Un artículo de la Dra. Sacramento Pinazo-Hernandis
Directora del Grupo de Investigación BestAGING – Universidad de Valencia
Patrona de Fundación Psicología sin Fronteras
El cambio climático constituye uno de los mayores desafíos del siglo XXI, con efectos directos e indirectos sobre la salud física y mental de la población. Las personas mayores (sobre todo aquellas muy mayores y/o en situación de dependencia o movilidad reducida) representan un grupo especialmente vulnerable ante estos fenómenos debido a su menor capacidad de respuesta física, a posibles enfermedades crónicas y a la reducción de redes de apoyo.
Este artículo analiza la relación entre el cambio climático, las catástrofes naturales y la salud mental en la población mayor, tomando como ejemplo la DANA ocurrida en Valencia en octubre de 2024.

1. Cambio climático y vulnerabilidad social
Según Naciones Unidas el cambio climático es una alteración prolongada de las temperaturas y los patrones climáticos, atribuida principalmente a la acción humana desde la Revolución Industrial. La emisión de gases de efecto invernadero, la deforestación y la sobreexplotación de recursos naturales han contribuido al aumento de fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones, olas de calor y tormentas intensas.
Las catástrofes naturales son eventos o condiciones físicas que tienen el potencial de causar muertes, daños a la propiedad, daños a la infraestructura, pérdidas agrícolas, daños al ambiente, interrupción de negocios, y otros tipos de daño o pérdida.
Un desastre natural, por otra parte, es un evento súbito y terrible, como un terremoto, tornado o inundación, que normalmente produce importantes daños y muertes. Aunque estos desastres tienen causas naturales, sus consecuencias son comunitarias y sociales, afectando al desarrollo social. La explicación científica es relativamente nueva.
Estos eventos no solo generan pérdidas materiales y económicas, sino que también repercuten en el bienestar emocional de las personas, particularmente en las personas mayores, quienes disponen de menos recursos para afrontar situaciones de emergencia o desplazamiento.
La OMS estima que entre el 20-40% de la población podría sufrir impacto emocional (estrés agudo o ansiedad) tras una catástrofe natural. Un 15-20% pueden sufrir repercusiones en su bienestar emocional a largo plazo (cuadros graves o ansiedad generalizada) si no reciben la ayuda psicológica necesaria.
Las ayudas económicas y recursos sociales son importantes pero hay muchos aspectos más que reparar y para ello son necesarios los profesionales especializados.
2. Catástrofes naturales y efectos en las personas mayores
Las catástrofes naturales que incluyen las inundaciones, los terremotos, los incendios, los tifones y los tsunamis) tienen un profundo impacto comunitario. Más allá del daño físico, provocan consecuencias psicológicas y sociales que pueden prolongarse en el tiempo, sobre todo si no se ha restaurado una “vida normal”.
La percepción de falta de control, la pérdida del hogar o la interrupción de la rutina diaria son factores que incrementan la vulnerabilidad emocional.
Por ello, resulta esencial la planificación de medidas preventivas y de respuesta inmediata que incluyan una atención psicológica especializada por personas expertas en intervención en crisis o emergencias (por ejemplo, el trabajo de Psicología sin Fronteras) y la formación de profesionales capacitados en salud mental y psicología del envejecimiento.
En el caso de la Comunidad Valenciana, desde hace tiempo se han producido inundaciones, por ejemplo, en los años 1088, 1328, 1517, 1589, 1676, 1877, 1957. Se les ha denominado comúnmente riuàs o riadas. Incluso antes de la primera registrada en 1088, parece que hubo hasta otras doce inundaciones.
Hasta ahora, la riada más conocida era la riada de Valencia del 14 de octubre de 1957, que produjo 81 fallecidos y dos descargas de agua de entre 2.400 m3s− 1 y 3.800 m3s− 1.
En Alzira (comarca de la Ribera Alta), en octubre de 1982 la riada produjo la rotura de la presa de Tous (Pantaná de Tous), con 7 fallecidos.
El 29 de octubre de 2024, una DANA provocó lluvias torrenciales e inundaciones en el este peninsular, con especial virulencia en la provincia de Valencia. Entre las cifras más relevantes:
- 75.000 personas tuvieron que luchar contra el agua para no perecer.
- 300.000 personas se vieron afectadas de algun modo.
- Las víctimas mortales confirmadas en la provincia de Valencia ascienden de momento a 229, de las cuales más de la mitad tienen 70 años o más.
- En esa franja de edad (70 años o más) se encontraban, según los datos, más de un centenar de fallecimientos, incluyendo al menos 15 personas de 90 años o más.
- Los entornos más peligrosos resultaron ser las plantas bajas de viviendas y garajes, pues aproximadamente la mitad de las víctimas fueron halladas en esas localizaciones. Entre las edades más afectadas, el tramo de 80-89 años representó un 24 % de los fallecimientos.
