Un artículo de Anna Valverde, Directora del Centro residencial Font dels Capellans
Tradicionalmente el concepto de envejecimiento se ha definido desde una perspectiva biológica, es decir, de acuerdo con la enfermedad o la pérdida de capacidades físicas y mentales, y por tanto con una serie de connotaciones negativas. Un ejemplo de definición biológica del envejecimiento es la siguiente: «cambio gradual en un organismo que conduce a un mayor riesgo de debilidad, enfermedad y muerte (…)».
Aun así, en las últimas décadas se han propuesto una serie de definiciones más optimistas o positivas sobre el envejecimiento. En este sentido han aparecido nuevos conceptos como el de «envejecimiento exitoso», «envejecimiento saludable» y «envejecimiento activo», los cuales ponen énfasis en las potencialidades asociadas a este proceso. Así, la Organización Mundial de la Salud define el envejecimiento saludable como aquella etapa que empieza mucho antes de los 60 años, la cual solo puede obtenerse desarrollando en edades tempranas unos hábitos y estilos de vida saludables y realizando la prevención de algunas enfermedades y discapacidades (OMS, 1998).
Cómo podemos ver, el envejecimiento se ha concebido inicialmente desde la perspectiva de la enfermedad y posteriormente desde la perspectiva de la salud. Si bien es cierto que el envejecimiento es un fenómeno que, biológicamente hablando, lleva asociado una serie de cambios físicos en el organismo, hay que tener en cuenta dos aspectos importantes:
1) El envejecimiento es una experiencia única, individual y universal: todos envejecemos, pero no de la misma forma
2) El envejecimiento no tiene que ser visto únicamente desde un punta de vista biológico o cronológico (en términos de edad), sino también, y en la línea del que proponen autores como Vaillant y Mukamal (2001), tiene que ser considerado desde estas tres dimensiones: disminución, cambio y transformación.
La disminución hace referencia al deterioro de la función de algunos órganos y capacidades; el cambio se relaciona con las modificaciones que se observan en el aspecto físico y en el funcionalmente de los órganos y sistemas corporales y finalmente, la transformación, hace referencia a aquellas capacidades o habilidades que se desarrollan y maduran con el envejecimiento, como por ejemplo la mayor paciencia y tolerancia que pueden desarrollar las personas mayores, la resolución de problemas, etc.
Desde mi punto de vista, tenemos que huir de concepciones reduccionistas sobre el envejecimiento y consensuar una definición integral que incluya todas las facetas o dimensiones posibles con el objetivo de dar cuenta de la gran variabilidad interindividual que supone este proceso. Una definición de envejecimiento que encuentro bastante cumplida es la que expongo a continuación: «“proceso que implica cambios de orden biológico, psicológico y social por los que atraviesa cualquier persona después de los 25-30 años de edad y que de forma activa se perpetúan hasta el final de la vida. Estos cambios son inherentes a todo ser humano, pero a su vez son el resultado de contextos multidimensionales como la situación económica, estilos de vida, satisfacciones personales y entornos sociales que influyen de forma directa en el proceso de envejecimiento. El envejecimiento también se ve influido por las enfermedades padecidas, el sufrimiento acumulado a lo largo de la vida, el tipo de vida que haya llevado la persona y los factores de riesgo y ambientales a los que ha estado sometida. Los genes también tienen mucha importancia en este proceso».
Otro concepto que está relacionado con el envejecimiento es el de la vejez. La vejez es la última etapa de la vida del ser humano, en la cual este ya ha logrado su *máxima expresión en cuanto a relación con el mundo y ha llegado a la madurez total a través de una gran cantidad de experiencias adquiridas durante los momentos e instantes disfrutados.
Es en esta etapa cuando se hacen más evidentes los síntomas del envejecimiento. En nuestra sociedad la vejez se relaciona con la jubilación y por tanto la edad que se estipula para esta etapa se encuentra entre los 60 y 65 años. En este artículo tomaremos como referencia los 60 años, puesto que en la literatura revisada es la edad que también se toma como referencia para denominar el colectivo o población que se encuentra en la fase de la vejez.
Envejecimiento y salud mental
Tal y como hemos señalado más arriba, las personas envejecen de forma diferente. Algunas personas lo hacen disfrutando de una buena salud mental, -entendiendo por salud mental no solo la ausencia de enfermedad sino también el hecho de poder disfrutar de un estado de bienestar mental que los permita afrontar las adversidades o situaciones estresantes de la vida diaria, el desarrollo de sus habilidades, la capacidad para poder aprender y trabajar de forma adecuada y contribuir a la mejora de su comunidad- y otros envejecen con la salud mental afectada.
Tener la salud mental afectada implica la existencia de estados mentales asociados a un elevado grado de angustia y también la presencia de enfermedad mental y discapacidades sociales. Las personas que sufren una enfermedad o trastorno mental son más propensas a experimentar niveles más bajos de bienestar mental de forma general, a pesar de que hay excepciones.
Entendemos por enfermedad o trastorno mental aquella alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen a su función mental. Habitualmente los trastornos mentales van asociados a un estrés significativo o discapacitado, ya sea social, laboral u otras actividades importantes (APA, 2014).
