Un artículo del Dr. Iván Núñez Gil,
coordinador del proyecto HOPE COVID-19

La enfermedad por coronavirus 2019 o (coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave 2, SARS-CoV2), en inglés Covid-2019, ha provocado una pandemia de proporciones globales en todo el planeta. De transmisión predominantemente respiratoria, favorecida por la globalización, nos ha afectado a todos de gran manera en nuestra forma de vida, algo sin parangón en muchas décadas.

Esto ha sucedido independientemente del país, género, raza, religión e incluso de estatus socioeconómico. En todo este contexto, las personas mayores suelen ser uno de los grupos sociales más perjudicados cuando se produce una crisis. Muchos motivos subyacen en esto, tanto biológicos como sociales y económicos.

A manera de reflexión a posteriori, en una sociedad con una pirámide poblacional bastante envejecida y con un apoyo social a nuestros mayores limitado, nuestro entorno era un medio abonado para que una crisis sanitaria como la provocada por la Covid-19 fuera muy agresiva específicamente con este grupo poblacional.

La fase aguda de la Covid-19, una enfermedad completamente desconocida en el ámbito médico y científico, ha sido especialmente dolosa en los pacientes ancianos. Con una incidencia creciente, en el momento de escribirse estas líneas, se han diagnosticado más de 3 millones de casos confirmados en nuestro país, con una mortalidad (confirmada y directa) de -al menos- 65.900 personas.

geriatricarea pacientes COVID-19
Nuestro entorno era un medio abonado para que una crisis sanitaria como la provocada por la Covid-19 fuera muy agresiva específicamente con la personas mayores

De estos miles de muertos, muchos son personas de edad avanzada. Los mayores se caracterizan por ser más frágiles y también por padecer muchas comorbilidades que han mostrado claramente ser, desde el punto de vista biológico, predictores de mal pronóstico en caso de adquirir la infección.

Siendo algo más concretos en la esfera médica, y basándome en datos adquiridos de primera mano a través del proyecto HOPE (Health Outcome Predictive Evaluation for Covid 19), un trabajo colaborativo que ha involucrado 49 hospitales en 9 países (con la colaboración de la Fundación Interhospitalaria para la Investigación Cardiovascular (FIC) y la Fundación IMAS), en el que se analizaron más de 8.000 enfermos hospitalizados con Covid-19 hemos constatado varios hechos preocupantes en nuestros pacientes mayores

Las personas ingresadas con Covid-19 con más de 65 años, en el mencionado estudio, presentaron un mayor porcentaje de todos los factores de riesgo y, además, en general, acudieron al hospital con síntomas más graves. En términos globales, la mortalidad fue muy superior en general y claramente proporcional a la edad.

Así, con estos datos obtenidos en la primera ola, la mortalidad hospitalaria en mayores de 65 años superó el 30%, mientras que en los más jóvenes no alcanzó el 7%. Mencionar la edad de 65 años no es fortuito. En los modelos estadísticos (índice de Youden), el mejor punto de corte etario para definir la evolución de mortalidad, fue precisamente éste: 65 años. Además de mortalidad, los pacientes añosos fueron más proclives a padecer complicaciones intrahospitalarias.

No obstante, los mayores no solo tienen más enfermedades concomitantes y son más frágiles, sino que la actitud del sistema sanitario respecto a ellos es diferente a la de sus comparadores más jóvenes.  Los pacientes “veteranos” reciben tratamientos menos “agresivos” o intensos, tanto desde el punto de vista farmacológico como instrumental (ventilación mecánica) e incluso de localización de recursos. Asimismo, se puede observar cómo el porcentaje de pacientes de cada grupo etario que ingresa en la UCI desciende a partir de los 75 años en nuestro análisis realizado en la primera ola.

Otro aspecto determinante a la hora de explicar determinados resultados clínicos, en los momentos de mayor incidencia de la Covid-19, en nuestro país y otros, ha sido la saturación de los sistemas de salud. La limitación de recursos, la patología desconocida inicialmente, con falta de equipamiento y de personal, seguramente ha influido en una creciente dificultad para acceder a los diversos niveles asistenciales de los mayores.

Independientemente de su capacidad para solicitar y recibir asistencia médica en los peores momentos de las diferentes olas, sobre todo al principio, se ha observado de manera repetida en series nacionales e internacionales, cómo los pacientes han declinado acudir a los hospitales. Secundario a un sentimiento de riesgo y miedo al hospital, respeto exagerado al confinamiento o de percepción de la incapacidad del sistema para asumir sus patologías, muchos pacientes con problemas agudos se han quedado en sus domicilios sin buscar asistencia. Esto ha hecho disminuir el número de pacientes con infartos agudos de miocardio, por ejemplo, que acudían a los centros hospitalarios, mientras que las muertes extrahospitalarias han aumentado de forma dramática. Nuestros mayores han sido especialmente vulnerables a todas estas circunstancias desgraciadas.

