Un artículo de Noemí Carlero Buitrago, estudiante de prácticas del Doble Grado de Psicología y Logopedia de la Universidad Complutense de Madrid.
Supervisado por Carlota Sáenz de Urturi Gómez-Centurión (M-31299), Directora y neuropsicóloga de Cognitiva Chamberí
La demencia es un término que engloba varias afecciones neurológicas, que ocasionan un deterioro progresivo de las capacidades cognitivas, repercutiendo en la memoria, el pensamiento, la conducta y el desempeño funcional. Constituye una de las principales causas de discapacidad y dependencia en la población de tercera edad, además, cabe destacar que, los efectos de la enfermedad trascienden al paciente, afectando también a su red de apoyo.
Se estima, que entre el 5% y 8% de la población adulta mayor de 60 años presentará demencia y se prevé que la incidencia seguirá al alza. Por este motivo, resulta crucial disponer de estrategias de intervención adecuadas para atenuar sus efectos (Meyer & O`keefe, 2020).
Dentro de este aumento, sobresale particularmente la enfermedad de Alzheimer, por ser la presentación clínica más predominante, con aproximadamente el 60% de los casos. En la fase inicial, el deterioro se refleja principalmente en la memoria y el funcionamiento cognitivo. No obstante, conforme avanza esta condición aparecen síntomas conductuales y psicológicos tales como; agitación, depresión, delirios, desorientación en tiempo y espacio, así como cambios de humor. La manifestación clínica progresa de manera gradual hasta comprometer de forma significativa la autonomía personal y calidad de vida, tanto propia como de los cuidadores (Meyer & O`keefe, 2020).

En la actualidad, no se dispone de tratamientos curativos o capaces de revertir la progresión de la demencia. No obstante, de manera creciente se han desarrollado tratamientos farmacológicos que, combinados con abordajes no farmacológicos, incrementan su eficacia y mejoran los resultados en el manejo de síntomas cognitivos, conductuales y emocionales.
Los tratamientos no farmacológicos, se han consolidado como la actuación de primera línea para el abordaje de los desórdenes conductuales y afectivos. Sin embargo, en las últimas décadas se ha observado un aumento exponencial del desarrollo y aplicación de estas intervenciones, muchas de las cuales no disponen de evidencia científica sólida.
A raíz de lo expuesto y considerando además la falta de tratamiento curativo y la sobrecarga física y emocional que experimentan los cuidadores, las familias acaban recurriendo a múltiples prácticas, muchas veces experimentales, en busca de alivio. Por este motivo, es fundamental identificar y recomendar únicamente aquellos tratamientos que dispongan de respaldo empírico, garantizando así una práctica informada, segura y centrada en el bienestar tanto del individuo como de su entorno (Abraha et al., 2017).
Cognición en riesgo, cómo preservar la mente con prácticas basadas en la evidencia.
La capacidad funcional depende del equilibrio entre el bienestar cognitivo y físico, componentes que influyen directamente en la autonomía y calidad de vida de los pacientes. Por este motivo, el mantenimiento de la capacidad cognitiva es uno de los principales objetivos. Sin embargo, no se trata de entrenar el cerebro, sino de estimularlo con significado.
En este sentido, se ha observado, que la estimulación cognitiva es la intervención más efectiva y con mayor evidencia para favorecer su estabilidad a largo plazo. Esta intervención, hace referencia a un conjunto de actividades estructuradas elaboradas para promover funciones como:
- la memoria
- el lenguaje
- la atención
- la orientación
- las funciones ejecutivas
- la comunicación e interacción social
Pudiéndose realizar tanto de manera individual o grupal, demostrando ambas su eficacia. Por un lado, las sesiones grupales, diseñadas para pacientes con deterioro cognitivo leve o moderado, se centran en tres áreas de trabajo: cognitiva, psicológica y social, fomentando la comunicación, interacción, así como la creación de vínculos afectivos.
Mientras que los programas individuales, posibilitan un ajuste más preciso al nivel de deterioro. Además, no solo contribuye a la capacidad cognitiva de los pacientes, sino que se ha demostrado efectos positivos en la calidad de vida, disminución de la apatía y la frustración tanto de los pacientes como del cuidador (Paggetti et al., 2025).
