Un artículo de Juan Isidro Menéndez,
Coordinador de la Comisión Nacional de Geriatría perteneciente al Consejo General de Colegios de Terapeutas Ocupacionales (CGCTO).


La vejez constituye la última etapa del ciclo vital del ser humano. La erosión del paso del tiempo implica que la afrontamos con una merma en nuestras capacidades, y si bien no es sinónimo de enfermedad (por ello diferenciamos envejecimiento fisiológico de patológico), constituye un factor de riesgo.

La Organización Mundial de la Salud define la fragilidad como síndrome geriátrico que se caracteriza por la disminución de la capacidad del organismo para responder al entorno. Este fenómeno trae consigo una pérdida de independencia que en muchos casos concluye con el ingreso en una residencia geriátrica.

En este breve artículo explicaremos como la institucionalización puede repercutir en la salud mental del adulto mayor.

La institucionalización puede repercutir en la salud mental del adulto mayor

1. Mala prensa

La residencia geriátrica como institución suscita un rechazo en el nuevo residente que emana de un condicionamiento previo de carácter multifactorial (20). La mala praxis y el atropello al código deontológico que tristemente han ocupado el telediario en más de una ocasión, o el lastre histórico que arrastra de los arcaicos asilos, han generado una estigmatización compartida por buena parte de la población.

Pero el nuevo residente en particular afronta la institucionalización desde la fragilidad y pérdida de independencia (motivación habitual del ingreso) y eso lo hace más proclive a no poder gestionar eficazmente fenómenos como los siguientes:

  • Pérdida de roles: Fundamentalmente el paso del rol de cuidador al de cuidado, entre muchos otros.
  • Pérdida de libertad: El paso de ser independiente a dependiente o de ser autónomo a heterónomo implican la necesidad de un tercero para mi correcto desempeño.
  • Sensación de aislamiento: La pérdida de lazos con el exterior o inclusive de abandono, y que es algo que afecta tanto al residente como a sus familiares, quienes suelen manifestar culpabilidad.

Como animales de rutina, los cambios suponen un estímulo estresor con el que hemos de lidiar (la capacidad para hacerlo eficazmente es conocida como resiliencia). La persona mayor debe encarar un cambio vital sin precedentes desde la fragilidad inherente a su condición, y esto supone un factor de riesgo para la aparición de problemas de salud mental.

2. Trastornos más habituales

La incidencia y prevalencia de los trastornos mentales en las residencias son, ordinariamente, superiores a los de la población general (19), si bien resulta evidente que el modus operandi del centro repercutirá sustancialmente en las cifras.

Los más comunes son la depresión y la ansiedad en sus múltiples manifestaciones, y paralelamente, los trastornos del sueño.

3. Factores de riesgo sociales

  • Autoconcepto

La percepción que la persona tiene de sí misma, y que viene determinada por su historia de vida (31), puede verse afectada durante el ingreso como resultado de los fenómenos ya mencionados en el apartado anterior. El ejercicio de un rol con el que se identifica incrementa el empoderamiento y su pérdida lo decrementa.

  • Pérdida

El ciclo vital culmina con el fallecimiento, y por tanto, es inevitable que el
anciano se rodee de pérdidas de familiares y amigos. Perder a un allegado desencadena reacciones emocionales adversas que pueden afectar a la salud mental del individuo (32). Si bien el duelo es la transición natural de estos episodios, una resiliencia mermada puede permitir que este estado se cronifique.

4. Factores de riesgo biológicos

  • Deterioro cognitivo

En tanto en cuanto el residente habitual es dependiente o heterónomo, las patologías de carácter cognitivo como la demencia tipo Alzheimer, suelen tener una alta prevalencia. Esta enfermedad neurodegenerativa cura con desorientación y confusión, lo cual dificulta la comprensión del entorno y causa ansiedad en la persona (34).

La atención y la memoria son característicamente deficitarias ya en los primeros estadios de la demencia, y nuevamente, dificultad la interacción con lo circundante. Por otro lado, la labilidad emocional y desinhibición fruto de la alteración del lóbulo frontal y otras zonas del cerebro, pueden producir conductas disruptivas.

