Geriatricarea Laura María García Fernández Tratamientos No Farmacológicos Demencias

Un artículo de Laura María García Fernández,
Educadora Social especializada en personas mayores


La Organización Mundial de la Salud (2002) definió el concepto de Envejecimiento Activo como “el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen (p.15)”.

No hay duda de que existen unas variables que van a condicionar las oportunidades y experiencias personales para la consecución de un envejecimiento activo. Entre estas variables, cabe destacar el género. De esta forma, la Organización Mundial de la Salud (2002) contempla el sexo y la cultura como dos factores cruciales y transversales que influirían en el envejecimiento activo.

Benería (1987) define el género como el “conjunto de creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres a través de un proceso de construcción que tiene varias características. En primer lugar, es un proceso histórico que se desarrolla a diferentes niveles tales como el estado, el mercado de trabajo, las escuelas, los medios de comunicación, la ley, la familia y a través de las relaciones interpersonales. En segundo lugar, este proceso supone la jerarquización de estos rasgos y actividades, de tal modo, a los que se definen como masculinos se les atribuye mayor valor (p.6).”.

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El sexo y la cultura son dos factores cruciales y transversales que influyen en el envejecimiento activo

De esta definición extraemos varios aspectos importantes. Por un lado, existe un sistema binario que clasifica a las personas según el sexo y el género, es decir, hace referencia a la construcción de lo que significa ser mujer y ser hombre, en el que se asignan una serie de características que se contraponen. Por ejemplo, a las mujeres les correspondían estar en el espacio privado, dedicarse a las tareas domésticas y al cuidado de otras personas mientras que a los hombres les correspondía estar en el espacio público y dedicarse a las tareas instrumentales. En relación a cómo debían ser, a las mujeres se les asigna una serie de rasgos como ser bellas, delicadas, volubles, pasivas e intuitivas y a los hombres se les asigna las características de ser inteligentes, dominantes, racionales, fuertes y competitivos. Por otro lado, se establece una serie de relaciones de poder, en el que las mujeres van a estar en una posición inferior respecto a los hombres que van a tener unos privilegios. Además, para asegurar este sistema se van a transmitir estas ideas mediante el proceso de socialización con todos los agentes implicados (familia, grupo de iguales, medios de comunicación…).

Las personas mayores han tenido una férrea socialización diferencial. Los roles y estereotipos de género no sólo han condicionado sus oportunidades sino también sus comportamientos, gustos, expectativas y experiencias personales. Espinosa Basal (2006) indica que las creencias sobre el género han marcado y guiado el comportamiento y, por ende, sus relaciones interpersonales. A esta situación, hay que añadir la variable edad que también va a incidir en sus vivencias, ya que se verá condicionada con la visión que existe sobre las personas mayores. La sociedad tiene una visión negativa sobre las personas mayores, muy ligadas a la idea de cómo deben ser, su capacidad o qué papel tienen en la sociedad. Tal como señala Fernández Lópiz (2012), el prejuicio hacia las personas mayores por su edad, tiene distintas consecuencias como la infravaloración y el rechazo hacia las mismas. Por lo tanto, la variable edad y género van a influir en las vivencias de las personas mayores.

Características de las personas mayores con perspectiva de género

Salud

Muñoz Cobo y Espinosa Almendro (2008) señalan que, a pesar de que las mujeres son más longevas que los hombres, durante este período vital se producen diferentes desigualdades por el simple hecho de ser mujeres. Con respecto a las condiciones de salud, son peores en comparación con los hombres, existiendo una mayor tasa de discapacidad y una mayor presencia de enfermedades crónicas y enfermedades osteoarticulares entre las mujeres. Los hombres tendrían una mayor probabilidad de tener un mejor estado de salud, aunque fueran menos longevos, debido a hábitos menos saludables (Fernández-Mayoralas et al., 2018; Thielki y Diehr, 2012; Van Oyen et al., 2010). Dentro del sistema sanitario, Deck et al. (2002) indican que, en la mayoría de casos,  los hombres mayores no suelen recibir tratamiento para los cambios hormonales mientras que las mujeres mayores suelen recibir, con frecuencia,  excesiva medicación (en Fernández-Mayoralas et al., 2018).

En relación a la salud psicológica, la OMS (2002) afirma que hay un mayor riesgo en las mujeres de sufrir depresión condicionada, en parte, por menores oportunidades de desarrollo personal, empleo y educación (en Muñoz Cobo y Espinosa Almendro, 2008, 3).

Respecto a la actividad física, Teixeira et al. (2013) muestran que los hombres realizan más deporte que las mujeres. Esto podría deberse a los roles de género, ya que el cuidado de la familia, la baja autoeficacia percibida, las barreras culturales, la falta de apoyo y el asesoramiento influirían en el hecho de realizar dicha actividad (Muñoz Cobo  y Espinosa Almendro, 2008).

Educación, trabajo,  jubilación y cuidados

En el área de la educación y de la formación, Muñoz Cobo y Espinosa Almendro (2008) indican que las mujeres mayores han recibido menos formación que los hombres, siendo las tasas de analfabetismo más altas en las mujeres que en los hombres. Esto no sólo ha influido en sus condiciones de vida sino también en el acceso al mercado laboral y en las condiciones laborales. De esta forma, Cabrera Pérez (2016) refleja que las mujeres han tenido una menor participación laboral, menos horas de trabajo remunerado y menores ingresos que los hombres, que han favorecido una brecha de género en las pensiones.

