Un artículo de Agustí Ferrer,
Director General de ASOFAP, Asociación Española de Profesionales del Sector Piscinas

La soledad no deseada es uno de los desafíos más silenciosos que enfrentan las personas mayores y, al mismo tiempo, uno de los que más impacta en su salud y autonomía. Según la Organización Mundial de la Salud, el aislamiento social puede ser determinante para que una persona entre en situación de dependencia.

En España, un 20% de la población vive esta soledad, y son especialmente las personas mayores de 75 años, sobre todo las mujeres, quienes la sufren con mayor intensidad, según el Barómetro de la Soledad no Deseada en España 2024.

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La piscina ofrece a las personas mayores oportunidades para relacionarse y fomentar la interacción social

Mirando hacia el futuro, la situación se vuelve aún más relevante. Para 2050, se estima que una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años, con un aumento todavía más significativo entre quienes superen los 80 años. En Europa, esta proporción alcanzará una de cada cuatro personas. Estos datos evidencian la necesidad de generar entornos y oportunidades que promuevan un envejecimiento saludable, activo y socialmente conectado.

En este contexto, la piscina se erige como un escenario privilegiado de salud y convivencia. Más allá de la actividad física, el medio acuático ofrece un espacio donde el cuerpo y la mente encuentran alivio, y donde se abren oportunidades para la relación y la interacción social.

La natación y los ejercicios acuáticos de bajo impacto ayudan a favorecer la movilidad, reducir el dolor articular y aliviar síntomas de ansiedad o depresión. Al mismo tiempo, la interacción en el agua fomenta la creación de vínculos, el intercambio de experiencias y la participación intergeneracional.

Un ejemplo ilustrativo, de varios que existen en España, es el de la residencia Ballesol Playa Patacona en Valencia, que ha implementado programas de Aquagym y gimnasia acuática para sus residentes. Cada sesión reúne a ocho participantes con edades comprendidas entre 75 y 90 años, combinando ejercicios en la piscina adaptada con actividades en la playa. Más allá de los beneficios físicos, estas actividades se han convertido en espacios de encuentro que ayudan a desactivar el aislamiento y mantener redes de apoyo y amistad.

La piscina se consolida así como un instrumento de salud pública e integración social. Un lugar donde las personas mayores recuperan vitalidad, confianza y conexión con su comunidad. Residencias, centros deportivos y administraciones públicas tienen la oportunidad de impulsar programas acuáticos que vayan más allá del ejercicio físico y promuevan el bienestar integral de este colectivo.

La experiencia avala que invertir en piscinas puede considerarse una política de salud pública especialmente relevante para las persones mayores, debido a su impacto en su calidad de vida, inclusión y dignidad. Cada brazada, cada clase, cada encuentro en el agua representa un paso hacia una sociedad donde las personas mayores no solo vivan más, sino que vivan mejor y conectadas socialmente.