Un artículo de Esther García Galbeño,
directora del centro geriátrico Los Llanos Vital

Mucho se ha hablado de los muertos de las residencias. ¿De las residencias? ¿Son nuestros los muertos que se han producido en las residencias de mayores? ¿Acaso son los muertos en los hospitales, de los hospitales? O los muertos en los domicilios ¿Son estos los muertos de sus hijos o de sus viudas o viudos?

Nos preguntamos por qué ha habido esta política informativa tan dañina contra las residencias; por qué algunos medios han elegido como línea de comunicación la de la defenestración de un sector: fiscalicemos, inspecciones, intervengamos, buitres, hacinamiento, deshumanización… estas y otras expresiones similares han sido arrojadas al sector, “busquemos donde hay muertos” (así pedía un periodista de un periódico nacional a sus lectores que le comunicaran residencias donde morían mayores)… ¿Por qué? ¿Qué fundamento hay en estas acusaciones?

Qué es una residencia geriátrica

Lugar de convivencia diaria y de contacto estrecho y cercano entre mayores y profesionales: salones, comedores, ascensores, salas de terapias y actividades, capillas… espacios compartidos diariamente por sus habitantes y en donde, por la necesidad asistencial que éstos tienen, reciben ayuda y atención cercana continuamente de un elevado número de profesionales, para realizar actividades -comer, levantarse, vestirse, ducharse…-  de la vida diaria.

Residencia: “Lugar de convivencia que ha favorece las elevadas tasas de contagio habidas”.

Centro de atención a personas mayores, con una media de edad por encima de los 80 años, con pluripatologías y con alta dependencia.

Las personas mayores han sido identificadas desde el inicio de esta pandemia como gravemente afectadas por ella, con elevadas tasas de fallecimiento, estimada en un 14,8% para los mayores de 80 años.

A este dato, 14,8% de mortalidad en mayores de 80 años, hay que añadirle el factor multiplicador de ser personas con pluripatologías -por eso están ingresadas en residencias- y, a su vez, afectadas por factor multiplicador consistente en residir en un lugar definido como de alta tasa de contagio.

Partiendo de los anteriores datos, para poder acusar a alguien de no haber cumplido con sus obligaciones, lo justo es conocer cuáles son estas, ya que parece que, aquellos que han alzado la voz contra el sector deberían, por justicia, por rigor y responsabilidad de su cargo, conocerlas bien y, sin embargo, las ignoran o las han querido ignorar.

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Los personas mayores que viven en las residencias no son pacientes de las residencias, son pacientes del sistema de salud público

Qué servicios deben dar las residencias geriátricas

Las residencias son centros de atención social, no están integradas en el sistema de salud pública. Las residencias cuentan con profesionales sanitarios para ofrecer un servicio de calidad cercano al mayor, por eso en su propia casa/residencia tienen médicos y enfermeros, además de otros profesionales. Pero una residencia no es un hospital, no hay en ella especialistas médicos, ni neumólogos, ni quirófanos, ni UVI, ni si quiera deberían sus profesionales sustituir a los profesionales de los centros de salud.

Los mayores que viven en las residencias, no son pacientes de las residencias, son pacientes del sistema de salud público; son personas con derechos, derecho a recibir un trato igual al del resto de los ciudadanos, derecho a la asistencia del sistema público de salud, en toda su escala. Salvando las distancias, me pregunto si por el hecho de tener médico un club deportivo o un colegio o una clínica de adelgazamiento o una empresa, dejan esos clientes, esos estudiantes o esos trabajadores de tener derecho a la asistencia en la red pública sanitaria.

El trato desigual y discriminatorio hacia las personas mayores ingresadas en residencias geriátricas, en su derecho a recibir las prestaciones sanitarias del sistema público, no es nuevo y se viene denunciando por el sector de las residencias geriátricas desde hace mucho tiempo.

Y en estas circunstancias -mayores de 80 años, frágiles, conviviendo en residencias y con discriminación negativa en sus derechos sanitarios-, llega la pandemia del COVID-19. Y en estas circunstancias, se produce la tragedia y los “muertos de las residencias”.

Crónica de una muerte anunciada

Las medidas de contención en nuestro país comenzaron cuando los contagios estaban descontrolados y la crisis sanitaria ya era inevitable.  El sistema sanitario no iba a ser capaz de atender a todos los ciudadanos que iban a necesitar estancia y cuidados hospitalarios.

