Un artículo del Dr. Eloy Ortiz Cachero,
Director de la Residencia Sierra del Cuera

Si bien existe una tendencia generalizada a considerar a las personas mayores como una población homogénea, la verdad que esta concepción se aleja claramente de la realidad. Las personas, independientemente de la edad, tenemos diferentes necesidades y también distintas capacidades y expectativas.

La atención centrada en las persona (ACP) coloca a las personas en el centro de la atención, considerándolas desde su singularidad y con la mirada puesta en el horizonte de las capacidades y los derechos. Propone que las intervenciones han de posibilitar a cada persona decidir sobre los aspectos de su vida, “desde su manera de ver las cosas”. Considera pues, que la persona destinataria de un servicio es un ciudadano con derechos. En definitiva, la pretensión ha de ser modificar el orden establecido en función de la perspectiva de cada ser humano.

La llegada del coronavirus generó angustia, miedo, preocupación e incertidumbre. La vida en las residencias cambió de un día para otro. Los protocolos de Salud Pública, como consecuencia directa de la situación, exigieron y exigen medidas difíciles de poner en marcha, no solo organizativamente, sino fundamentalmente por la manera de entender la vida en la residencia. De pronto muchos interrogantes a los que dar respuesta.

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La llegada de la Covid–19 generó angustia, miedo, preocupación e incertidumbre. La vida en las residencias cambió de un día para otro

El binomio seguridad–derechos se hace difícil de llevar a la práctica. Desde la consideración de que “las personas deben ser el centro de la atención” tenemos que dar respuestas para que, desde la seguridad, se puedan seguir preservando los derechos de todas las personas. ¡No ha sido fácil! ¡No es fácil! Todo lo contrario. A algunos líderes y profesionales determinadas decisiones les han generado estrés de conciencia. El compromiso con la ACP exigió y exige “plantar cara”, multiplicar esfuerzos y proponer posibilidades que respeten los derechos de las personas. No podemos ni debemos volver al café para todos”, porque como ya he escrito en más de una ocasión, no hay mayor injusticia que tratar igual lo diferente.

Se habla desde hace tiempo de la necesidad de apostar por un cambio de modelo de atención residencial. La pregunta que muchos nos hacemos es ¿el Covid lo está acelerando? Sinceramente no lo sé. El tiempo lo dirá. Lo que sí es cierto es que puede ser una magnífica oportunidad para revisar si nuestras residencias dan respuesta a los requerimientos planteados por las personas que en ellas viven, los de sus familias y los de los/as profesionales que en ellas desempeñan su trabajo. La crisis explica el profesor Francesc Torralba “siempre es una ocasión que nos detiene, y cuando nos detenemos pensamos, y cuando pensamos nos auditamos”. Indudablemente, es tiempo para preguntar, para escuchar, y por supuesto para deliberar y así poder encontrar soluciones prudentes y beneficiosas para las personas.

Deseamos alejarnos cada vez más del modelo biomédico y sin embargo los dictámenes de Salud Pública únicamente ponen el foco en la seguridad. Entiendo que la seguridad es en las circunstancias actuales condición imprescindible. ¡Pero! No podemos quedarnos ahí. Debemos ir más allá. Las indicaciones sanitarias son ineludibles, pero nuestra responsabilidad como profesionales nos reclama tener en cuenta la singularidad, la autonomía… No podemos olvidar que las personas que viven en residencias son ciudadanos con los mismos derechos que el resto de la población. Ciertamente, avanzar hacia la atención centrada en las personas implica pensar y repensar como tratar a las personas residentes, a sus familiares y a las/os profesionales en una cotidianidad tan cambiante y complicada.

¿Y en qué medida el avance hacia la ACP ha podido ayudar a afrontar esta compleja situación? Acostumbrados a poner en interrogación lo que se hace en el día a día, habituados a abordar realidades alternativas, mi opinión es que trabajar en esta dirección está ayudando a los centros residenciales a transitar por una coyuntura tan difícil. El cuestionamiento permanente “del hacer” favorece trabajar en las circunstancias actuales. Asimismo, ha impulsado a estas organizaciones a “detenerse”, a ponerse entre paréntesis, para no sucumbir a la estandarización ni a la homogeneización, rechazando la uniformidad para continuar fomentando y protegiendo la diferencia.

Al ser conscientes de que las intervenciones se pueden hacer de una u otra manera, es nuestro deber dar una gran importancia al “cómo” llevamos a cabo nuestro trabajo. Además, entender a la persona desde la integralidad y la personalización evidencia aceptar la complejidad. El cuidado holístico conlleva estar con las personas en su multidimensionalidad.

