Un artículo de Jorge Andrada,
Presidente del Colegio Oficial de Enfermería de Madrid (CODEM)

Cualquier persona que analice la fotografía social de nuestros tiempos puede comprobar, sin ánimo de equivocarse, y sin necesidad de observar mucho, que el envejecimiento de las sociedades avanzadas como es la nuestra es una realidad que obliga a los sistemas sanitarios a evolucionar hacia una asistencia social y sanitaria, en la que los cuidados son el eje fundamental de la asistencia.

En este contexto, la sociedad española puede presumir de ser una de las más longevas del mundo, aunque, como es lógico, ello conlleva modificar cuantitativa y cualitativamente el concepto de modelo sanitario que teníamos hasta ahora. Un modelo que debe evolucionar desde una asistencia dimensionada para agudos, hacia otro que incorpore el aspecto social y sanitario, y que debe encaminarse hacia una visión de media y larga estancia. No solo en los hospitales, sino también en la asistencia en domicilio y las residencias.

Al mismo tiempo, esta realidad de ciudadano más longevo, probablemente polimedicado y crónico, necesita ser conceptuado como ‘paciente’ en cualquier lugar donde viva: ya sea en casa o en residencia. Conceptuar así a nuestro paciente facilita el camino para planificar los recursos sanitarios de forma adecuada, tanto en la coordinación y desarrollo de la asistencia, como en el perfil de profesional sanitario que necesita para garantizar su bienestar.

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Las enfermeras geriátricas deben estar presentes en todos aquellos órganos donde se tomen decisiones en torno a los mayores

Por lo tanto, es preciso establecer unos sistemas de apoyo para estas personas, sus familias y otros cuidadores informales. Sistemas que sirvan para mejorar su calidad de vida teniendo claro cuáles son los objetivos del paciente y de la familia por parte de los servicios sociosanitarios. Y es aquí donde la enfermera especialista en Geriatría cobra todo su sentido y toda su magnitud.

Desde el punto de vista internacional, la importancia de esta especialidad viene avalada por las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y la Comisión Europea. Esto es así porque la complejidad de los cuidados enfermeros a nuestros mayores requiere un nivel de competencia profesional en cuanto a conocimientos, actitudes y habilidades específicas que justifican esta especialización creada en 2005 (Real Decreto 450/2005, de 22 de abril, sobre especialidades de Enfermería) y que comenzó a implantarse en 2009 (teniendo como marco formativo el programa de la Orden SAS/3225/2009, de 13 de noviembre), pero que, sin embargo, en 2020 seguimos sin avanzar en su implantación y desarrollo pleno en todos los centros, hospitales y residencias públicos y privados que corresponde.

Un hecho que no tiene justificación alguna, ni desde el punto de vista sanitario y social, ni mucho menos desde una perspectiva profesional. Porque, a todas las razones ya señaladas, hay que añadir que esta falta de desarrollo impide ejercer a estas enfermeras como especialistas que son, al no contar con puestos de trabajo catalogados, ni bolsas de empleo específicas.

Desde el Colegio de Enfermería de Madrid nos preguntamos, por ejemplo, qué habría pasado si la figura de la enfermera especialista en Geriatría hubiera estado plenamente implantada en centros, hospitales y residencias públicos y privados durante la pandemia que todavía estamos viviendo.

La importancia de la enfermera geriátrica en tiempos de pandemia

Si hay un colectivo que se ha mostrado particularmente vulnerable en la crisis de salud pública generada por la Covid-19 son las personas mayores. Un colectivo que, a pesar de ser cada vez más numeroso, ha sido invisible para buena parte de la sociedad, especialmente aquellos que viven en residencias. Ya hemos señalado la importancia de cambiar el concepto de ‘residentes’ por ‘pacientes’ dada su vulnerabilidad y por la necesidad de cuidados específicos.

