Un artículo de Carina Cinalli,
Psicóloga Sanitaria, Presidenta Asociación Española de Psicogerontología
Existe una gran heterogeneidad en las trayectorias de envejecimiento y en las formas de vivir la vejez, no obstante se han identificado cambios normativos, algunos de ellos vinculados a pérdidas, que producen un gran impacto en la persona que los experimenta. Uno de estos cambios es la aparición de enfermedades que conllevan dolor crónico y que aumentan su prevalencia según se avanzan en esa etapa del ciclo vital.
El dolor crónico es aquel que perdura en el tiempo y que altera la vida del quien o sufre afectando su dimensión física, psicológica, social y existencial o espiritual. Se trata de una experiencia subjetiva compleja y desagradable que impacta negativamente en la vida de las personas y que requiere la puesta en marcha de estrategias adaptativas de afrontamiento. [1]

Un forma de acercarnos a la compresión del impacto del dolor crónico en la vida de una persona es a partir del concepto de disrupción biográfica. Bury [2] define la disrupción biográfica como una experiencia en la que la estructura de la vida cotidiana y las formas de conocimiento que la sostienen se perturban; y alteran el horizonte de continuidad en el que se sostiene al vida.
El dolor como una disrupción biográfica se asocia a los siguientes factores:
- Disminución de la autoestima, autoeficacia y locus de control interno. La valoración personal en muchas ocasiones está ligada a lo que una persona realiza en su vida cotidiana y a los roles que desempeña. Ante la presencia de dolor crónico muchas de las rutinas no pueden hacerse o deben hacerse de otra forma. “Ya no puedo ir a buscar a mi nieta al colegio como lo hacía antes, ya no valgo para ayudar a mi hija que tanto lo necesita”.
En ocasiones la creencia acerca de la eficacia que tiene un persona para gestionar el dolor se ve alterada y esto provoca una disminución de conductas de autocuidado. “Haga lo que haga no consigo estar mejor, ya no voy a seguir con los ejercicios de relajación ni con la rutina de salir a andar ¿para qué?”.
Muchas veces a persona que sufre dolor crónico pierde la sensación de control sobre la propia vida como totalidad, cuando en realidad siempre hay aspectos controlables, por ejemplo la actitud ante esta disrupción biográfica.
- Distorsiones cognitivas. Muchos mayores que sufren dolor crónico tienen un pensamiento catastrófico “este dolor es insoportable, no voy a mejorar con nada”; utilizan la sobregeneralización, “nunca mas podré disfrutar de la vida”; y/o descalifican lo positivo “Hoy me encuentro mejor de casualidad”.
- Restricción repertorio conductual. Es frecuente que las personas que sufren dolor crónico abandonen la realización de actividades significativas como viajar con amigos, hacer senderismo, etc., sin sustituir esas conductas por otras más acordes a su realidad actual. Es decir, el proceso de ajuste flexible de metas (que incluye la desvinculación de una meta inalcanzable y la vinculación a nuevas tareas significativas) no se realiza en su totalidad.
- Aumento de la sensación de soledad. El aumento de percepción de soledad por lo general tiene que ver con dos factores: la restricción de contactos sociales y la vivencia de incomprensión.
- Síntomas de ansiedad y depresión: tristeza, frustración, desesperanza, irritabilidad, pérdida de interés, cambios en patrones de sueño y alimentación, etc.
- Quejas subjetivas de memoria. En ocasiones la tristeza y el pensamiento rumiativo sobre el dolor hacen que la atención se focalice en el problema y esto interfiere negativamente en la capacidad antencional. Muchos mayores en este situación refieren que han aumentado los olvidos cotidianos lo que genera un aumento de las quejas subjetivas de memoria.
- Desconexión con los valores. Cuando el dolor controla la vida, la persona va perdiendo el contacto con lo que es importante para ella. Sus conductas se orientan a evitar el dolor más que a acercarse a sus valores.
- Aumento de la sensación de falta de sentido de la propia existencia. “Yo no se que pinto aquí, si todo lo que me gustaba ya no puedo hacer”
El dolor crónico como disrupción biográfica en ocasiones se superpone en el tiempo con otras disrupciones por ejemplo la pérdida del cónyuge, o el rol de cuidador de un familiar con demencia. También se superpone con otros eventos que podrían haber sido muy positivos en la vida de la persona y que el dolor cónico parece truncarlo. “Ahora que mis hijos se marcharon y mi marido se jubiló teníamos el proyecto de viajar que es lo que siempre quisimos y nunca pudimos. Tanto luchar en la vida y ahora que tocaba disfrutar no puedo hacerlo porque el dolor no me deja”.
