades como obesidad o diabetes generan inflamación sistémica, lo que podría repercutir negativamente en el cerebro (Anjum et al., 2018).
  • Alteraciones hormonales: el estrés crónico y la presencia de TEPT elevan los niveles de cortisol, con posibles efectos neurotóxicos, afectando al volumen del hipocampo, una estructura clave en la memoria y produciendo cambios en la amígdala y la corteza cingulada, aunque con resultados menos consistentes (Greenberg et al., 2014)

Cabe destacar que estos mecanismos no permiten establecer una relación causal firme en todos los casos, tal y como destacan repetidamente los textos revisados.

Estrategias preventivas

Aunque existen áreas aún poco claras, los estudios revisados sugieren algunas estrategias preventivas que podrían reducir el riesgo de desarrollar demencia en personas con enfermedades crónicas y mermar la duración de los años vividos con discapacidad:

  • Control adecuado de la presión arterial, especialmente en la mediana edad (Sierra, 2020).
  • Control riguroso de la diabetes mellitus (Snowden et al., 2017).
  • Promoción de estilos de vida saludables, incluyendo ejercicio físico, dieta equilibrada y actividad social e intelectual (Snowden et al., 2017).
  • Atención centrada en la persona, con equipos multidisciplinares y planes individualizados (O’Keefe et al., 2024) para manejar entre otras enfermedades, las mentales (depresión y ansiedad.)

Importante destacar que Snowden et al. (2017) señalan que la evidencia aún es insuficiente para determinar qué intervenciones son las más eficaces para prevenir demencia en pacientes con enfermedades crónicas específicas.

Conclusiones

La relación entre enfermedades crónicas y el riesgo de desarrollar demencia es compleja y no siempre está clara. Algunas enfermedades como hipertensión, diabetes y patologías cardiovasculares presentan vínculos más sólidos, mientras que, en otras, como EPOC, cáncer o artritis, no existe suficiente evidencia para afirmar que aumenten directamente el riesgo de demencia.

La coexistencia de multimorbilidad de enfermedades crónicas y demencia tiene importantes repercusiones en la calidad de vida de las personas y sus cuidadores, y plantea grandes desafíos para el sistema sanitario. Aunque existen estrategias preventivas prometedoras, persisten importantes lagunas de conocimiento que requieren más investigación para clarificar las relaciones causales y desarrollar intervenciones específicas y efectivas.

Referencias

Alarcón Velandia, R. P. (2010). ¿Es la depresión un pródromo de las demencias?. Acta Neurológica Colombiana, 26(4), 269–276.

Anjum, I., Fayyaz, M., Wajid, A., Sohail, W., & Ali, A. (2018). Does Obesity Increase the Risk of Dementia: A Literature Review. Cureus, 10(5), e2660. https://doi.org/10.7759/cureus.2660

Becker, J. T., Chang, Y. F., Lopez, O. L., Dew, M. A., Sweet, R. A., Barnes, D., Yaffe, K., Young, J., Kuller, L., & Reynolds, C. F. (2009). Depressed mood is not a risk factor for incident dementia in a community-based cohort. The American Journal of Geriatric Psychiatry, 17(8), 653–663. https://doi.org/10.1097/jgp.0b013e3181aad1fe

Bunn, F., Burn, A. M., Goodman, C., Rait, G., Norton, S., Robinson, L., Schoeman, J., & Brayne, C. (2014). Comorbidity and dementia: a scoping review of the literature. BMC Medicine, 12, 192. https://doi.org/10.1186/s12916-014-0192-4

Cherbuin, N., Walsh, E. I., & Prince, A. M. (2019). Chronic Obstructive Pulmonary Disease and Risk of Dementia and Mortality in Lower to Middle Income Countries. Journal of Alzheimer’s Disease, 70(s1), S63–S73. https://doi.org/10.3233/JAD-180562

Fisher, R. A., Miners, J. S., & Love, S. (2022). Pathological changes within the cerebral vasculature in Alzheimer’s disease: New perspectives. Brain Pathology, 32(6), e13061. https://doi.org/10.1111/bpa.13061

Greenberg, M. S., Tanev, K., Marin, M. F., & Pitman, R. K. (2014). Stress, PTSD, and dementia. Alzheimer’s & Dementia, 10(3 Suppl), S155–S165. https://doi.org/10.1016/j.jalz.2014.04.008

Kim, J. J., Song, E. Y., & Kosten, T. A. (2006). Stress effects in the hippocampus: synaptic plasticity and memory. Stress, 9(1), 1–11. https://doi.org/10.1080/10253890600678004

Khaing, K., Dolja-Gore, X., Nair, B. R., Byles, J., & Attia, J. (2024). The effect of anxiety on all-cause dementia: A longitudinal analysis from the Hunter Community Study. Journal of the American Geriatrics Society, 72(11), 3327–3334. https://doi.org/10.1111/jgs.19078

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Marengoni, A., Angleman, S., Melis, R., Mangialasche, F., Karp, A., Garmen, A., Meinow, B., & Fratiglioni, L. (2011). Aging with multimorbidity: A systematic review of the literature. Ageing Research Reviews, 10(4), 430–439. https://doi.org/10.1016/j.arr.2011.03.003

Parera, I. C., & Médica, D. (2015). Traumatismo Encefalocraneano y Demencia. Aspectos neurológicos, psiquiátricos y de somnolencia involucrados en casos judiciales, 81-87.

O’Keefe, P., et al. (2024). Inter-cohort shifts in chronic disease, dementia, and mortality. Biodemography and Social Biology, 69(4), 203–217. https://doi.org/10.1080/19485565.2024.2419518

Ownby, R. L., Crocco, E., Acevedo, A., John, V., & Loewenstein, D. (2006). Depression and risk for Alzheimer disease: systematic review, meta-analysis, and metaregression analysis. Archives of General Psychiatry, 63(5), 530–538. https://doi.org/10.1001/archpsyc.63.5.530

Rosso, A., Månsson, T., Egervall, K., Elmståhl, S., & Overton, M. (2023). Cognitive decline and risk of dementia in older adults after diagnosis of chronic obstructive pulmonary disease. npj Primary Care Respiratory Medicine, 33, 20. https://doi.org/10.1038/s41533-023-00342-x

Sierra, C. (2020). Hypertension and the Risk of Dementia. Frontiers in Cardiovascular Medicine, 7, 5. https://doi.org/10.3389/fcvm.2020.00005

Singh-Manoux, A., et al. (2018). Obesity trajectories and risk of dementia: 28 years of follow-up in the Whitehall II Study. Alzheimer’s & Dementia, 14(2), 178–186. https://doi.org/10.1016/j.jalz.2017.06.2637

Snowden, M. B., et al. (2017). Dementia and co-occurring chronic conditions: a systematic literature review to identify what is known and where are the gaps in the evidence?. International Journal of Geriatric Psychiatry, 32(4), 357–371. https://doi.org/10.1002/gps.4652

Zlokovic, B. V., et al. (2020). Vascular contributions to cognitive impairment and dementia (VCID): A report from the 2018 National Heart, Lung, and Blood Institute and National Institute of Neurological Disorders and Stroke Workshop. Alzheimer’s & Dementia, 16(12), 1714–1733. https://doi.org/10.1002/alz.12157