Un artículo de Atenzia, empresa especializada en el ámbito social y de la salud

La pandemia de la Covid-19 ha modificado nuestros hábitos, creado nuevos escenarios y obligado a adaptarnos a una nueva realidad que nadie pudo prever. Sin embargo, y a pesar de todos los cambios que esta ha supuesto, también nos ha servido para confirmar algo que ya sabíamos: la importancia inestimable del factor humano en los cuidados y el uso necesario de la tecnología al servicio de las personas.

La sociedad mundial vive en un proceso de cambio continuo que es inherente al ser humano y que en los últimos años se ha visto acelerado e intensificado debido a los continuos avances tecnológicos que se han producido. El aumento de la esperanza de vida, una población cada vez más envejecida y el impacto en el día a día de la tecnología, son algunas de las diversas circunstancias que nos han hecho desarrollar una capacidad de adaptación y aprendizaje constante.

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La tecnología ha demostrado una vez más que puede ayudar a anticipar y automatizar procesos y ser clave en la generación de nuevos servicios para las personas mayores

Sin embargo, nada nos preparó para todo lo que ha supuesto la Covid-19; la mayor crisis sanitaria de nuestra historia reciente. Una situación que afectó a todos los ámbitos de la vida cotidiana y nos obligó no solo a adaptarnos sino a cambiar nuestro día a día y adquirir nuevas costumbres en un escenario donde la salud pasó a ser el eje central alrededor de la que giró todo lo demás.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud no solo como la ausencia de afecciones o enfermedades, sino especialmente como “un estado de completo bienestar físico, mental y social. Y precisamente en la nueva realidad, esta amplitud del término tomó más relevancia que nunca.

A los problemas médicos, relacionados o no con el coronavirus, se le han sumado todos aquellos derivados de la situación vivida y que han afectado al bienestar físico, mental y social. Así, además tuvimos que hacer frente a otros factores como el miedo e incertidumbre lógicos por una situación nueva e imprevisible, los problemas físicos derivados de la inactividad y, especialmente, las consecuencias del aislamiento social y la soledad con especial incidencia en las personas mayores.

La soledad no deseada, un mal endémico

Las características de esta pandemia nos obligaron a aplicar medidas y restricciones específicas basadas en limitar el contacto social con el objetivo de frenar los contagios y con ellas se hizo más patente que nunca una realidad siempre presente, pero a menudo ignorada: la soledad no deseada.

Más de dos millones de personas mayores 65 años viven solas en España. Una situación en la que la conocida como soledad no deseada se intensifica y que se vio incrementada en los meses de confinamiento. Esto creó nuevas necesidades en los mayores que además de verse avocados al aislamiento social, también vieron limitados sus movimientos.

Estas nuevas necesidades se vieron también reflejadas en los datos. Como era previsible, los centros de atención del servicio de teleasistencia de Atenzia recogieron un aumento significativo de febrero a marzo en la media de llamadas diarias por avisos de emergencia o por alerta sanitaria. Sin embargo, en donde se presenta una mayor subida es en el número de llamadas diarias en las que las personas usuarias solo buscaban entablar conversación, que se incrementaron en casi un 40%. Un aumento notable que pronto puso de manifiesto las consecuencias de la pandemia y las nuevas necesidades creadas a raíz de esta, que quedaron desde un primer momento identificadas.

En este sentido, no solo fue necesario atender, monitorizar y derivar aquellas emergencias sanitarias que requiriesen asistencia sanitaria sino también centrar los esfuerzos en dos nuevas vías. Por un lado, priorizar a aquellos colectivos especialmente vulnerables como las personas que vivían solas para ofrecerles acompañamiento y, por otro, ofrecer apoyo psicológico a aquellas personas usuarias o familiares en proceso de duelo por la pérdida de un ser querido.

Humanización y personalización en los cuidados

La pandemia creó un nuevo escenario para el que nadie estaba preparado, y con él llegaron nuevas necesidades y oportunidades, pero también nuevas soluciones. Porque esta capacidad de adaptación constante quedó una vez más patente, sirviendo esta situación para resaltar y acelerar procesos que llevaban tiempo avanzando y que, ante un problema de tal magnitud, mostraron sus fortalezas.

Así, la teleasistencia avanzada, que aúna el valor de la teleasistencia clásica y el uso de las nuevas tecnologías, tomó más relevancia que nunca demostrando ser la solución más completa para cubrir las necesidades individuales de cada persona y tener una capacidad incuestionable para adaptarse y generar nuevos servicios en un tiempo récord.

La aplicación de las nuevas tecnologías para, por un lado, la anticipación y prevención a las necesidades humanas y por otro, la creación de productos y servicios ad hoc se aúno una vez más con la necesidad de dotar a esta atención de la cercanía y personalización que requiere un servicio de este tipo.

Porque la tecnología nos ha demostrado una vez más que puede ayudarnos a anticipar y automatizar procesos y ser clave en la generación de nuevos servicios que tengan el objetivo de cubrir nuevas necesidades. Además, gracias a la transformación tecnológica contamos también con las herramientas necesarias para la personalización y adaptación del servicio a las demandas de cada persona.

Pero si algo nos ha demostrado esta pandemia es que, sobre todo, no debemos quedarnos únicamente con la parte superficial. Que la salud no solo implica una incapacidad o una afección que hay que tratar o curar, sino que va más allá, que los seres humanos somos seres sociales que debemos estar integrados y formar parte activa del conjunto y en ello debemos trabajar. Y que, finalmente, nada podrá sustituir el valor de un servicio tan humano e indispensable como la teleasistencia.

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