Si bien muchos mayores afrontan la convivencia con el dolor crónico de una forma resiliente, otros presentan un alto nivel de sufrimiento que los lleva a consultar a un psicólogo.
En algunos casos el paciente llega luego de haber recorrido un largo camino en la búsqueda de recursos para aliviar su sufrimiento. “Yo ya no sé que más probar, fui a muchos sitios y nada me da resultados, vengo aquí para ver si usted me puede ayudar”.
“Yo vengo porque quiero volver a ser la de antes, todos me dicen que me tengo que adaptar a mi nueva vida, pero yo no quiero adaptarme”.
“Yo no quería venir al psicólogo, no sé por que me enviaron aquí, si a mí me duele de verdad, yo no me lo invento”.
La intervención psicogerontológica, dentro de un abordaje interdisciplinar e integral de la persona mayor, es fundamental para ayudarle a vivir con bienestar y sentido a pesar del condicionante que supone el dolor. Existen tratamientos psicológicos que están demostrando su eficacia en población mayor que sufre dolor crónico.
Por un lado la Terapia Cognitivo Conductual [3] que tiene como objetivo general mejorar el cuadro de dolor y el malestar y la discapacidad asociada mediante el entrenamiento en diversas técnicas y habilidades. Se ayuda a la persona a comprender cómo sus pensamientos y sus conductas pueden influir en su capacidad de manejo del dolor, y se enseña a reestructurar pensamientos distorsionados.
La Terapia Cognitivo Conductual Centrada en Mindfulness [4], además de la reestructuración de pensamientos distorsionados, ayuda a la persona a regular la activación fisiológica y focalizar su atención al momento presente.
La Terapia de Activación Conductual [5] es una intervención que tiene muy buenos resultados en el tratamiento de personas con depresión. Uno de los síntomas de la depresión es la desvinculación con la realización de actividades agradables y gratificantes. Entonces se basa en un programa para volver a vincular a la persona a la realización de actividades que la pongan en contacto con reforzadores positivos que tengan un impacto en el estado de ánimo. La activación conductual puede ser beneficiosa para personas con dolor crónico que tienen este patrón conductual de desvinculación.
La Terapia de Aceptación y Compromiso [6] es un modelo basado en el desarrollo de la flexibilidad psicológica que aplicada a la gestión del dolor crónico permite limitar el control que el dolor ejerce sobre la vida de las personas, facilitando un ajuste de metas en función de valores y aumentando el compromiso con una vida orientada a valores..
La Logoterapia [7] es un modelo de intervención que ayuda a la persona a descubrir y experimentar posibilidades de sentido en las diferentes situaciones vitales, aún en aquellas que implican sufrimiento como es el caso del dolor crónico. Apela al despliegue de la dimensión espiritual y a movilización de los recursos existenciales para que la persona pueda responder a las disrupciones biográficas con una actitud resiliente.
El psicólogo especializado en psicogerontología es una figura clave en la atención integral, interdisciplinar y multidimensional de la persona mayor que sufre dolor crónico. Algunos de los desafíos a los que se enfrenta son avanzar en el desarrollo de nuevos modelos terapéuticos, validar en población mayor los ya existentes para otros grupos etarios, y realizar estudios que comparen la eficacia de diferentes modelos.
Referencias:
[1] Chapman, C., & Nakamura, Y. (1999). A passion of the soul: an introduction to pain for consciousness researchers. Consciousness and Cognition, 8(4), 391-422
[2] Bury, M. (1982). Chronic illness as biographical disruption. Sociology of Health and Illness, 4(2), 167-182.
[3] Ehde, D., Dillworth, T. , & Turner, J. (2014). Cognitive-behavioral therapy for individuals with chronic pain: efficacy, innovations, and directions for research. American Psychologist, 69(2), 153-157
[4] Pardos-Gascón, E., Narambuena, L., Leal-Costa, C., & Van-der Hofstadt-Román, C. (2021). Differential efficacy between cognitive-behavioral therapy and mindfulness-based therapies for chronic pain: Systematic review. International Journal of Clinical and Health Psychology, 21, 100197.
[5] Kennedy, M. , Stevens, C. , Pepin, R., & Lyons, K. (2024). Behavioral activation: values-aligned activity engagement as a transdiagnostic intervention for common geriatric conditions. The Gerontologist, 64, 1-7
[6] Fishbein, J. , Tynan, M., Truong, L., Wetherell, J. , & Herbert, M. (2023). Age differences in acceptance and commitment therapy for chronic pain. Journal of Contextual Behavioral Science, 30, 106-111.
[7] Ortiz, E. (2022). Manual de psicoterapia con enfoque logoterapéutico. Editorial El Manual Moderno.













