Un artículo del Dr. Joaquín Mateu Mollá,
Director del Máster en Gerontología y Atención Centrada en la Persona, Universidad Internacional de Valencia

El creciente número de personas mayores en nuestra sociedad aviva desde hace muchos años el interés por profundizar en cuáles son los retos más relevantes, en términos de salud mental, con los que deberán lidiar. Y es que la vejez es una etapa que alberga un enorme potencial, pero que también entraña ciertas vicisitudes que han de ser oportunamente abordadas para evitar problemas emocionales graves.

Geriatricarea- HelpAge International denuncia la invisibilidad de la violencia machista en la vejez
Existe una importante infradiagnóstico de problemas de salud mental en la población mayor

Sin duda alguna, la soledad es la que ha recibido mayor atención. Sabemos que no contar con una red de apoyo sólida socava nuestras capacidades para hacer frente a situaciones adversas. En el caso de las personas mayores esto sería todavía más importante, pues el transcurrir del tiempo puede acompañarse de una variedad de pérdidas difíciles de sostener sin el aliento de quienes nos quieren bien.

Hablamos por ejemplo de la conclusión de la trayectoria laboral, del fallecimiento de nuestros seres queridos, de la reducción de la capacidad adquisitiva o del empobrecimiento de la salud; que en su conjunto implican renunciar involuntariamente a los hábitos, las circunstancias o las personas que en el pasado nos dotaron de significado.

En este contexto de potenciales pérdidas acumulativas es frecuente que irrumpan trastornos del estado de ánimo, entre los cuales destacaría la depresión mayor, que pueden atentar gravemente contra la autonomía y la calidad de vida. Por ejemplo, el declive clínico del humor durante la vejez suele comprometer funciones como la memoria o la atención (hasta el punto de confundirse con demencias), lo que limita gravemente las oportunidades de vivir con plenitud y plantea retos terapéuticos de extraordinario calado. Como dato ilustrativo, la evidencia científica indica que entre el 10% y el 15% de las personas mayores convive con la depresión mayor, y que esta a menudo permanece infradiagnosticada.

Todo lo reseñado hace cada vez más esencial promover iniciativas que contribuyan a luchar contra las ideas estereotipadas que perduran en nuestra sociedad y que se manifiestan como edadismos. Al subrayar la importancia de este asunto, hacemos referencia no solo a las consecuencias más evidentes de ser objeto de estigmas por el sencillo hecho de haber vivido durante mucho tiempo, sino también a un impacto subrepticio que se deriva de estas creencias apriorísticas.

Por ejemplo, pensar que la persona mayor es improductiva y que suele aislarse aumenta la probabilidad de ignorar situaciones críticas que podrían mejorar con una atención de calidad, pues se percibirían equivocadamente como “cosas de la edad”. Lo mismo podría decirse de los problemas para disfrutar de un sueño reparador, de la fatiga, de los dolores o de otras problemáticas que entrañan un riesgo para la calidad de vida de esta parte de la población.

La evidencia acumulada sobre el infradiagnóstico de problemas de salud mental en la población mayor indica con vehemencia la necesidad de romper con estas ideas preconcebidas y de abordar las necesidades de esta etapa con mayor sensibilidad a la historia de vida y a la singularidad, lo que requiere un cambio de enfoque desde los cuidados hasta las percepciones y atribuciones sociales.

También disponemos, afortunadamente, de estrategias que han mostrado ser útiles para mejorar la salud mental del adulto mayor, aunque continuamos enfrentando problemas relativos a su accesibilidad (se requieren más iniciativas políticas y una presencia superior de especialistas de la salud mental en el sector público).

Entre los procedimientos eficaces destaca la intervención comunitaria (actividades intergeneracionales y espacios reservados para promover actividades agradables), las terapias cognitivo-conductuales y el estímulo de las fuentes de apoyo. Además, como miembros de una sociedad progresivamente más envejecida, debemos velar por reinterpretar la vejez como un periodo vital repleto de oportunidades durante el cual nuestros proyectos siguen transformándose y avanzando.

Todos tenemos algo que aportar para lograrlo, pero también requerimos políticas públicas consistentes y que se extiendan en el tiempo, brindando a la persona mayor oportunidades para la participación y para el aporte de sus muchos conocimientos y experiencias.