En ese momento, en la segunda semana de marzo, unos días antes de declarase el estado de alarmalas residencias geriátricas tuvieron que asumir que los mayores ingresados en sus centros debían ser tratados en ellos, con los recursos humanos y materiales con los que en los mismos se contase, sin esperar ayuda del sistema público de salud. Si el sistema sanitario no tenía recursos para lo que se le venía encima, no iba a poder acoger en él a los mayores afectados en las residencias, los más dependientes y de peor pronóstico. Se ponían así en marcha criterios de cribado en la atención sanitaria basados en la edad y en el nivel de dependencia.

“Los residentes deberán ser tratados en sus residencias”

Prueba de ello son, precisamente, las terribles cifras dadas -por los mismos que han acusado a las residencias- de que los mayores de las residencias han fallecido en las residencias y no en los hospitales. Prueba de ello es, precisamente, que no se han hecho derivaciones desde las residencias a los hospitales porque no se podía hacer “el cribado”. Prueba de ello es que, hasta muy avanzada la crisis, hasta que no explotó en los medios, no ha habido ni una mascarilla entregada a las residencias, para proteger, ni un test para ordenar los espacios en positivos y negativos, ni un protocolo establecido para coordinar al sector sanitario y el social, para ayudarnos a cuidar y a curar. Prueba de ello es que las personas mayores que vivían en las residencias no han recibido aquello a lo que tenían derecho, incluso aquello a lo que tenían derecho al final de sus vidas, a una muerte digna.

Los más mayores -los más frágiles, los más afectados por la enfermedad, los de peor pronóstico-, conviviendo en lugares con alto nivel de contagio, no podían consumir los recursos de camas y tratamientos hospitalarios; ni de profesionales y especialistas sanitarios, por lo que, con los recursos con los que disponían las residencias geriátricas, los mayores debían permanecer en ellas, pasara lo que pasara. Esto es con lo que hemos tenido que trabajar en las residencias en este duro periodo de crisis sanitaria, de carencia de recursos para todos, pero más para algunos.

Claro que las residencias geriátricas no estaban preparadas para reconocer una enfermedad desconocida y con sintomatologías diversas y atípicas en los mayores; claro que no disponían de test para haber podido saber quién tenía la enfermedad y quién no y haber podido aislar a las personas positivas; claro que no estaban preparadas para crear unidades de aislamiento; claro que no estaban preparadas para curar con tratamientos médicos inexistentes… Claro que no. Pero, ¿eran las residencias geriátricas las que debían haber estado preparadas?

Claro que tampoco estábamos preparados para cubrir entre el 30% y el 50% de bajas de nuestros profesionales, bajas dadas telefónicamente y sin realizar test en una inmensa mayoría de los casos, incluso a día de hoy; claro que sus equipos humanos no estaban preparados para aislarse, proteger y protegerse sin contar con los equipos de protección adecuados, también inexistentes… Claro que no.

Tampoco estaban preparadas para ver morir drástica e inexplicablemente a las personas que cuidaban, que llevaban cuidando días, meses, años… Claro que no.

Y, a pesar de no estar preparadas nuestros equipos, sanitarios y asistenciales han atendido sin tregua a todos los mayores de las residencias, han estado a su lado, cuando a nadie más le estaba permitido estar, cuando no recibían ayuda de nadie más, han curado y han cuidado y han sufrido enormemente.

Nuestros profesionales estaban y están cuidando en la primerísima línea  de la infección; también se han contagiado mientras trabajaban; también han estado y están hospitalizados por COVID-19; también han tenido miedo por ellos y por sus familias; y a pesar de ello, han seguido cuidando y curando en sus residencias, y han tratado de acompañar y dar la mano en su último momento a los mayores, sus mayores, a los que veían morir sin sus familias. Han tratado de acompañar a esas familias en la lejanía; han sufrido estrés y frustración, y también han sufrido el olvido de muchos responsables de nuestra sociedad y la denostación de muchos otros. ¿Por qué?

