Yara Cagiao, terapeuta ocupacional experta en integración sensorial en Clínica Rehasalud de A Coruña

En la actualidad, existe un aumento en el grupo de edad compuesto por las personas mayores de 65 años y, a su vez, dentro de este grupo etario existe cada vez más prevalencia de hogares unipersonales. Estas situaciones se relacionan con una mayor vulnerabilidad al encontrarse expuestos a situaciones de soledad no deseada y de aislamiento social.

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La realización de sesiones adaptadas a cada situación personal es clave en el abordaje y prevención de las situaciones de soledad y aislamiento social

La soledad puede ser descrita como la percepción subjetiva de la falta de contactos sociales o de una compañía deseada, mientras que el aislamiento social, sin embargo, es la falta objetiva de contacto social con otras personas. Ambos términos están asociados a la morbilidad y a la mortalidad, y, en personas mayores, al deterioro cognitivo, a la demencia, a la depresión y al padecimiento de enfermedades cardíacas.

El aislamiento social suele encontrarse relacionado a limitaciones físicas que dificultan la movilidad y el acceso a espacios comunitarios (pueden estar producidas por enfermedades crónicas, pérdidas de audición, vista y memoria, discapacidades o por el propio proceso de envejecimiento), a factores psicológicos, como la ansiedad, la depresión o el miedo al juicio de los demás, y a desafíos sociales como pueden ser la ausencia de vínculos familiares o la falta de redes de apoyo cercanas (asociados a la soledad no deseada).

Ambos términos están relacionados: una persona puede vivir sola y no sentir soledad ni encontrarse aislada socialmente, pero también puede suceder a la inversa, una persona puede sentirse sola incluso conviviendo con otras personas y estar o no aislada socialmente. Por lo tanto, “vivir solo” no tiene que suponer sentirse solo o mantenerse en aislamiento, aunque pueda encontrarse relacionado.

La sensación de soledad se encuentra vinculada al dolor emocional, el cual puede conllevar a una sensación continua de amenaza, desconfianza y activa las mismas respuestas de estrés que el dolor físico (inflamación crónica, inmunidad reducida, aumento de enfermedades crónicas, mayor impacto a nivel cognitivo). El aislamiento social puede conllevar una disminución en el interés o en la habilidad de realizar tareas cotidianas tales como controlar las tomas de medicación, cocinar, realizar tareas domésticas, aseo e higiene personal, realizar compras o pagar facturas.

Los factores de riesgo asociados a estas situaciones son muy variados y numerosos. No poder salir de casa por una independencia o autonomía limitada, sufrir una pérdida importante (fallecimiento del círculo familiar o de las personas de la red de apoyo más cercana), tener problemas financieros, ser cuidador de una tercera persona, tener problemas psicológicos o cognitivos, padecer dificultades de audición, visión o lenguaje, la jubilación y el cambio en los hábitos de vida que conlleva, vivir en un entorno rural, sufrir barreras idiomáticas y/o padecer discriminación de algún tipo son algunos ejemplos.

Es fundamental que se realice un reconocimiento de las personas con un mayor riesgo de padecer aislamiento social desde el ámbito sanitario, acompañado de una derivación a profesionales o especialistas que puedan abordar y/o prevenir esta situación. Es necesario tener en cuenta que, en muchas ocasiones, el contacto con los profesionales sanitarios constituye la interacción más prolongada que tienen en su vida cotidiana.

La intervención desde un equipo multidisciplinar es fundamental. La realización de sesiones tanto individuales como grupales, adaptadas a cada situación personal, compone un eslabón primordial en el abordaje y/o la prevención de las situaciones de soledad y aislamiento social, siendo ejemplos de las mismas sesiones de musicoterapia, de actividades instrumentales y de ocio (como la cocina, actividades lúdicas o salidas a la comunidad), de actividades cognitivas y sensoriales (actividades de memoria o talleres de estimulación cognitiva), sesiones de comunicación e interrelación con iguales y sesiones grupales dirigidas (grupos de lectura, juegos de mesa, actividades deportivas, visionado de películas). De esta manera, se aumentan y benefician la participación social, la estimulación cognitiva y la percepción de autonomía y bienestar de las personas mayores.