La jubilación puede condicionar no sólo el estilo de vida de la persona mayor sino también su salud. Además, las mujeres que tuvieron la oportunidad de incorporarse al mercado laboral puede vivir este acontecimiento como un momento de crisis al tener que volver al espacio privado (Oliveira, 2002; Fernández-Mayoralas et al., 2018). También se da el hecho de que las mujeres mayores continúan con su labor de cuidadora en esta etapa vital (Muñoz Cobo y Espinosa Almendro, 2008).

Afectividad y Sexualidad

Walz (2002) señala que, en general, existen falsas creencias sobre la sexualidad de las personas mayores, como que éstas no tienen deseos sexuales ni relaciones (en Freixas y Luque, 2009).  Así mismo, Freixas (2017) afirma que la sexualidad de las mujeres mayores ha sido condicionada y limitada por la socialización diferencial, provocando el desconocimiento y  la desinformación del desarrollo de la dimensión erótica sexual y vinculándola con la reproducción, teniendo más dificultades a la hora de disfrutar de su sexualidad (en Ramos Pinilla et al., 2018). 

Respecto a la orientación sexual y la identidad de género, las personas mayores, que no vivían bajo la heteronormatividad, han vivido situaciones de discriminación y de violencia, en las que han sido consideradas como personas con trastornos mentales, pecadores o delincuentes. Gracia Ibañez (2011) indica algunas situaciones que han tenido que padecer las personas mayores con una orientación sexual e identidad de género no normativa como la discriminación en el sistema sanitario, la dificultad para encontrar residencias y unidades de día adecuadas, el miedo a tener que volver a ocultar su identidad de género o orientación sexual, o la discriminación por parte del resto de residentes.

Es importante tener en cuenta que la socialización diferencial tiene un peso importante en el rol de esposa, madre y cuidadora y, también, inciden las variables como la salud, la dependencia o los recursos económicos (Informe de la Universidad Pontificia Comillas, 2018). Por esta razón, se debe crear recursos adaptados a la prevención de la violencia de género en las mujeres mayores y tener en cuenta estos factores en el desarrollo de programas o proyectos de intervención para mujeres mayores víctimas de violencia de género.

En la soledad, algunas investigaciones reflejan que no hay cambios significativos con el grado de satisfacción de sus redes de apoyo, aunque los hombres estarían más aislados (Vandervoot, 2000), probablemente debido a la disminución de contactos y la pérdida de prestigio derivados de la jubilación. También incidirían los roles y estereotipos de género en sus relaciones interpersonales, siendo un factor de riesgo para padecer soledad emocional. Mata Agudo (2015) señala la presión social y cultural que ha existido respecto a las mujeres y la soledad, relacionando a las mujeres que estaban solas con seres incompletos, con problemas internos, lo que provocaba el rechazo de las personas de su entorno, o percibiendo la soledad como un castigo.

Participación Social

Existe una brecha de género respecto a las TICs y las redes sociales, las mujeres mayores tienen menor acceso a las tecnologías y su uso está relacionado con el mantenimiento del contacto con sus familiares (Fernández Campomanes y Fueyo Gutiérrez, 2014; Fernández-Mayoralas et al., 2018).

La participación en Programas Universitarios para Mayores tendría consecuencias positivas tanto para hombres como para mujeres y, en el caso de las mujeres, aumentaría su autoestima y su sentimiento de competencia (Fernández-Mayoralas et al., 2018; Carvalho-Loures et al., 2010; Serdio Sánchez, 2012).

Arias (2013) afirma que cada vez hay más personas mayores que se involucran en la comunidad y participan en diversos espacios (recreativos, artísticos, educativos, culturales, …). Respecto a las diferencias de género en el voluntariado, Van der Meer (2006) indica que los hombres hacen voluntariado recreativo o deportivo mientras que las mujeres hacen voluntariado en instituciones residenciales de cuidado (en Fernández-Mayoralas et al., 2018).

Medios de Comunicación

En general, las personas mayores no suelen tener una presencia significativa, siendo el papel de las mismas, secundario y, en numerosas ocasiones, desde un punto de vista estereotipado y negativo.

Tras el análisis en distintos ámbitos de la vida de la persona mayor, se hace visible la necesidad y la importancia de aplicar la perspectiva de género e interseccional para corregir las desigualdades que se producen durante el envejecimiento, con el fin de favorecer el pleno desarrollo personal y social de las personas mayores. Es por ello que la igualdad de género sigue siendo un desafío, siendo fundamental tener en cuenta estas perspectivas en el campo de la investigación e intervención gerontológica, para favorecer así que el envejecimiento activo sea un objetivo factible y no una mera utopía.

Biliografía:

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Sobre la autora

Laura María García Fernández esducadora Social especializada en personas mayores con Máster Oficial en Gerontología, Dependencia y Protección de los Mayores por la Universidad de Granada. Cuenta con formación en igualdad y psicogerontología y ha sido ponente en las Jornadas «Hacia una sociedad para todas las edades» de la Universidad de Granada.
Correo de contacto: lmgfeduso@nullgmail.com