Estos datos revelan cómo la combinación de un fenómeno meteorológico extremo con características como accesibilidad difícil, movilidad reducida y exposición en el domicilio coloca a las personas mayores en una posición de riesgo muy elevada.
La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que afectó al este peninsular a finales de octubre de 2024 supuso uno de los desastres naturales más graves de las últimas décadas en España. Las lluvias torrenciales e inundaciones que azotaron la provincia de Valencia provocaron un balance trágico, con 228 víctimas mortales, según las fuentes oficiales del Gobierno de España.
El análisis de la composición etaria de las víctimas muestra un patrón claro: las personas mayores fueron el grupo más afectado. De acuerdo con los informes judiciales y los datos recopilados por medios nacionales, más de un centenar de las víctimas iniciales (alrededor del 64%) tenían más de 61 años o más, 80,2% si contamos mayores de 50 años y al menos 65 de estas personas superaban los 80 años.
Estas cifras revelan que el envejecimiento demográfico de la población valenciana, junto con la vulnerabilidad física y social inherente a la edad, tuvo un papel determinante en el impacto humano de la catástrofe.
El desglose de edades confirma que los grupos comprendidos entre los 70-89 años fueron los más perjudicados, representando casi una cuarta parte de las muertes el tramo de 80-89 años. Este dato coincide con otros estudios internacionales que apuntan a una menor capacidad de reacción y evacuación en este rango etario ante emergencias súbitas, debido a limitaciones de movilidad, problemas sensoriales o la dependencia de terceros para desplazarse.
En varios casos reportados, las víctimas mayores fueron encontradas en plantas bajas o garajes, lugares que se convirtieron en trampas mortales durante las inundaciones. Este patrón sugiere una combinación de factores estructurales (tipo de vivienda) y personales (dificultad para desplazarse o desorientación en situaciones de emergencia) que agravaron las consecuencias del desastre.
Desde una perspectiva geográfica, los municipios del área metropolitana de Valencia fueron los más afectados. Paiporta registró cerca de 45 fallecimientos, seguida de Catarroja (25), Valencia ciudad, barrio de La Torre (17) y Alfafar (15). En total, se identificaron 75 municipios afectados solo en la provincia de Valencia, lo que demuestra la extensión del fenómeno y la saturación de los servicios de emergencia durante los días críticos.
En estas localidades, muchas de las víctimas mayores vivían solas o en viviendas antiguas sin accesos elevados, lo que dificultó su rescate. Cientos de ellas llamaron al 112 y no fueron atendidas por el colapso del servicio. Tiempo atrás el Gobierno Valenciano había eliminado la Unidad de Emergencias Valenciana (UVE) por considerarla superflua. Llamadas a 112 solicitando ayuda: 19.821, 8.000 sin responder. Llamadas a teleasistencia: 2.628 (un día normal son 1.900, 49 de ellas por inundación; 227 se rebotaron al 112 y no fueron atendidas 37 personas fallecidas, usuarias de teleasistencia).
En cuanto a la distribución por género, las autoridades indicaron que 131 de las víctimas eran hombres y 85 mujeres, y la mayoría de ellas eran de nacionalidad española, aunque se registraron también 26 fallecidos extranjeros de 11 nacionalidades distintas, lo que subraya el carácter diverso de las poblaciones afectadas en el litoral valenciano.
El impacto de estos datos va más allá de las cifras demográficas. Desde un punto de vista social y psicológico, el hecho de que más de la mitad de las víctimas fuesen personas mayores de 70 años revela un escenario de vulnerabilidad múltiple: física, ambiental, social y emocional.
Esta población tiende a residir en zonas históricas o rurales, en viviendas antiguas, y depende con frecuencia de redes de apoyo reducidas. La interrupción de los servicios básicos, como el suministro eléctrico o el acceso al agua potable, agravó la situación, especialmente en residencias y centros de mayores, donde los cortes de luz y las dificultades de evacuación afectaron a 1.500-2.000 residentes. 11 personas mayores murieron en residencias y centros de día, pese a los esfuerzos de los profesionales por protegerles del agua.
El perfil de las víctimas evidencia también la relación directa entre el cambio climático y la desigualdad social. Las personas mayores con menos recursos o movilidad fueron las más expuestas a los efectos destructivos de la DANA. Este tipo de catástrofes no solo pone de manifiesto la necesidad de reforzar las infraestructuras hidráulicas y de emergencia, sino también la urgencia de desarrollar protocolos específicos de prevención y atención psicológica dirigidos a las personas mayores.
En el plano psicológico, la exposición a un desastre natural de esta magnitud puede provocar síntomas de estrés postraumático, ansiedad y depresión, así como un sentimiento prolongado de inseguridad y pérdida. En la población mayor, estas reacciones tienden a cronificarse debido a la menor flexibilidad emocional y al miedo a futuros episodios similares.
