La carga de las fracturas por fragilidad ósea en los países europeos es mayor que la de muchas otras enfermedades crónicas (incluida la EPOC) y solamente la superan la cardiopatía isquémica, la demencia y el cáncer de pulmón, tal y como se expuso en el marco del 44º Congreso Nacional de Medicina Interna de la SEMI.

La osteoporosis es una enfermedad crónica y progresiva que supone la pérdida de la masa y la resistencia óseas. Entre las fracturas osteoporóticas las vertebrales son el tipo de fractura más común, seguida de la de cadera, muñeca y otras como la del antebrazo, húmero, tibia y peroné.

En la Unión Europea se producen anualmente 1.194.000 fracturas osteoporóticas en hombres y 2.298.000 en mujeres y, en España, se producen, cada año, más de 280.000 nuevas fracturas por fragilidad, con un coste sanitario que supera los 4.000 millones de euros. Según las previsiones, este coste por fractura por fragilidad, crecerá en más de un 30% en el 2030, por lo que podría alcanzar los 5.500 millones de euros.

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El riesgo de sufrir nuevas fracturas osteoporóticas es mayor durante los dos primeros años tras una fractura inicia

Como indica la Dra. María Jesús Moro, del Servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Central de la Cruz Roja, San José y Santa Adela (Madrid), “la fractura de cadera es la que presenta mayores implicaciones socioeconómicas y mayor índice de mortalidad asociada. Pero ha de saberse que aunque las fracturas por fragilidad afectan fundamentalmente a personas de edad avanzada, alrededor del 20% de las fracturas se producen en la edad previa a la jubilación”.

En palabras de la Dra. Moro, “los pacientes que vemos con osteoporosis en los servicios de Medicina Interna tienen una alta prevalencia de comorbilidades que pueden condicionar la evolución clínica y la respuesta terapéutica a la osteoporosis. Predominan los casos de mujeres mayores de 65 años.

“Se estima que el 80% de los pacientes osteoporóticos presentan, al menos, una comorbilidad crónica. Por este motivo, algunas escalas de riesgo de fractura, como FRAX o QFracture incluyen elementos de comorbilidad en sus ítems, y las utilizamos en nuestra práctica clínica para calcular el riesgo de aparición de fractura en estos pacientes. La fractura de cadera es la que determina mayor grado de dependencia funcional, pero también lo hace en muchos casos la fractura vertebral aguda”, advierte esta experta.

Para el pronóstico de estos pacientes hay que tener en cuanta que “el riesgo de sufrir nuevas fracturas osteoporóticas es mayor durante los dos primeros años tras una fractura inicial, cuando existe un riesgo inminente de sufrir otra fractura en el mismo sitio o en otros. Por eso es tan importante identificar a los pacientes inmediatamente tras una fractura, para proteger a los pacientes de fracturas siguientes”, señala la Dra. Moro.

Tras una fractura por fragilidad en pacientes con osteoporosis, la mortalidad es de casi el 15 % al año (la mortalidad tras un infarto agudo de miocardio es menor al 10 % al año). En España, 74 muertes por cada 100.000 habitantes mayores de 50 años están relacionadas con una fractura por osteoporosis. Si se añaden otras consecuencias a raíz de la fractura, como tromboembolismos, esta mortalidad asciende casi al 20 % al año.

Los pacientes con fractura vertebral osteoporótica presentan “graves consecuencias”, pues además del intenso dolor dorsal o lumbar, en ocasiones crónico, pueden presentar restricción respiratoria, cifosis y/o alteraciones digestivas. A todo esto hay que añadir las complicaciones derivadas de los tratamientos analgésicos, en ocasiones opiáceos mayores, que estos pacientes precisan para el control del dolor.

Al tratarse de una enfermedad que aparece especialmente en personas mayores, los pacientes osteoporóticos presentan con frecuencia otras enfermedades asociadas (pacientes pluripatológicos) y están por tanto tomando varios medicamentos, algunos de los cuales pueden provocar deterioro del tejido óseo. En sentido opuesto, la osteoporosis puede determinar en ocasiones alteraciones en los distintos órganos y sistemas. Su tratamiento requiere también una visión amplia y global, que valore diversos aspectos médicos que van más allá de esta enfermedad, y que tenga en cuenta su posible repercusión sobre otros trastornos que presente el paciente.

Nuevas perspectivas diagnósticas y de tratamiento

Como apuntan desde la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), en la actualidad existen múltiples tratamientos que consiguen aumentar la masa y la resistencia del hueso, precisamente actuando a nivel de este remodelado óseo, y son de dos tipos, pues unos actúan frenando o inhibiendo la resorción ósea y otros actúan aumentando la formación ósea. Así se conocen genéricamente como antiresortivos (bifosfonatos, denosumab, SERM, etc.) y osteoformadores (Teriparatide, romoxozumab), respectivamente.

Todos ellos consiguen mejorar la calidad del hueso y con ello disminuir muy significativamente el riesgo de padecer una fractura. Además, según las necesidades del paciente, es posible “adecuar la vía de administración, pues tenemos fármacos en distintas presentaciones: orales, subcutáneos e intravenosos”. indica la especialista del Servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Central de la Cruz Roja.

En cuanto a técnicas diagnósticas, además de la densitometría 3D que es capaz de calcular la densidad mineral ósea volumétrica, existe el llamado TBS (Trabecular Bone Score) que “es un software que incorporado al mismo densitómetro nos calcula parámetros de calidad ósea, espesor y distancia trabecular, en las vértebras de columna lumbar”, señala la Dra. Moro