Un artículo de la Federación Nacional ASPAYM

De igual manera que miramos a los síndromes geriátricos en nuestras personas mayores atendidas por profesionales de gran cualificación, o en aquellas que ya tienen una lesión medular o una gran discapacidad física, con frecuencia nos olvidamos de dirigir nuestra vista a las personas cuidadoras.

Y es que, como el resto de la gente, estas personas también envejecen, y a medida que se van haciendo mayores sus cuidados requieren más esfuerzos y pueden surgir problemas para la calidad de vida no ya de una sino de las dos personas: la cuidadora y la cuidada. Es por ello que en este artículo queremos pasar revista a los principales síndromes geriátricos y cómo pueden incidir en la calidad de vida de un hogar cuando entra en juego el envejecimiento en la persona cuidadora. Incidimos en dos aspectos: el meramente físico y el emocional, que resulta transversal a todos los síndromes.

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Es muy importante que las personas cuidadoras mantengan un buen nivel físico y que tengan hábitos higiénicos y dietéticos saludables

Y es que, ante cualquier evolución física fruto de la edad, las personas cuidadoras ocupan su mente en la idea de que, ante cualquier cosa que les suceda, otra persona será más vulnerable, lo que implica un fuerte desafío a su salud mental y a su estabilidad emocional.

  • Falta de movilidad

«Hablamos de cuidar al cuidador», defiende Eva García Peña, enfermera en ASPAYM Comunidad Valenciana. «Es muy importante el ejercicio, que se mantenga en un buen nivel físico y que tenga saludables hábitos higiénicos y dietéticos». Al margen de estas consideraciones, comunes para cualquier persona que desee contrarrestar los efectos del envejecimiento en músculos y articulaciones, «las personas cuidadoras de alguien con una discapacidad física se enfrentan a mayores riesgos de lesión. Y es que, ante las continuas movilizaciones, surgen mayores posibilidades de sufrir daños en espalda, hombros u otros músculos del cuerpo».

«Movilizar una sola vez no entraña riesgos, pero varias veces sí», advierte la enfermera. Por ello, insiste en la importancia de cuidarse, comer bien, hacer ejercicio y vigilar el calcio. «Las mujeres son en mayor porcentaje cuidadoras, y por ello tienen mayor probabilidad de sufrir una osteoporosis».

Para vigilarla, recomienda García realizarse análisis como densitometrías o, si fuera necesario, tomar suplementos ricos en vitamina D. Sin embargo, y ante todo, defiende la necesidad de cambiar el marco de pensamiento: «Tenemos la idea preconcebida de que cuidar a la persona querida a toda costa implique que yo me sacrifique, por eso es importante saber pedir ayuda y buscar a quien nos pueda echar una mano en la ducha de una persona con lesión medular, o en las tareas de la casa para no caer en el agotamiento como cuidadores…», enumera. «No hay que llegar al límite, pues el cansancio del cuidador repercute a nivel físico y mental».

  • Caídas e inestabilidad

Frente a las caídas e inestabilidad que puede sufrir una persona cuidadora, existe un mayor riesgo de vulnerabilidad ante la situación. Ante esta tesitura, puede darse el caso de que nadie pueda socorrerla, pues la otra persona que habita la residencia se encuentra en una situación de inmovilidad por su discapacidad que complica la asistencia.

Estos casos pueden darse en cualquier momento de la vida, y hay que saber preverlos. García Peña lo tiene claro: «cada vez más comunidades autónomas normalizan el ‘botón rojo’, el sistema de autoayuda que una persona dependiente lleva colgada en caso de que algo suceda con su compañera cuidadora o mientras se encuentra sola y necesita asistencia inmediata».

Con esta solución, se agiliza el tiempo de respuesta ante emergencias por causa de caídas o inestabilidad. Puede haber instalado un altavoz en casa que nos ponga en contacto con el servicio médico de urgencia para precisarles la situación con más detalle, o puede activarse el protocolo de actuación inmediato para tomar cartas en el asunto a la mayor brevedad posible.

