Un artículo de Vicente Pérez Cano,
director de CONFEMAC y profesor de la Universidad Pablo de Olavide

La percepción es subjetiva, está influenciada por el filtro con el que cada cual mira la realidad y por eso suele inducir a errores. La percepción social de las personas mayores es una buena muestra de ello. La sociedad en general, e incluso especialistas en la vejez, tienen una visión que desde mi punto de vista -también subjetivo-, está bastante alejada de la realidad o, cuando menos, responde solo a una parte de la misma.

La visión más generalizada equipara a las personas mayores con decrepitud, enfermedad, dependencia, achaques, egoísmo… de forma que, aunque todas las personas quieren llegar a la vejez, casi todo el mundo la considera como algo desagradable. También existe el discurso de la experiencia, serenidad, sabiduría… pero es meramente teórico porque en la práctica no se aprovechan esos valores.

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Una gran mayoría de personas mayores no se identifica con la imagen de fragilidad y decrepitud que se les atribuye

La conducta está directamente relacionada con la percepción: si yo te considero una persona válida, te trataré como tal y si te considero una persona desfasada, débil, improductiva o vulnerable, también te trataré en consecuencia. Y eso es lo que sucede hoy, y desde hace muchos años, el predominio de un trato paternalista y sobreprotector que se hace realidad, entre otras muchas formas, en la expresión “nuestros mayores”, cada vez más rechazada porque anula a las personas como sujetos, protagonistas de su vida, para tratarlas como objetos pacientes que deben aceptar lo que los otros deciden sobre ellas.

Por eso, el discurso y la práctica actual sobre las personas mayores recuerda al despotismo ilustrado, “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. En el contexto institucional –residencias, centros de día- se les organiza la vida y en el ámbito familiar, generalmente sin mala fe, también lo intentan quienes están alrededor.

Pero la sociedad ha cambiado y las personas mayores de hoy son totalmente diferentes a las de hace varias décadas. La palabra clave en este momento es la heterogeneidad: hay personas mayores dependientes o semidependientes y otras totalmente independientes pero, tanto unas como otras, deberían poder actuar con autonomía para gestionar su vida.

Autonomía no es lo contrario de dependencia; una persona es dependiente cuando necesita apoyos de otras para realizar sus actividades cotidianas y es independiente cuando se vale por sí misma. La autonomía sin embargo es la facultad de la persona para actuar según su criterio, con independencia de la opinión o del deseo de otros.

Una persona puede ser dependiente y a la vez mantener intacta su capacidad de decidir sobre los asuntos que le afectan. Y es aquí donde está la consecuencia más grave de la percepción errónea de la que hablamos, porque al percibirlas desde los estereotipos del déficit –esto es el edadismo: discriminación por la edad-, les tratan como si fueran niños, ciudadanos de segunda, usurpando su autonomía, ignorando sus necesidades y proyectos y decidiendo o pretendiendo decidir por ellas.

En este sentido celebramos la reforma del Derecho Civil, publicada el pasado 3 de septiembre en la que desaparece el sistema de incapacitaciones y tutelas para personas con discapacidad y personas mayores, quedando sustituido por un sistema de apoyo y asistencia que garantice el bienestar de las personas en base a sus propios criterios.

Percibimos la vejez como algo desagradable porque la miramos con el filtro de la juventud, marcado casi exclusivamente por la fuerza física y el aspecto juvenil, pero una aplastante mayoría de personas mayores no se identifica con la imagen de fragilidad y decrepitud que se les atribuye. Y cada vez son más quienes no están dispuestos a soportar ese edadismo, porque en estas edades se poseen otras dimensiones como la capacidad de análisis y razonamiento, interacción social, búsqueda de soluciones, o inteligencia emocional, cuyo máximo desarrollo no se consigue hasta bien avanzado el ciclo vital. Las personas mayores tienen un potencial ignorado y desaprovechado por la sociedad.

En el Día Internacional de las Personas de Edad reivindicamos un trato como sujetos- no como objetos- en igualdad al resto de ciudadanos, respetando su derecho a participar y su libertad para gestionar esta etapa de la vida con el único objetivo de vivir la plenitud vital que todo ser humano está llamado a alcanzar, sin intromisiones externas.

Ah, un último apunte, desde mi percepción, que puede ser tan errónea como la del resto de los mortales, tengo la impresión de que las nuevas generaciones de mayores cada vez tienen más claro que quieren mantener su autonomía, incluso en la dependencia, y cada vez están más dispuestas a rebelarse ante cualquier trato que les considere como objetos. Y esto es una buena noticia.