Respecto a los programas de estimulación cognitiva, destacan intervenciones como la Terapia de Orientación a la Realidad, que favorece la orientación del paciente a través de claves espaciales, temporales y relacionadas con su identidad. Por otro lado, la técnica de reminiscencia busca incrementar la evocación de recuerdos relevantes para los pacientes a partir del trabajo con fotografías, música, objetos o escenas del pasado. Estas técnicas se complementan con actividades como: talleres de ocio, juegos de mesa, tareas cotidianas o musicoterapia (Paggetti et al., 2025).
Por otro lado, otra de las intervenciones avaladas por la ciencia es el entrenamiento cognitivo, que se basa en la realización de actividades sistemáticas y repetitivas, siendo especialmente efectivo en etapas leves de la enfermedad, aunque su efecto se reduce cuando el deterioro es mayor, debido al nivel de exigencia que implica. Incluye ejercicio de memoria, lenguaje, cálculo, orientación y funciones ejecutiva, en combinación con estrategias mnemotécnicas restaurativas y compensatorias (Paggetti et al., 2025).
En consonancia con este enfoque, la rehabilitación cognitiva, pone el foco en mejorar la autonomía y la funcionalidad, siendo especialmente útil cuando se personaliza según las necesidades de los pacientes. A pesar de que estas intervenciones presentan efectos positivos, los resultados pueden variar en función de la duración, intensidad y la modalidad, así como, factores de protección; como la reserva cognitiva, el nivel educativo, los hábitos de vida y la motivación (Paggetti et al., 2025).
Promoviendo la salud física: intervenciones destacadas y efectivas
No obstante, la preservación cognitiva representa solo una parte del enfoque integral, siendo la funcionalidad física otro pilar esencial. La relación entre la salud cerebral y el movimiento no se trata de una mera coincidencia, sino del resultado de la combinación de complejos mecanismos biológicos. La actividad física, potencia la cognición gracias a la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro de crear nuevas redes y recuperarse tras una lesión.
Específicamente, se ha demostrado que el ejercicio promueve la generación de sustancias esenciales tales como el BDNF (Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro), que potencia el aprendizaje y la memoria, además de incrementar la producción neuronal y optimizar el flujo sanguíneo cerebral. Siendo las zonas que más se benefician, las vinculadas a las funciones cognitivas de alto nivel, tales como: el hipocampo, la corteza frontal y la parietal, áreas cerebrales relacionadas con la memoria y la función ejecutiva.
Las intervenciones que mayor evidencia presentan son los programas de ejercicio estructurado, poniendo de manifiesto su capacidad para fortalecer el equilibrio, incrementar la marcha y la prevención de caídas (Abraha et al., 2017). En este sentido, los programas basados en ejercicios de fuerza o en el ejercicio aeróbico, el cual incluye actividades como caminar, bicicleta o entrenamientos sostenidos de intensidad moderada producen beneficios en la memoria, funciones ejecutivas, atención, lenguaje y capacidad visoespacial.
Por otro lado, el yoga, en especial el Kundalini Yoga, incrementa la percepción subjetiva de la memoria y disminuye la sensación de olvido. A su vez, se han desarrollado programas multimodales que integran ejercicios de fuerza, resistencia, equilibrio y coordinación que mejoran tanto la cognición como la funcionalidad física y participación social. Finalmente, sobresalen intervenciones como la psicomotricidad vivenciada, que combina actividad física, música, coreografías y trabajo corporal para favorecer la orientación, atención, percepción y en última instancia, contribuir al bienestar emocional.
En consonancia con lo anteriormente señalado, se ha confirmado que los programas de entrenamiento físico estructurados en sesiones de más de 30 minutos acompañados de estímulos musicales han mostrado de manera consistente no solo mejoras en la funcionalidad física, sino que igualmente contribuyen a la reducción de sintomatología neuropsiquiátrica y carga de los cuidadores (Jiménez-Palomares et al., 2024). Desde la perspectiva de este enfoque multimodal, se infiere que la combinación de prácticas puede producir efectos sinérgicos, potenciando la motivación, la adherencia y la participación activa de los afectados.
Es importante recalcar que, a pesar de que la estimulación cognitiva y el ejercicio físico producen beneficios por sí solos, los estudios sugieren que la combinación de ambas prácticas junto con una dieta saludable y estimulación musical puede ofrecer mejoras adicionales y más robustas.