Al margen de la domótica, García Peña también identifica soluciones para las viviendas que reduzcan el riesgo de caídas, «como una buena iluminación o quitar alfombras para evitar tropiezos».

  • Incontinencia urinaria

La incontinencia afecta a un porcentaje mayoritario de personas con lesión medular, con independencia de su edad. Pero también puede darse en las personas cuidadoras, y con cierta incidencia en las mujeres. «Existe lo que llamamos incontinencia de esfuerzo, y suele ir asociado a la edad», explica García Peña.

«Se causa un descenso del suelo pélvico a la hora de hacer esfuerzo, por lo que conviene consultar con cualquier profesional de la urología». La rehabilitación es posible solución ante problemas de incontinencia, si bien la enfermera alerta de que la gente suele dejarlo pasar con demasiada frecuencia. «Si la persona cuidadora observa que a la hora de movilizar tiene problemas de incontinencia, no lo debe normalizar, pues esto asociado a la edad aumenta el riesgo de sufrir infecciones».

  • Deterioro cognitivo

La soledad no deseada o la depresión son factores de riesgo en personas con lesión medular y población que envejece. En otras ocasiones, el deterioro cognitivo obedece a factores hereditarios o genéticos, ambientales o derivados de los hábitos diarios… En cualquier caso, su aparición en la persona cuidadora también implica riesgos para el hogar en su conjunto, y una vez más la solución consiste en saber pedir ayuda a tiempo.

«Si el cuidador o cuidadora sufre deterioro cognitivo, y no puede cuidar a su pareja con lesión medular, indudablemente necesitarán ayuda», describe García Peña. «Cuanto antes se incluya la ayuda de un tercero en su vida diaria mejor, ya que podrá facilitar los cuidados de ambos atendiendo a sus deseos».

Una de las figuras clave en el mundo de la lesión medular y las grandes discapacidades físicas es la de la asistencia personal; que contribuye con apoyos de toda índole a suplir estas necesidades en las familias sin intervenir en sus proyectos de vida independiente.

Normalizar la figura de la asistencia personal por parte de las familias y los entornos afectivos de las personas con lesión medular y otras grandes discapacidades físicas contribuyen a la autonomía de todo el entorno familiar, y eventualmente a su bienestar emocional, encontrando el equilibrio entre el respiro necesario y la independencia que reclama la persona cuidada. Por ello, su integración en el día a día del hogar supone, a su manera, una barrera para deterioros cognitivos fruto de los hábitos de esfuerzos excesivos, tanto físicos como mentales.

  • Fragilidad

Derivado de todo lo que hemos hablado, la fragilidad como síndrome geriátrico se puede definir como una pérdida de masa ósea o masa muscular, fruto del avance de la edad. Este proceso se puede acelerar en los casos de las personas cuidadoras, ya que los esfuerzos que hemos venido comentando a lo largo del artículo son excesivos y sostenidos en el tiempo.

Una vez más, la solución pasa por el autocuidado: que la persona cuidadora se cuide, esté fuerte, haga ejercicio… No obstante, aquí entra en juego un elemento nuevo: «La persona cuidada también tiene que saber cuidar a la cuidadora», sostiene García Peña.

«Hay un abanico de cosas que se pueden hacer: mientras la persona con discapacidad pueda asumir ella ciertas tareas siempre será mejor a la larga para ambas», asevera la enfermera. Así, sondarse, ir hasta la cocina y coger un vaso de agua, u otros pequeños hitos del día a día contribuirán a no descansar todo el peso del esfuerzo en la otra persona.

«A los cuidadores nos cansa la parte física pero también la mental», recuerda García Peña. «Por ello, es importante que también se cuide a nivel psicológico del cuidador, incluyendo agradecimientos y otros gestos de afecto que contribuirán a hacer más llevaderas las tareas que tenemos por delante», concluye.