Un artículo de Celia Márquez Coello, responsable de Comunicación y Prensa de la Federación Española de Diabetes (FEDE)

De un tiempo a esta parte, cada vez más personas en todo el mundo tienen acceso a dispositivos tecnológicos para el control de la diabetes. Aunque todavía queda mucho camino por recorrer en la democratización de estas herramientas, es un hecho que sensores de glucosa, plumas conectadas (Smart pens) e incluso sistemas de asa cerrada o “páncreas artificiales” llegan a cada vez más hogares y grupos sociales; entre ellos, las personas mayores.

Los mayores de 65 años constituyen el 40% del total de afectados por la diabetes en España, según datos del Ministerio de Sanidad. De ellos, el 50% no cuenta con un diagnóstico debido a que, con la edad, los síntomas se vuelven menos reconocibles, según la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).

A todo ello se suma un riesgo más elevado en estos pacientes de padecer otras patologías como cardiopatía isquémica, insuficiencia renal crónica o insuficiencia cardiaca. En este contexto y a pesar de cierta lentitud en comparación a la rápida integración por parte de los nativos digitales, la adopción de tecnologías para el control de la glucosa en esta franja de edad era solo cuestión de tiempo.

Según los expertos, el uso de estos dispositivos posee efectos beneficiosos para las personas mayores: mejora su calidad de vida y previene la aparición de complicaciones. Sin embargo, si su adopción no se combina con una correcta formación y acompañamiento, también puede entrañar desventajas inesperadas.

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Estar abiertos a la utilización de tecnologías tendrá amplias ventajas sobre la calidad de vida de los pacientes mayores con diabetes

Principales desafíos

Según un estudio reciente, los principales desafíos que las personas de edad avanzada encuentran a la hora de implementar estas tecnologías en su día a día están relacionados con la pérdida de capacidades cognitivas, motoras y audiovisuales, algo que se da con relativa frecuencia en esta franja de edad.

Por ejemplo, una disminución de la visión puede dificultar las lecturas de los sistemas de monitorización de glucosa o de los números en la pluma de insulina, mientras que un deterioro de la memoria conlleva un riesgo de cometer errores peligrosos, como la doble administración de un bolo de insulina. La pérdida de destreza manual, por su parte, puede dificultar el manejo de dispositivos complejos que requieren recambio de piezas o pequeñas reparaciones.

Grandes beneficios con formación y acompañamiento

Por todo ello, las personas mayores necesitan un acompañamiento individualizado y una figura que les guíe y facilite su relación cotidiana con estos dispositivos tecnológicos.

De esta forma, antes de comenzar a utilizar cualquier herramienta, ya sean sensores tradicionales o sistemas automatizados, un profesional sanitario debe evaluar el estado de salud general del afectado, teniendo en cuenta sus necesidades individuales.

Una vez decidido el sistema que se va a adoptar, dependiendo del tipo de diabetes y el estado de salud del paciente, es necesario impartir una formación adecuada en el uso de esta tecnología, así como un acompañamiento diario del proceso. En esta fase, la familia cobra una especial importancia, ya que el entorno más cercano al paciente puede vigilar su adherencia al tratamiento, participando en la toma de decisiones y prestando su apoyo en la resolución de incidencias.

Bajo estas condiciones de formación y acompañamiento, estar abiertos a la utilización de tecnologías tendrá amplias ventajas sobre la calidad de vida de los pacientes mayores. Estos dispositivos no solo reducirán hipoglucemias y mejorarán el control de la glucosa; también pueden ayudar a recordar la cantidad de dosis administradas o compartir automáticamente toda la información con los cuidadores sus profesionales médicos de referencia.

La Federación Española de Diabetes (FEDE) y las 123 asociaciones que la conforman trabajan, en esta línea, para mejorar la calidad de la asistencia y formación al paciente, incidiendo en la necesidad de individualizar los tratamientos y prestando una especial atención a colectivos vulnerables, como son los mayores.