Por el contrario, tratamientos como la terapia de luz, que se fundamenta la exposición de forma controlada a ciertos niveles de luz, a fin de favorecer la regulación de los ritmos circadianos, presentan una evidencia limitada en su capacidad para mejorar el sueño, comportamiento y bienestar físico y anímico (Abraha et al., 2017).
¿Cómo abordar problemas conductuales?: intervenciones respaldadas por la investigación
Para finalizar con el abordaje global de las demencias, es imprescindible mencionar los problemas conductuales, que abarcan una constelación de síntomas entre los que se encuentran la psicosis, síntomas afectivos, hiperactividad y apatía, entre otros. Pese a que de manera recurrente se perciban como comportamientos desafiantes, la literatura sostiene que en ocasiones podrían responder a necesidades no satisfechas o a determinantes ambientales no adaptados. En este sentido, las terapias conductuales y cognitivas se han consolidado como los procedimientos de abordaje más eficaces en el abordaje de estos problemas (Edelstein, Spira & Koven, 2003).
En primer lugar, la Terapia conductual, basada en los principios del análisis funcional, identifica los antecedentes que desencadenan el comportamiento y las consecuencias que lo mantienen, permitiendo planificar intervenciones personalizadas. La eficacia de esta terapia se ha demostrado en la reducción de síntomas como el vagabundeo, la agresión física, la agitación y las vocalizaciones inapropiadas.
Entre las estrategias utilizadas con existo para minimizar el vagabundeo, destaca el control de estímulos, haciendo uso de señales visuales de “stop”, la ocultación de pomos de las puertas, así como la incorporación de barreras visuales que actúan como obstáculos.
Por otro lado, destaca el uso de programas de refuerzo diferencial, usados con el fin de reforzar periodos de silencio o conductas incompatibles con la agresión, combinados con procedimientos de extinción e intervenciones focalizadas en la manipulación de antecedentes, como, por ejemplo, la reducción de siestas.
Un factor crucial de este enfoque es la importancia de formar a los cuidadores, evidenciándose que el entrenamiento de familiares no solo contribuye a minimizar las conductas problemas, sino que además mejora la relación cuidador-paciente y reduce el desgate emocional del cuidador (Edelstein, Spira & Koven, 2003).
En esta misma línea, la Terapia de Manejo Conductual, que comprende principios de la terapia conductual, cognitivo-conductual, análisis funcional y habilidades de comunicación ha demostrado ser competente en la reducción de la agitación, específicamente cuando los cuidadores reciben instrucción formal en habilidades de comunicación. Se parte de la premisa que una intervención más clara, calmada y estructurada puede prevenir y minimizar los comportamientos disruptivos (Edelstein, Spira & Koven, 2003).
En referencia a la Terapia cognitivo-conductual, se han registrado resultados positivos en el tratamiento de la depresión y la ansiedad. Específicamente, su impacto es mayor cuando se integra en intervenciones psicosociales o programas multicomponente, se adaptan las estrategias a las necesidades de cada persona y se ofrece apoyo y formación a los cuidadores (Edelstein, Spira & Koven, 2003).
De manera complementaria a los enfoques anteriores, existen otros procedimientos orientados en la estimulación sensorial para promover el bienestar emocional y minimizar la agitación, entre ellas destaca la musicoterapia. La evidencia disponible revela que la musicoterapia es capaz de atenuar los problemas conductuales, en gran medida, atribuible a su capacidad para promover la conexión interpersonal, la reminiscencia y la expresión de emociones.
Asimismo, se ha constatado que es la intervención más efectiva en la reducción de la ansiedad en personas con demencia, superando otras prácticas como el ejercicio físico, la aromaterapia, la terapia táctil, las cuales presentan resultados inconsistentes. Paralelamente a sus efectos en los pacientes, se ha observado que es igualmente eficaz en la reducción de la carga emocional del cuidador, poniendo de manifiesto beneficios simultáneos sobre el paciente y sus familiares (Dimitriou et al., 2020).
Incluso cuando las capacidades cognitivas se ven gravemente afectadas, las habilidades musicales a menudo se conservan notablemente. Este fenómeno se debe a que las redes cerebrales que procesan la música, en ocasiones, se conservan mejor que las del lenguaje, generando un “desvío neuronal” hacia los recursos y emociones (Dimitriou et al., 2020).