En estrecha relación con lo expuesto urge reforzar aún más la interdisciplinariedad. En un ambiente volátil, incierto, complejo y ambiguo, no existe una solución de una vez por todas. Cada miembro del equipo (persona mayor, familia y profesionales) aporta fundamentos para la comprensión de la realidad. Nos hemos dado cuenta de nuestra vulnerabilidad, lo que nos ha hecho apreciar y valorar en su justa medida nuestra interdependencia. Trabajar hacia la ACP modifica sustancialmente la manera de entender las relaciones interpersonales. A algunos centros les ha abierto “la puerta” para llevar a cabo iniciativas con el fin de poner en valor la dignidad de las personas.

Desde la reflexión y la experiencia de un año repleto de incertidumbre, preocupación y estrés, describo a continuación una serie de recomendaciones que desde nuestro punto de vista nos han servido para manejar ese binomio segurida–derechos. Son las que menciono a continuación.

En primer lugar, la información – comunicación con las personas que viven en la residencia, sus familiares y entre las/os profesionales. Información de la situación en cada momento. Pero informar no es comunicar. La información es unidireccional. Por ello, resulta fundamental establecer un proceso comunicativo que siempre va a ser bidireccional. Informar, por supuesto. Pero hay que preguntar a la “gente” lo que piensan, lo que perciben, lo que sienten. La secuencia no puede ser otra que: preguntar – escuchar – intervenir. No hay que presuponer nada.

En segundo lugar: la relación. La ACP no se puede entender sin la figura del profesional de referencia. Su función facilitadora y de acompañamiento se ha demostrado esencial en la situación presente. Se establece un vínculo que genera nuevos “modos” de relación. Surge la confianza y, con ella o a través de ella, la tranquilidad y seguridad. El conocimiento que se establece entre la persona mayor, la familia y este profesional propicia ofrecer respuestas puntuales a las cuestiones que se plantean en la vida cotidiana.

Por otra parte, el encuentro interpersonal se enriquece de forma exponencial con la asignación permanente de los/as profesionales de atención directa. La ausencia de rotación descubre posibilidades de diálogo impensables en otras estructuras organizativas en las que rotación de los cuidadores profesionales es una constante. El profesional de referencia y la asignación constante ayudarán a que la persona que vive en una residencia sea cuidada como ella desea ser cuidada. En cuanto a las TIC decir que son muy útiles a la hora de proporcionar lo que se ha dado en llamar la “co-presencia visual”, es decir, la sensación de estar presentes con los seres queridos al menos visualmente.

En tercer lugar: convertir el espacio en un lugar habitado. Se trata de generar espacios de posibilidad, lo que acarrea un gran despliegue organizativo. El objetivo era y es evitar el confinamiento no deseado en las habitaciones.

En cuarto lugar: generar espacios de reflexión grupal. Cada día, cada hora, nos encontramos con situaciones nuevas en las que se han de tomar decisiones que afectan a las personas. Pero al obrar desde la ACP, ¡no todo vale! La pretensión es aprovechar la diversidad de talento, generando encuentros participativos”. La fuerza, nuestra fortaleza reside en las diferencias individuales: “todas las ideas y de todos”. Tuvimos y tenemos que dar constantes respuestas a qué vamos a hacer; por qué lo vamos a hacer; para qué lo vamos a hacer y cómo lo vamos a hacer. Sin obviar que las intervenciones acordadas deberán estar siempre sujetas a revisión.

En quinto lugar: la polivalencia ha sido clave para poder maniobrar adecuadamente en el día a día. Sin el compromiso de las y los profesionales no hubiese sido posible. Esta responsabilidad se ha hecho visible en la disponibilidad para hacer aquello que toca, independientemente de la disciplina de cada uno. Sólo así se puede dar cumplida réplica a la circunstancia de cada ser humano.

En sexto lugar: interpreto que para una adecuada gestión de las emociones, el apoyo psicológico se antoja crucial. Me parece muy valiosa la puesta en marcha de “Unidades de Apoyo” a todos los integrantes del entramado residencial.

En séptimo lugar: la coyuntura que nos ha tocado vivir hace irreemplazable un liderazgo transformador que tenga como meta el “servicio”. Hay directivos que no son líderes y líderes que no son directivos. Hay que liderar desde la cercanía y la presencia. No se puede liderar desde casa.

La pandemia por el coronavirus es un acontecimiento que nos despoja de disfraces y apariencias. Poder contar con las personas con las que uno trabaja es un privilegio.