La llamada ecoansiedad, entendida como la angustia por el deterioro del entorno natural, se ha identificado como un fenómeno emergente también entre las generaciones de mayor edad, especialmente cuando las catástrofes afectan directamente a su entorno vital o a su comunidad.
3. Consecuencias psicológicas de las catástrofes naturales en la población mayor
Las experiencias traumáticas derivadas de desastres naturales pueden desencadenar lo que se denomina como trastorno por estrés postraumático (TEPT), depresión, ansiedad o síntomas de “ecoansiedad” (angustia ante el deterioro ambiental). La regulación emocional se encuentra en uno de los valores transdiagnósticos a considerar por su presencia en la depresión y en el TEPT.
El distress es una pérdida de interés, sentimiento de entumecimiento y la inhabilidad de experimentar emociones positivas. Cuando se viven situaciones traumáticas o complicadas, las personas desarrollan estrategias de afrontamiento, que son esfuerzos físicos y psicológicos de superar o reducir el impacto de los eventos estresantes. Un afrontamiento desadaptativo puede causar psicopatología. En las personas mayores, estas reacciones pueden verse agravadas por la pérdida de autonomía, la disminución de recursos sociales y la dificultad para procesar emocionalmente los acontecimientos.
La situación vivida por las inundaciones desde Utiel hasta l’Horta Sud en Valencia, donde muchas personas mayores pudieron quedar atrapados en sus viviendas o garajes, intensifica factores de vulnerabilidad psicológica como la sensación de abandono, impotencia y la ruptura de rutinas.
Algunas personas que acudían diariamente a un Centro de Día, a un polideportivo o a realizar talleres o actividades organizadas desde diversas entidades dejaron de tener la posibilidad de hacerlo. Escuelas, Centro de Salud, Bibliotecas, Polideportivos, centros deportivos y asociones municipales perdieron sus locales, en algunos casos de forma definitiva. Investigaciones recientes muestran que la exposición prolongada a situaciones de estrés ambiental se asocia con una mayor sensación de desesperanza y con dificultades para regular las emociones.
4. Factores de riesgo y protección
Entre los factores de riesgo identificados por la literatura científica destacan la exposición directa al evento traumático, los daños en las viviendas, el mobiliario, los electrodomésticos y los objetos personales (fotografías, recuerdos, con gran carga emocional), la reubicación forzosa, la falta de apoyo social y la historia previa de trauma psicológico.
El apoyo comunitario, la cohesión social, la participación activa en redes vecinales y la preparación emocional ante posibles emergencias actúan como factores protectores.
En el contexto valenciano, la alta proporción de víctimas mayores de 70 años sugiere que disponer de vivienda en planta baja, vivir solo o en zonas con viviendas antiguas sin salida rápida puede ser un factor de riesgo adicional. Paralelamente, la presencia de redes sociales que hubieran podido alertar, evacuar o asistir a personas mayores probablemente habría mitigado el impacto. Un aviso a tiempo habría salvado vidas
Por ejemplo, la Universidad de Valencia declaró nivel de emergencia el día anterior, 28 de octubre, cerrando aulas y recomendando no desplazarse por carreteras ni salir del domicilio a alumnado, profesorado y personal de administración y servicios (siguiendo las indicaciones de la AEMET).
5. Conclusiones
El cambio climático no solo transforma el entorno físico, sino también el equilibrio psicológico de las comunidades. En el caso de las personas mayores, la exposición a catástrofes naturales como la DANA de 2024 resalta la necesidad de políticas públicas integrales que incluyan la prevención, la intervención inmediata y el acompañamiento psicológico.
Promover la resiliencia en la vejez implica reconocer la interdependencia entre el entorno ambiental, la salud mental y la cohesión social. Garantizar la protección y el bienestar de la población mayor frente a los efectos del cambio climático es, por tanto, una responsabilidad compartida entre las instituciones, los profesionales de la salud y la comunidad.
En resumen, las inundaciones provocadas por la DANA del 29 de octubre de 2024 en Valencia ofrece una representación clara de cómo el cambio climático agrava las desigualdades y expone con mayor dureza a los sectores más vulnerables. La elevada mortalidad entre personas mayores (más del 60% del total) evidencia la necesidad urgente de políticas públicas centradas en la resiliencia de la población envejecida, combinando medidas de seguridad ambiental, asistencia social, formación en gestión de emergencias y apoyo emocional.
Solo desde un enfoque integral que una la investigación geofísica con lo social, lo económico, las políticas de vivienda, lo sanitario, y en especial lo psicológico, será posible reducir el impacto de futuras catástrofes naturales sobre la salud y la dignidad de las personas mayores.