Según la Organización Mundial de la Salud, un 14% aproximadamente de los adultos de 60 años o más sufren una enfermedad mental, y las más frecuentes en esta población son la ansiedad y la depresión (OMS). Además, una cuarta parte de las muertes por suicidios (27,2%) se producen en personas de 60 años o más (OMS, 2023).
Según alerta la OMS esta cifra probablemente sea superior debido al hecho que algunas patologías mentales suelen estar infravaloradas y escasamente tratadas en las personas mayores. También porque estas cifras sólo contabilizan población que está diagnosticada con una enfermedad mental y hay que tener en cuenta que hay personas que no sufren ninguna enfermedad mental pero su bienestar mental se encuentra deteriorado.
Factores protectores y factores de riesgo
Existen factores individuales, familiares, comunitarios y estructurales que pueden protegernos de las enfermedades mentales mientras hay factores de riesgo que pueden afectarnos negativamente. Por ejemplo, la genética puede hacer que algunas personas sean más vulnerables a sufrir una determinada enfermedad mental, pero si el entorno en el cual han vivido ha sido favorable, puede que la enfermedad no llegue a manifestarse. En este ejemplo, la genética sería un factor de riesgo y el entorno favorable sería un factor protector.
En la etapa de la vejez, los factores de riesgo tienen que ver con el entorno físico y social, con los efectos acumulativos de las experiencias de vida anteriores y los factores estresantes específicos relacionados con el envejecimiento. Así las personas mayores tienen una mayor probabilidad de experimentar situaciones adversas como por ejemplo el luto, una reducción de los ingresos económicos o un menor sentido del propósito de vida después de la jubilación, aspectos que pueden afectar gravemente a su salud mental.
Concretamente en esta etapa se han detectado tres factores de riesgo clave a la hora de desarrollar enfermedades de salud mental: el aislamiento social, la soledad no deseada y el maltrato.
El aislamiento social hace referencia en un estado objetivo en el cual el contacto social con otras personas es mínimo, mientras que la soledad no deseada refleja aquel estado subjetivo o experiencia negativa percibida como la ausencia de carencia emocional, ya sea porque las relaciones sociales que mantiene la persona no son las que desearía a nivel cuantitativo y/o cualitativo.
En cuanto al maltrato, hace referencia a aquel acto que provoca un daño o sufrimiento, o también la carencia de adopción de las medidas adecuadas para evitar el daño a terceras personas. Podemos hablar de maltrato físico, sexual, psicológico o emocional, por razones económicas o materiales, abandono, desatención y de atentar contra la dignidad y el respeto.
El aislamiento social y la soledad no deseada afectan a una cuarta parte de las personas mayores, y en el último año aproximadamente una de cada seis personas mayores de 60 años sufrió algún tipo de maltrato en entornos comunitarios (OMS, 2022).
En varios estudios se ha encontrado una relación entre la soledad no deseada y la salud mental, concretamente en el desarrollo de la depresión. Así mismo el maltrato también se ha relacionado con la manifestación de enfermedades mentales tales como el deterioro cognitivo y la depresión.
Prevención y promoción de la salud mental
La salud mental es muy importante porque nos ayuda a afrontar las situaciones estresantes y adversas de la vida, a encontrarnos saludables físicamente, a tener buenas relaciones, trabajar productivamente, contribuir en la comunidad y lograr nuestro máximo potencial.
Identificar los factores de riesgo que pueden provocar la aparición de una enfermedad mental es un paso indispensable a la hora de diseñar estrategias de prevención y promoción de la salud mental.
En las personas mayores estas estrategias se centran en favorecer un envejecimiento saludable, lo cual implica crear entornos físicos y sociales que faciliten el bienestar y permitan a las personas llevar a cabo aquellas actividades que son significativas para ellos, a pesar de la pérdida de facultades. En la línea del envejecimiento saludable, hay que recordar que estas estrategias se tienen que aplicar mucho antes de llegar a la etapa de la vejez o a los 60 años de edad.
Según la OMS (2023), las estrategias clave de prevención y promoción de la salud mental para un envejecimiento saludable de las personas mayores son las siguientes:
- Medidas para reducir la inseguridad financiera y la desigualdad de ingresos.
- Garantizar viviendas, edificios públicos y transportes seguros y accesibles.
- Facilitar apoyo social a las personas mayores y a sus cuidadores.
- Fomentar los comportamientos saludables, es decir, llevar una alimentación equilibrada, mantenerse activo (practicar ejercicio habitualmente) y abstenerse del tabaco y del consumo de alcohol.
- Establecer programas de salud y sociales dirigidos a grupos vulnerables. Como por ejemplo las personas mayores que viven solas, en zonas más remotas o apartadas o aquellas que tienen una enfermedad crónica.
Con estas estrategias de prevención y promoción podemos evitar la aparición de estados mentales angustiosos y enfermedades mentales y favorecer una buena salud mental. Las iniciativas de salud no tienen que limitarse a proteger y promover el bienestar mental de aquellas personas que no tienen ninguna afectación, sino que también tienen que atender e intervenir sobre las necesidades de aquella población que sufre alguna enfermedad mental.