Ni están todos los que son, ni son todos los que están

Desde el primer día de confinamiento y diariamente, hemos tenido la obligación de informar a la Consejería de Servicios Sociales, a salud pública, a la guardia civil, a los Ayuntamientos… de todos los fallecimientos producidos, indicando los compatibles con COVID-19 y aquellos que nuestros departamentos médicos entendían que lo eran por otras causas. Además, en este periodo de crisis muchos de los mayores que deberían haber acudido al sistema público sanitario por razones ajenas al coronavirus, no han podido acudir o han vuelto infectados, al acudir a hospitales, lugares de “alto índice de infección”.

Ni se ha dispuesto ni se dispone de test PCR en las residencias. No ha sido hasta la segunda semana de abril cuando se han distribuido en las residencias test rápidos, de dudosa fiabilidad, y que no permiten la discriminación entre personas positivas y negativas, personas que contagian y que no contagian. Recurso que de haber estado disponible habría hecho disminuir enormemente el factor de contagio, al haber podido separar a las personas positivas y aislarlas certeramente.

Los muertos en las residencias geriátricas no computan como muertos por/con COVID-19, porque no han pasado PCR. Y no han podido tener sus PCR porque no ingresaban en hospitales, ya que debían permanecer en las residencias, y no han tenido sus PCR de los Centros de Salud, porque los centros de salud no tenían PCR para los mayores de las residencias. Pues, entonces, ¿para qué o para quién computan los muertos en las residencias?

Esas cifras que diariamente se nos dan a conocer en los telediarios de muertos por Coronavirus no incluyen a las personas que no han pasado un PCR. ¿A cuánto se elevarían las cifras de muertos por COVID-19 en España si se incluyesen los muertos “por sintomatología compatible con COVID-19″ en las residencias? Y, sin embargo, estos muertos ignorados y descontados de los muertos en España por el COVID-19, sí suman para esgrimirlos en contra del trabajo que se hace en las residencias.

Negligencia, trato indigno, empresarios buitres, ganar dinero a costa de nuestros mayores, centros no preparados, ocultismo, hacinamiento, falta de servicios, muertos abandonados en las camas, fiscalización, investigación, revisión de modelos… palabras esgrimidas contra el sector en estos días. ¿Por qué? Acaso para servir a intereses personales y tendencias políticas.

A unos puede interesarles revisar el modelo de atención, quizás a medida de determinados grupos de presión: pues que se hagan y se aporten estudios económicos y se contemple el bienestar de los mayores para definir el mejor de los modelos asistenciales.

A otros les interesa enfrentar lo privado a lo público, denostando lo primero respecto a lo segundo: pues que se aporten datos objetivos. Existen estadísticas de calidad en la administración sobre todas las tipologías de centros, existen estudios económicos de costes, existen datos sobre lo ocurrido en cada una de las residencias. Básense en ellos para acusar y para decidir qué es lo mejor para todos.

A otros no les interesa entrar en la dignidad del trato al final de la vida, no fuera a ser que se confunda con “otras cosas”.

A otros, seguramente, les ha interesado tener un chivo expiatorio “los muertos en las residencias son de las residencias”. Con eso, la responsabilidad de lo que queda fuera de las residencias es mucho menor y apuntamos a otros para que asuman la culpa… ¿Con qué derecho? ¿Con base en qué justicia?

Yo exijo, y puedo exigir por todo lo que hemos sufrido y por todo lo que hemos luchado, a los que hablan irresponsablemente, a los que ignoran a los mayores cuando se trata de darles aquello a lo que tienen derecho y a los que utilizan las cifras para minorar su responsabilidad, y también a los que tienen altavoces para amplificar esas palabras: no utilicen las residencias geriátricas para sus posicionamientos ideológicos y económicos.

En las residencias viven personas mayores, todas ellas con derecho a la sanidad que les debía haber prestado el sistema sanitario público y del que han sido apartadas en esta crisis, por razones justificadas o injustificables. En las residencias trabajan personas que lo han dado todo. Srs. periodistas son ustedes responsables de conocer y de informarse.

Los intereses de unos y de otros, legítimo es tenerlos, pero más legítimo aún es defenderlos con datos ciertos y con trabajo digno. Señores y Señoras, nuestros representantes, cada uno que asuma las responsabilidades sobre las decisiones tomadas, las evitables y, probablemente, también las inevitables, pero no lo hagan a costa del trabajo de los demás.

Pedimos y necesitamos ese aplauso de las 8 de la tarde para los trabajadores de las residencias y para que sea sentido y vivido por la gente de a pie. Para que quiera ser dedicado, se nos tiene que oír a nosotros.