5. Intervención

  • Modelo de atención

Primeramente, cabe iniciar una transición del modelo tradicional al modelo de Atención Centrado en la Persona (en adelante, ACP), que torna el paciente pasivo a persona activa, quien participa y decide sobre su tratamiento; incrementa su autonomía e independencia; y en última instancia mejora su bienestar empoderándola.

El entorno también es objeto de cambio en este modelo, y el modelo
hospitalario y masificado se cambia por el hogareño y seccionado en unidades de convivencia de menor capacidad. Supone un cambio en las propiedades: la calidad sustituye a la cantidad.

6. Evaluación

Las Herramientas de Evaluación Estandarizada (HEE) nos brindan acceso rápido a información fiable. En el campo de la salud mental en mayores las de uso habitual son:

  • Cornell Scale for Depression in Dementia (CSDD).
  • Geriatric Depression Scale (GDS).

Pese a no estar adaptadas al paciente geriátrico con o sin demencia, también se utilizan:

  • Escala de Estrés Percibido (EEP-14).
  • Pittsburgh Sleep Quality Index (PSQI).

Una evaluación adecuada y un diagnóstico certero nos dota de la base para un tratamiento efectivo.

7. Prevención

  • Trato al residente

La cercanía y la calidez son elementos ineludibles cuando tratamos con personas (adaptándonos a la personalidad de cada uno, por supuesto). Establecer vínculos con el residente, así como una relación terapéutica eficaz que sirva como elemento de adherencia al tratamiento, son clave para curarnos en salud en términos psíquicos. La soledad se difumina entre palabras amigas.

  • Autonomía e independencia

Como terapeuta ocupacional hay un axioma vertebrador clave: mantener la autonomía y la independencia es el mejor ejercicio de prevención. Evitar o demorar al máximo la pérdida de roles nos ahorrará problemas ya citados con anterioridad.

  • Otros

Un entorno de cuidado que facilite el desempeño y opere como agente de prevención (accesible y hogareño), la conservación de la red de apoyo familiar o “simplemente” conocer en profundidad al residente, nos permitirá tanto mantener como detectar precozmente cambios en su salud mental (pérdida de apetito, somnolencia, conducta errática, entre otros).

8. Tratamiento

El tratamiento en cuanto tal necesitaría de un artículo aparte dada la gran variedad de terapias a nuestra disposición: reminiscencia, ludoterapia,
arteterapia, nuevas tecnologías, etc. No obstante citaremos algunos aspectos clave para maximizar nuestros
resultados:

  • Colaboración interdisciplinaria.
  • Planificación individualizada (PIA): Adaptar el programa a las
    particularidades de la persona.
  • Formación continua y conocimientos actualizados.

9. Conclusiones

Tenemos ante nosotros dos retos: el envejecimiento demográfico y la incidencia de trastornos mentales. Inevitablemente, necesitaremos una mayor inversión de recursos en el ámbito de las residencias geriátricas para dar respuesta a estos fenómenos, por lo que cabe implementar en nuestra sociedad un servicio que corresponda con el Estado de Bienestar del que orgullosamente nos abanderamos, ni más, ni menos.

“La felicidad tiene la virtud de suprimir la vejez”
F. Kafka

Referencias bibliográficas:

Herder U. (1980) Psicología de la senectud. Herder.

Psychiatricillness in residentialhomesfortheelderly: A survey in one London borough—PubMed. (s. f.). Recuperado 11 de abril de 2021, de https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/6496236/

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Zarit, S. H., Todd, P. A., &Zarit, J. M. (1986). Subjectiveburden of husbands and wives as caregivers: a longitudinal study. TheGerontologist, 26(3), 260–266. https://doi.org/10.1093/geront/26.3.260

Aalten, P., de Vugt, M. E., Lousberg, R., Korten, E., Jaspers, N., Senden, B., Jolles, J., &Verhey, F. R. (2003). Behavioralproblems in dementia: a factor analysis of theneuropsychiatricinventory. Dementia and geriatriccognitivedisorders, 15(2), 99–105. https://doi.org/10.1159/000067972