Un artículo del Dr. Eloy Ortiz Cachero
Director de la Residencia Sierra del Cuera

En las residencias de personas mayores la cultura organizativa puede ser metafóricamente entendida como un triángulo, en el que sus lados estarían constituidos por la persona mayor, la familia y los profesionales, y en el centro de esa hipotética figura geométrica estarían representadas las relaciones. Un triángulo que sin duda debe convertirse en cuadrilátero, ya que a aquél, le falta el lado que hace referencia a lo comunitario.

La persona que va a vivir a una residencia no lo hace sola, sino que va acompañada por su familia, pero también por su red social. En ocasiones, el desarraigo y la ruptura social hacen que la decisión de ir a vivir a una residencia se interiorice como un fenómeno altamente estresante. El ser humano es un ser social por naturaleza, con la necesidad de participar en la comunidad en la que vive. En concordancia con que toda vida humana está interconectada, el intercambio entre la residencia y la comunidad más cercana se antoja indispensable. La necesidad de relacionarse, de ser parte de la red social, implica favorecer al máximo las relaciones interpersonales. Como algunos autores han descrito, se trataría de “meter las relaciones dentro” y “sacar las relaciones fuera”.


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El papel de la familia en la residencia debería ser valorado como principal e insustituible

Vivimos tiempos de innegable dificultad, de máxima incertidumbre, en los que se requiere la actitud de “estar presente” para los demás, la conciencia de proyecto compartido, donde los esfuerzos individuales se acoplen y de esta manera potencien el empeño colectivo. Las adversidades no se pueden anticipar. Y, efectivamente, aunque hay circunstancias que no podemos cambiar, lo que si podemos hacer es modificar nuestra actitud ante las mismas.

En primer lugar, miro a quienes supieron caminar en tiempos difíciles y día a día nos dan una gran lección de fortaleza, fundamentada en la sabiduría que encierra la experiencia. También reconozco a quienes con su generosidad en la comprensión y su cercanía nos dicen que podemos contar con ellos, y cómo no, a aquellos que lo dieron y lo están dando todo en su puesto de trabajo.

Escribía ya hace tiempo, que el papel de la familia en la residencia debería ser valorado como principal e insustituible. Continuaba entonces diciendo, y hoy me ratifico más que nunca en ello, que resultaba fundamental el establecimiento de una comunicación fluida y auténtica. Comentaba igualmente en ese artículo, que desde la residencia teníamos la obligación de desarrollar las estrategias necesarias para conseguir la plena integración de la familia, y consideraba también, que sus aspiraciones y requerimientos iban a ser diferentes a lo largo del tiempo. No olvidemos, como decía Edgar Morin, que la realidad es cambiante.

Indudablemente, el vínculo con otras personas nos ayuda a trabajar incansablemente para reencontrarnos, buscar objetivos comunes, mantener la motivación intrínseca (esa que no depende del salario) y para tener el coraje en cada momento para hacer frente a la adversidad. Porque tenemos que instalarnos en el “momento presente”, mirando, si acaso, de reojo al día después.

La pre-ocupación por el ser humano constituye la fuerza motora de los profesionales sociosanitarios. Pre-ocuparse significa ocuparse con antelación. Por ello, debemos dejar la puerta abierta de par en par al talento y a la consiguiente generación de alternativas. Como somos conocedores de que ninguna situación se repite, que cada momento reclama una respuesta diferente, entendemos que manejar las incertidumbres nos exige re-hacer permanentemente. Como dice Zygmunt Bauman, hay que “derretir los sólidos” para adaptar las intervenciones a cada situación.

Ciertamente, abrazar la ambigüedad requiere coraje, determinación, responsabilidad y persistencia, pero también humildad y mucha, mucha emoción. Vivir en tiempos adversos nos exige compromiso, disponibilidad y pasión. Indiscutiblemente, el desempeño profesional se ha de dirigir a hacer bien lo que cada persona considera que es bueno para ella, lo cual implica abandonar el “yo” individual, poniéndose a disposición de los “túes”, es decir, de los otros. Los que piensan en lo suyo no eclipsan la profesionalidad de los que han estado y están en primera línea. Pienso, que atender al propio interés es un acto de irresponsabilidad. Las palabras de Spinoza lo explicitan a la perfección: “…debemos aprender a vivir con lo inevitable, dejando de lado los individualismos y los intereses particulares, esforzándonos en sacar lo mejor de nosotros mismos”.

Lo que estamos viviendo es una gran oportunidad para el agradecimiento a las personas con quienes estamos en contacto. Vuelvo a mirar a quienes día a día nos transmiten paz, a quienes nos ofrecen un hombro en el que apoyarnos, a aquellos que con sus mensajes de ánimo nos hacen sentir que nuestro esfuerzo es reconocido, y a los que no se escondieron y continúan dando una gran lección de profesionalidad. El éxito nunca es el resultado de una sola persona.

El profesor De La Torre, enfatiza que las “emociones de los otros nos afectan”. Ciertamente, las emociones se transmiten y se comparten. Por este motivo, en tiempos tan difíciles es primordial aprender a gestionar nuestras emociones. Para alcanzar este propósito, debemos aceptar la realidad, adaptándonos al nuevo escenario y mostrando una actitud lo más positiva posible. Tratemos de ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Seamos optimistas sin dejar de ser realistas y tengamos esperanza sin ser ilusos. Como escribió William Ward “el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas”.

Las personas mayores que viven en las residencias, sus familiares y muchos otros amigos y amigas, nos habéis dado la posibilidad de compartir los propios temores y las propias ilusiones. Fuisteis y sois el ancla al que nos hemos agarrado con fuerza. ¡Y eso es infundir esperanza! Porque no debemos olvidar que nada es para siempre, nada es definitivo.