Respecto a las técnicas utilizadas, la musicoterapia, puede desarrollarse desde dos modalidades. En primer lugar, las modalidades activas hacen referencia al canto, improvisación, movimiento y ritmo. En contraposición, las modalidades receptivas aluden a la escucha musical. Los estudios disponibles sugieren que las ganancias sustanciales se producen con la combinación de ambos enfoques, siendo los efectos más significativos observados en los procesos de memoria diferida, atención inmediata, orientación, conciencia de sí mismo y estabilidad emocional.
Además, se ha estudiado el efecto específico de la utilización de música familiar, demostrando su capacidad para potenciar la activación emocional y autobiográfica, incrementar la socialización y favorecer la comunicación incluso en fases avanzadas de la afectación (Jiménez-Palomares et al., 2024).
Asimismo, es importante diferenciar entre música en medicina definida como la escucha activa sin un proceso terapéutico estructurado y la musicoterapia clínica que exige la intervención de un profesional cualificado y la participación activa del paciente. Siendo este último enfoque el que demuestra mayor eficacia en la reducción de las conductas responsivas (Jiménez-Palomares et al., 2024).
Por otro lado, se ha evaluado la aplicación conjunta de la musicoterapia junto con técnicas de meditación, revelando su eficacia en la reducción del estrés percibido y mejoras subjetivas en la memoria a largo plazo. Estos hallazgos sugieren que la musicoterapia podría ser incorporada en programas de mayor alcance para potenciar los beneficios observados (Dimitriou et al., 2020).
En definitiva, la literatura revisada es contundente, evidenciando que los tratamientos aislados son insuficientes para abordar la complejidad de la demencia. Por este motivo, un enfoque terapéutico integrado y sinérgico, que priorice tanto las intervenciones no farmacológicas como primera línea de acción y las combine con farmacología representa la estrategia más eficaz, ética y humana. Este modelo centrado en el paciente es el que presenta mayor potencial de mejora en la calidad de vida tanto de las personas con demencia como de sus cuidadores.
Bibliografía:
Abraha, I., Rimland, J. M., Trotta, F. M., Dell’Aquila, G., Cruz-Jentoft, A., Petrovic, M., Gudmundsson, A., Soiza, R., O’Mahony, D., Guaita, A., & Cherubini, A. (2017). Systematic review of systematic reviews of non-pharmacological interventions to treat behavioural disturbances in older patients with dementia. The SENATOR-OnTop series. BMJ open, 7(3), e012759. https://doi.org/10.1136/bmjopen-2016-012759
Dimitriou, T. D., Verykouki, E., Papatriantafyllou, J., Konsta, A., Kazis, D., & Tsolaki, M. (2020). Non-Pharmacological interventions for the anxiety in patients with dementia. A cross-over randomised controlled trial. Behavioural brain research, 390, 112617. https://doi.org/10.1016/j.bbr.2020.112617
Edelstein, B. A., Spira, A. P., & Koven, L. P. (2003). Manejo de los problemas de comportamiento asociados a la demencia. Psicología Conductual, 11(2), 319-332.
Jiménez-Palomares, M., Garrido-Ardila, E. M., Chávez-Bravo, E., Torres-Piles, S. T., González-Sánchez, B., Rodríguez-Mansilla, M. J., De Toro-García, Á., & Rodríguez-Mansilla, J. (2024). Benefits of Music Therapy in the Cognitive Impairments of Alzheimer’s-Type Dementia: A Systematic Review. Journal of clinical medicine, 13(7), 2042. https://doi.org/10.3390/jcm13072042
Meyer, C., & O’Keefe, F. (2020). Non-pharmacological interventions for people with dementia: A review of reviews. Dementia (London, England), 19(6), 1927–1954. https://doi.org/10.1177/1471301218813234
Paggetti, A., Druda, Y., Sciancalepore, F., Della Gatta, F., Ancidoni, A., Locuratolo, N., Piscopo, P., Vignatelli, L., Sagliocca, L., Guaita, A., Secreto, P., Stracciari, A., Caffarra, P., Vanacore, N., Fabrizi, E., Lacorte, E., & Italian Dementia Guideline Working Group (2025). The efficacy of cognitive stimulation, cognitive training, and cognitive rehabilitation for people living with dementia: a systematic review and meta-analysis. GeroScience, 47(1), 409–444. https://doi.org/10.1007/s11357-024-01400-z