En los momentos duros que estamos viviendo, todavía seguimos trabajando con las políticas continuistas que arrastramos desde hace décadas. Nada se ha hecho para adaptar los protocolos a los niveles de dependencia, discapacidad, pluripatología y polimedicación que forman parte del día a día de miles de personas. En estos momentos se ha hecho todavía más evidente la falta de adaptación de estructuras y dotación de recursos humanos, en especial de profesionales de Enfermería, y más todavía, de especialistas en Geriatría. Hemos sido testigos de que los profesionales sanitarios- y en concreto, las enfermeras y enfermeros de toda España- se han desdoblado, multiplicado y reinventado cada día, anticipándose a la necesidad y exponiendo su vida. Hemos tenido residencias con cero casos y centros que se han convertido en verdaderas plantas hospitalarias para combatir la enfermedad. Escenarios diametralmente opuestos que reflejan la heterogeneidad a la que profesionales y mayores han tenido que enfrentarse.

La pandemia ha sacado del ostracismo a las enfermeras geriátricas. Ha puesto encima de la mesa la imperiosa necesidad de su plena implantación. Por ellas, por sus compañeras generalistas que han tenido que ejercer como especialistas, y por los miles de residentes (pacientes) que solo han contado con su enfermera habitual, a pesar de la dificultad de llegar a todos. Es evidente que las enfermeras geriátricas no solo deben ejercer en los ámbitos sociosanitarios donde deben hacerlo, sino que es fundamental que estén presentes en todos aquellos órganos donde se tomen decisiones en torno a los mayores.

En definitiva, y a la luz de la realidad social y sanitaria que nos ha tocado vivir, es el momento de revisar de una vez por todas nuestro sistema de atención y cuidado sociosanitario, que lleva años acusando la falta de profesionales, y la insoportable migración continuada de los profesionales de Enfermería.

Por tanto, en este caso que nos ocupa en cuanto a las enfermeras especialistas en Geriatría, es imprescindible equiparar sus condiciones retributivas, así como revisar la ratio de enfermería en los centros de mayores. Es imprescindible dotar a los centros de un adecuado número de enfermeras que tendrá que ir en relación con el número de pacientes de cada institución y su nivel de dependencia y cuidados.

Urge que se regule la presencia de enfermeras geriátricas en todos los centros públicos y privados que corresponde. Tenemos la obligación profesional, e incluso moral, de desarrollar una adecuada atención y cuidados de enfermería geriátrica en favor de la calidad y seguridad de miles de personas mayores. Como también es justo reconocer el valor aportan las enfermeras geriátricas en la coordinación sociosanitaria y de los equipos, la supervisión, la investigación y la gestión de los cuidados.

Nuestra sociedad y, por ende, nuestro sistema sociosanitario, tiene que asumir que las residencias son centros de vida donde las personas mayores desarrollan su proyecto vital y son centros de cuidados donde la enfermera (geriátrica) es el eje sobre el que gira toda la asistencia de la persona mayor.

Finalizo estas reflexiones haciendo un llamamiento urgente y firme a las administraciones para que adopten una actitud proactiva en el desarrollo de la profesión enfermera en general y, en el caso que nos ocupa, en la plena implantación de la enfermera especialista en Geriatría por las razones sanitarias, sociales y profesionales descritas.

Al mismo tiempo, quiero reconocer una vez más, la enorme labor realizada y la entrega de toda la profesión enfermera, siempre, pero sobre todo, durante esta pandemia. La sociedad tiene que reconocer la profesionalidad de nuestros compañeros en centros de salud, domicilios, hospitales y residencias, en la asistencia y la atención de los cuidados. Las enfermeras y enfermeros han cuidado, han curado, han sido familia y han sobrellevado los momentos más duros, sin perder su cercanía. Cuidando y acompañando el cuerpo y el alma. Es el momento de cuidar al que nos cuida. Comencemos por ajustar la realidad sociosanitaria y profesional a las necesidades de todos.