Además, aunque se ha hecho un importante esfuerzo sanitario para asumir la demanda creciente, la sobrecarga en Atención Primaria como primer filtro y también en especializada posiblemente haya tenido una repercusión en el diagnóstico y tratamiento de otras comorbilidades relevantes que suelen precisar atención precoz, por ejemplo, las oncológicas.    

En suma, e independientemente de las secuelas que pueda traer la Covid-19 a aquellos, la mayoría, que sobreviven a la fase aguda y que conoceremos en los próximos meses, debemos considerar sus consecuencias directas, pero también indirectas. Eso es algo tan complejo que va a ser extremadamente arduo, si no imposible, estimar con exactitud dichas consecuencias a nivel poblacional y aún más en una parte de la población tan indefensa como la de nuestros mayores.

El aspecto de la mortalidad se puede valorar de manera más o menos aproximada empleando un recurso disponible, el exceso de mortalidad. Es decir, comparar la mortalidad de los tiempos de pandemia con la que se produjo los años previos. Así, en el registro MOMO, que es un sistema para la Vigilancia de la mortalidad diaria por todas las causas en España, gestionado por el Centro Nacional de Epidemiología (CNE) y basado en la recopilación de las defunciones diarias por todas las causas, el grupo de mayores de 74 años fue sistemáticamente el que presentó mayores incrementos de mortalidad observada respecto a la esperada. El sufrimiento humano, las complicaciones agudas, las secuelas a largo plazo, el impacto económico y social van a ser mucho más difíciles de determinar.

A modo de corolario final, cabe destacar que se atisba luz al final de túnel. Los avances científicos han propiciado el desarrollo de múltiples vacunas que, en los diferentes ensayos clínicos publicados, con cientos de miles de personas, permiten decir que pueden ser muy útiles para controlar la pandemia y devolvernos mucho de lo que hemos perdido estos meses. 

Con eficacias variables, pero todas altas y con escasos efectos secundarios, multitud de vacunas están siendo aprobadas por las agencias reguladoras y empezando a administrarse al personal sanitario y a nuestros mayores. En los medios de comunicación es común ver que una vacuna tiene un 90% o un 95% de eficacia para prevenir la Covid grave en los ensayos clínicos.

Sin embargo, muchas personas interpretan este dato de forma inadecuada pensando que se trata del porcentaje que la vacuna protege al grupo vacunado. No es así, es mejor. Relaciona la tasa de ataque en vacunados comparada con los que reciben placebo en un tiempo determinado, generalmente meses. Si fuera lo primero, ocurriría que al vacunar a 100.000 personas protegeríamos al 95% de ellos, pero 5.000 individuos enfermarían, lo que es casi la tasa de enfermedad que hemos tenido en algunos países en ciertos momentos.

En realidad, un 95% de eficacia en una vacuna significa que en vez de 1.000 casos Covid-19 sin vacuna, en una población de 100.000 (si la tasa de ataque de la enfermedad es el 1%, en el brazo placebo aproximadamente 1% enferman y el resto no) esperaríamos 50 casos (es decir, 99,95% de la población estaría libre de enfermedad, al menos durante el tiempo testado en el estudio).

Así pues, la decisión adoptada por las autoridades sanitarias de empezar a vacunar a las personas más añosas puede constituir una parte positiva del duro aprendizaje que obtuvimos en las primeras olas, en las residencias, en los hospitales… Claramente debemos proteger a los más débiles. En mi opinión, es justo, se lo debemos y operativamente probablemente sea la decisión adecuada para contratacar al virus.

En conclusión, cuidando y vacunando a los mayores, la edad puede ser un factor de riesgo controlable.

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Sobre el autor

Iván J Núñez Gil, nacido en Madrid, es Licenciado en Medicina en la Univ. Complutense de Madrid (UCM) en 2001, con la calificación de Premio Extraordinario. Doctorado en Univ Autónoma de Madrid y Complutense (2009) con la calificación de Premio Extraordinario. Residencia vía MIR en cirugía Cardiovascular (H Puerta de Hierro, 2002-2004) y especialista vía MIR en Cardiología en el hospital Clínico San Carlos de Madrid (2005-2010).

Múltiples rotaciones nacionales e internacionales, incluyendo el Hospital de la Universidad de Pennsylvania, Filadelfia, Estados Unidos. Múltiples masters en bioestadística, metodología de la investigación, seguridad del paciente y calidad asistencial, Dirección de Unidades Clínica, imagen cardiaca y cardiología clínica. Profesor colaborador UCM (2009-) y tutor de residentes. Acreditación europea en Cuidados Agudos cardiológicos (2013) y en cardiología intervencionista SEC (2014-). Miembro de la Sociedad española de Cardiología y Fellow de la Sociedad Europea de Cardiología. Varios premios científicos.

Consultor en Cardiología Intervencionista del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y jefe de la Unidad de Cardiología del Centro Médico París (Pozuelo) y Clínica Téllez (Madrid).

Director y ponente en múltiples cursos (nacionales e internacionales) y autor y coautor de múltiples libros, incluyendo Cardioagudos, y de más de 250 artículos publicados en revistas nacionales e internacionales.

Actualmente es el investigador principal del registro HOPE COVID19.