Un artículo de Teófilo González Villalba, terapeuta ocupacional, y Patricia Durán Sevillano, logopeda, en Neurovida

“Lo tengo en la punta de la lengua”. Cuántas veces habremos empleado esa frase para expresar nuestra incapacidad momentánea de recordar algo. Una imagen, un dato, una situación que, tarde o temprano, regresa a nosotros.

No supone una merma en nuestra salud, salvo que se repita a menudo. En ese caso puede significar que hay un problema, tanto de  memoria como acceso al léxico y de organización del pensamiento. Si le sumamos episodios de desorientación personal nos acercamos al diagnóstico de Alzheimer.

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La detección precoz es clave para detener el progreso del Alzheimer y mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen

La detección precoz es clave para detener dicho progreso y para mejorar la calidad de vida de quienes la padecen y de las personas convivientes mediante la realización de una serie de terapias enmarcadas dentro de unas rutinas diseñadas para ellos: talleres de estimulación cognitiva,  funcional y motora, ejercicios del  lenguaje musicoterapia y  distintos talleres de entretenimiento.

Se trata de que se sientan útiles, pero, muy importante: también queridos e integrados socialmente. Así, las rutinas y una convivencia positiva a nivel afectivo es el primer consejo que los expertos ofrecen a los familiares, además de seguir estas recomendaciones: 

  • Fomentar la autonomía
  • Proporcionar seguridad e interés
  • Motivarles a continuar con sus aficiones y a mantener  amistades, evitando el aislamiento

No es tarea fácil para los familiares y cuidadores, que se ven desbordados en no pocas ocasiones por los efectos de este mal, que afecta, sobre todo, a personas que rebasan los 80, pero que, si aparece a edades tempranas, puede ser devastador.

¿Qué debemos y qué no debemos hacer si convivimos con un enfermo de Alzheimer?

Lo que sí:

  1. Lo primero, ante la duda o posibles sospechas de que el Alzheimer ha irrumpido en nuestras vidas o en la de algún familiar, acudir al especialista. El neuropsicólogo confirmará o no el diagnóstico y pondrá un tratamiento farmacológico adecuado.

  2. Si es posible, procurar cuidado especializado en enfermedades neurodegenerativas y no dejar a la persona sola en casa, ya que puede existir peligro para su integridad física, al olvidarse, por ejemplo, de cerrar el gas, el agua o de desorientarse y perderse.

  3. Procurarle una vida organizada, con rutinas y ejercicios que le ayuden a nivel cognitivo y emocional.

  4. Proporcionarles materiales de apoyo en la medida de lo posible como calendarios para la orientación temporal o diarios para la memoria.

Lo que no:

  1. No confrontar las ideas delirantes o los síntomas de la enfermedad (por ejemplo si dicen que no hicieron algo ayer no insistirles en que si lo hicieron), ya que esto solo contribuye a que la persona tenga una toma de contacto con su déficit, lo que le hará sentir mal para después de un rato no acordarse

  2. Culpabilizarles por sus conductas

  3. Infantilizar. Cuando infantilizamos o sobreprotegemos  estamos limitando su independencia, promoviendo su frustración y olvidando su dignidad

  4. Restarles autonomía. No debemos sobreexcedernos en el temor a que le pase algo; será bueno para ellos llevar a cabo lo que esté en su mano.

Por último, y fundamental, es necesaria una comunicación fluida, estrecha e interrumpida entre cuidadores y familia, entre terapeutas y los dos anteriores. Las voces encargadas deben ser una, para que la ayuda médica, la orientación terapéutica y el cariño de todos sumen.