Un artículo de la Dra. Iraida Delhom Peris,
Directora Máster Universitario en Gerontología y Atención Centrada en la Persona de la Universidad Internacional de Valencia

Debido al protagonismo de las personas mayores ante la crisis sanitaria actual, están surgiendo muchas y muy variadas reflexiones sobre el cuidado dirigido a ellas. La mayoría de reflexiones que podemos escuchar giran en torno a la necesidad de hacer creciente la relevancia que otorgamos a su cuidado, a aumentar los recursos de los centros residenciales, a cuidar más y mejor de su salud.

En aras de preservar la “seguridad” podemos descuidar la calidad de vida, cayendo erróneamente bajo una visión sanitarizada del cuidado

Esto está muy bien, por supuesto que está muy bien. Sin embargo, es importante reflexionar sobre lo que entendemos por “salud”. Ante esto, son muchos los profesionales, expertos y referentes en gerontología que alzan la voz y nos advierten sobre los peligros de estas consideraciones.

El hecho de que nos centremos “demasiado” en la salud física de las personas mayores y que nos encorsetemos en la ausencia de enfermedad como principal objetivo puede hacer que perdamos de vista otros objetivos que deben ser el eje vertebrador del cuidado. En aras de preservar la “seguridad” podemos descuidar la calidad de vida, cayendo erróneamente bajo una visión sanitarizada del cuidado.

Bajo ningún concepto debemos entender a la persona mayor como paciente, receptor de recursos y servicios al amparo de la opinión y el criterio profesional. Es necesario que, ante este protagonismo actual de los adultos mayores, nuestras reflexiones vayan mucho más allá. Que tomemos conciencia real sobre qué es el buen trato a la persona mayor. En estos momentos, resulta crucial empoderar a nuestros mayores, dejar de estereotiparlos y limitaros, ofreciéndoles modelos de atención basados en la promoción de su calidad de vida, modelos basados en la atención a la persona, no al paciente ni al servicio.

Ahora más que nunca debemos reflexionar sobre el papel de la persona mayor en su propio cuidado, abandonar la idea de los protocolos y programas preestablecidos, “estándar”, como la receta mágica para todos y, por supuesto, enterrar la idea de que “estar limpio, bien vestido y bien comido” es sinónimo de buen trato.

Ahora, que todo es incierto, pero que dirigimos la mirada hacia nuestros mayores más que nunca es necesario enfatizar la relevancia de las personas como agentes activos de su propio cuidado. Es el momento de rotular la necesidad de esbozar un cuidado basado en la positividad, en potenciar y considerar los recursos y habilidades de la persona en detrimento de enfocarnos en los déficits y limitaciones.

De esta forma, dejaremos de reflexionar sobre “los mayores” y empezaremos a reflexionar sobre “las personas”, entendiéndolas como seres únicos, con deseos, virtudes y defectos únicos, a los cuales es necesario atender favoreciendo su autonomía y calidad de vida, sin descuidar (por supuesto) su salud. Es importante engrandecer enormemente la relevancia que otorgamos a la atención a nuestros mayores, pero es todavía más urgente hacerlo desde la visión adecuada.